Como ya sabéis unos cuantos por aquí, Feindesland somos tres personas diferentes, aunque han escrito bajo este nick hasta ocho miembros de lo que un día fue el C3 de León. El que sepa qué es eso del C3 (C cubo), bien nos conoce. El que no, da lo mismo. Se trata de una asociación cultural leonesa que reunió más de sesenta premios entre novela, poesía, ensayo, música, cine, ilustración y fotografía. Nunca conseguimos un premio de teatro ni de escultura, y si nuestro colectivo obtuvo o no algún premio de pintura es algo que aún se disputa entre risas.
En 14 años de presencia en esta comunidad da tiempo a muchas vicisitudes, desde la risa al strike, pero una cosa no ha cambiado: si dos personas se conectan desde la misma IP, te siguien diciendo que eres un clon. ¡Qué le vamos a hacer! No hay queja: entiendo que de alguna manera hay que controlar esas tentaciones.
El caso es que hoy ha sucedido algo tremendo, que quiero contaros, aunque saque del anonimato a una parte de Feindesland, el que escribe como el 70% de los artículos y la mitad de los comentarios, sobre todo por las noches.
Soy novelista. Hace como tres o cuatro años escribí una novela sobre un famoso pintor español exiliado que colaboraba con los nazis, en la Francia ocupada, para mejor sustraer cuadros de los museos y las colecciones particulares francesas. Se llamaba Pedro Ríos, no Pablo Ruiz, no seáis desconfiados. A cambio, vivía como dios en París, porque la España franquista era un asco, pero la Francia ocupada no apestaba tanto, seguramente porque, como dijo Camus, las burbujas del champán tapan muchos malos olores.
Insisto en que soy novelista, o sea que escribo ficción. Puñetera ficción. No obstante, me documenté a lo grande para componer esta novela, echando también mano de todo el montón de entrevistas que realicé en los años noventa sobre este asunto y otros similares. A los interesados en el tema, os recomiendo en especial un libro del británico Alan Riding Es una obra increíble, por su sensatez, su trabajo de investigación, y la cantidad de datos que aporta.
El caso es que mi novela, de la que se han compartido por aquí algunos fragmentos, va de este pintor, de un funcionario nazi del Ministerio de Propaganda, y de cómo se buscan la vida, uno para enriquecerse y obtener protección, y el otro para que no lo trasladen a Rusia. No estoy seguro de si se hacen amigos, pero la necesidad forja el cariño. A hostias, eso sí. La cuestión es que, en un momento dado, en la primera parte de la novela, se hacen con un cuadro de Botticelli, una verdadera maravilla, y el cuadro desaparece. En la segunda parte, cincuenta o sesenta años después, abordo el problema al que se enfrentan los nietos del funcionario nazi de Propaganda para vender ese cuadro, y todo, desde un punto de vista lo más realista posible. ¿Dónde y a quién puñetas se puede vender ese cuadro?
Bueno, pues hasta aquí, todo normal. Un tío que vive a veces en León y a veces en el quinto carajo, escribe una novela. Prueba suerte por ahí, en diversas editoriales, y consigue que se la publiquen. Cojonudo. Con esta, van ya doce novelas publicadas. El libro sale en Noviembre de 2023. Genial. Todo el que me ha escrito en privado sabe que me importa tres puñetas vender un ejemplar más o menos, porque vivo de otra cosa. Incluso publiqué aquí una novela corta entera, por entregas. Y el que quiera un libro mío en formato electrónico que me lo pida, que se lo mando en cuanto pille un rato.
Pero, cago en la leche, hoy ha sucedido algo increíble. Ando por ahí, rondando por la red, y me encuentro con esta noticia de El Confidencial. El cuadro de Botticelli del que hablo en la novela, ha aparecido justo un mes después de que se haya publicado el libro. El mismo puñetero cuadro. El que se suponía que habían robado el pintor español y el funcionario de Propaganda. Aparece justo ahora, después de un montón de años extraviado. Y mira que busqué cuadros en el catálogo de obras desaparecidas para dar con uno que encajase en la trama sin comprometerme demasiado. Publico la novela en Noviembre y aparece el puto cuadro en Diciembre, con su propia historia y su propia peripecia. ¡Venga hombre, no me jodas! Y claro que su historia no tiene nada que ver con la que yo me inventé. ¡Por supuesto que no!
¿Qué probabilidad hay de que pase algo así en el mundo real? ¡Pues me ha pasado! Ahora tengo una novela apoyada en el aire, con la posibilidad, eso sí, de que todo el mundo se pueda echar unas risas a costa de mi bola de cristal. De los miles de obras de arte desaparecidas en el siglo XX, tuve que elegir esa, y tuvo que aparecer esa misma esta semana.
A ver, Gauss, ¿qué coño te he hecho yo? ¿Por qué me echas a patadas de la normal?
¿No es para descojonarse?
Y el caso es que ya es la segunda vez que me pasa y con el mismo libro, porque tuve que reescribir una parte después de lo de Gurlitt, blasfemando como un poseso. Ya contaré eso otro día...
Cago en todo.