En 2022, casi dos años exactos, escribí el siguiente texto: www.meneame.net/story/recorrer-camino-paz-soltar-nuestras-banderas
“Solo quiero recordar que tarde o temprano se firmará la paz, que quienes lo firman son los grandes generales que nos arrojaron esas banderas y con un apretón de manos y una sonrisa, nosotros, los soldaditos de a pie, nos quedaremos con esas banderas e ilusiones desvanecidas, y lo peor de todo es que sabremos que esos generales se llevan realmente bien y no distan mucho en lo que piensan realmente y que llevan meses hablando por teléfono mientras gritan muerte al enemigo desde su sillón mientras la juventud da la vida por algo que solo es una ilusión.”
Y al fin, ha llegado el momento. Nuestros generales sonríen, se dan la mano y nuestras banderas llenas de sangre vuelven a ondear como si nada hubiera pasado. El viento siempre estuvo ahí pero no sentíamos que fuera real, hasta que unos pocos nos dieron permiso para sentirlo.
La guerra es una ilusión para aquellos, como nosotros, las pequeñas hormiguitas, que sienten como ofensa que ataquen a un ente tan abstracto como la nación. Esto no es fortuito, desde pequeños nos enseñan la historia militar y de las naciones, de sus elites y relaciones, en lugar de enseñarnos la historia de las sociedades y sus costumbres, de sus miedos y diversiones, sus canciones y sus artes. Nos enseñan que tenemos un himno, una jerarquía, unas elites, unos colores y no otros como los vecinos raros de al lado.
Cuando estallan las guerras, propias de la incultura, el miedo, y la falta educación de los individuos que forman la sociedad, y de sus lideres, no queda otra que sacrificar (sacrum + facere = hacer sagradas las cosas) todo lo construido hasta el momento por un bien mayor, un bien para nuestra nación. Cuando esto ocurre, cuando no queda nada más que cenizas, escombros y mierda, nosotros, las hormiguitas, o nos ayudamos unos a los otros y mostramos la realidad de lo que es el ser humano, o nos arrodillamos ante el caudillo de turno. Esto crea terremotos en las sociedades y de quienes la componen, destruyendo lo que nos debemos los unos a los otros y todas nuestras normas que nos hacían, a las hormiguitas, seguir un día más. Esa fractura también rompe la armonía de la psique de los individuos y el miedo, la depresión y la desesperación se apodera de nosotros, que, como una nube oscura, formada por millones de gotas, enturbia nuestra realidad.
Pero no nos engañemos, todos sabemos lo que es una guerra, el error de los errores. La moral, la justicia y el humanismo es irrelevante, la verdad es que toda guerra es por la toma de recursos y la expansión de las naciones compuestas por nosotros, las hormiguitas. El imperialismo, la codicia, y la desesperación nos ha cegado y nos ha llevado a no reconocernos los unos a los otros como seres humanos, sino como simples insectos. No somos hormigas sin capacidad de decisión, somos humanos libres e iguales, donde cada uno de nosotros tenemos un potencial único para mejorar el mundo.
Las banderas nos ciegan, soltémoslas y veamos al de enfrente como un igual. Gritemos no a la guerra una vez más pues solo la voz de cientos de miles puede parar que haya más muertos en el camino.