Un oxímoron, como se ha explicado innumerables veces en este mismo portal, es una figura retórica de pensamiento que consiste en complementar una palabra con otra que tiene un significado contradictorio u opuesto.
Un asesino empático, un ateo creyente o un crecimiento negativo son ejemplos evidentes que se ajustan a esta definición. (Por cierto, el último de ellos, ampliamente usado por parte de los ministros de economía en los periodos de estancamiento y recesión económica).
Generalmente, los oxímoron son una más de las consecuencias del intenso uso del reduccionismo en el lenguaje con finalidades perversas cuidadosamente planificadas. De hecho, un buen hablante de neolengua es aquel que, en principio, necesita menos variedad de palabras para expresar una idea. Se podría pensar, ingenuamente, que es un procedimiento equivalente al algoritmo de compresión con pérdidas irreversibles que se usa en algunas reducciones del tamaño de determinados archivos de información. Entonces, ¿cuál es el problema? Que es un reduccionismo tan salvaje que, en algunos casos, se desprovee completamente a las palabras de su significado original. Ese es precisamente uno de los principales objetivos de los que usan la neolengua. Las evidentes posibilidades para inducir opiniones de sesgo que no estén fundamentadas en un corpus lógico de definiciones sólidas, o precisas relaciones causa-efecto, es un universo que no pueden desaprovechar los grandes manipuladores.
Por otra parte, la reducción del número de términos que se usan para explicar ideas sutiles imposibilitan la descripción precisa de esas ideas, perdiéndose irremisiblemente esa sutiliza en el propio proceso de poda lingüística. En un mundo en el que la reflexión ha sido relegada por la acción el pensamiento crítico ha sido marginado en la esfera de la opinión pública.
La pérdida de la veracidad, por difuminación programada de la significación de las palabras, tiene muchos objetivos pero, sin duda, uno de los más importantes , es introducir un intenso ruido en la comunicación para conseguir una ética moldeable en el pensamiento del ciudadano medio. Lo que toda la vida se ha llamado en mi tierra: «querer hacer ver lo blanco, negro».
Cuando líderes políticos, como Arrimadas, hablan de feminismo, adjetivándolo a continuación de liberal, más que un ejercicio de hipocresía es un inmenso ejercicio de perversión lingüística. Arrimadas, basándose en sus argumentos de un falso libre albedrío, en el que la mujer debe de ser libre de hacer con su cuerpo lo que desee como: prostituirse, o querer llevar a cabo una gestación subrogada, está configurando un oxímoron. En realidad está haciendo un ejercicio de marketing para mezclar íntimamente conceptos tan inmiscibles como el agua y el aceite, como argumentos, pero sin el emulsionante de la lógica.
Imaginemos una Sra. en un puesto relevante y bien remunerado o, no tan importante, pero con unos buenos ingresos, y que se queda embarazada de una carga genética que no es suya y a la que, encima, tendrá que renunciar. Esa Sra., además, tendrá que complementar esa renuncia con otras como: su tiempo en las revisiones médicas oportunas, sus aficiones si son incompatibles con su estado de gestación, la promoción de su carrera profesional por el mero hecho de haberse quedado embarazada, etc. Según Arrimadas llevar a cabo esa cadena de renuncias es un ejercicio de altruismo. Alguien que está prestando su vientre, su salud y su «dinero» a otra persona para que pueda anidar en su vientre la vida que aquella no puede hacerlo, es algo más que altruista. Sobre todo es lo más lógico en el universo mental de Arrimadas. Un mundo en el que el egoísmo es un pequeño contratiempo.
Cuando Arrimadas habla de un feminismo liberal y moderno, en realidad habla de otra cosa que, ni es feminismo, ni es liberal, porque ambos conceptos son incompatibles, ni es moderno, ni puede ser real. Eso que Arrimadas llama feminismo liberal se llama explotación. Pero esta palabra es demasiado gruesa, demasiado descarnada y demasiado precisa para describir la situación y hay que usar otra, o un conjunto de otras, para vender una idea reprobable. ¿Cuál es la estrategia entonces? Usar la idea de un falso altruismo.
Se puede comprender que, para el espectro de votantes al que va dirigidas esta panoplia de contradicciones, sea aceptable edulcorar con palabras, que previamente se han desprovisto de su significado en este contexto, la cruda y agria realidad. Pero para los que entienden perfectamente lo que es la explotación, lo que son las relaciones de poder y subordinación y cuál es el objetivo final que pretende el feminismo, el argumento es de una enorme inconsistencia. Un argumento de cartón piedra que, como los muñecos que estaban fabricados en ese cartón, se reblandece con el más mínimo aumento de humedad.
Sí, lo quieran o no sus impulsores, el feminismo liberal es una contradicción como una catedral. En palabras más coloquiales: «un oxímoron de puta madre».