Llevo viviendo en América Latina casi doce años. Los primeros seis fueron trabajando como cooperante en Guatemala y me marcaron profundamente. Los seis siguientes han sido en Montevideo, lugar al que emigré cuando ya no pude más de precariedad y paro. Amo este continente y en él me siento en casa pero, por supuesto, me siento español y en los últimos años eso conlleva dolor. Qué queréis que os diga: vista desde fuera, España no es normal y por eso me he animado a escribir esto.
Mi tesis es la siguiente: cada vez somos más América Latina y cada vez somos menos Europa. Que nadie se ofenda, por favor. Recordemos que en el nuevo continente hay un montón de cosas admirables; sin ir más lejos, vivo en un país que aprobó la ley de 8 horas de trabajo, el divorcio o el voto femenino a principios del siglo XX, mientras que en Europa tenemos bastantes cosas sobre las que reflexionar (por ejemplo, dos guerras mundiales y un holocausto). Con esto quiero decir que no pretendo insultar a nadie ni mucho menos con esta comparación.
Los problemas de América Latina, comunes a la inmensa mayoría de sus países, son tres:
. La desigualdad
. La impunidad de sus élites
. La violencia cotidiana (es el continente con mayor número de asesinatos del mundo).
Cuando, allá por 2004, llegué a Ciudad de Guatemala -una urbe distópica, dinámica y violenta hasta decir basta, donde asesinaban por aquella época a dieciocho personas al día- me pasaba el día comparando situaciones con mi Valladolid natal en plan pueblerino. La diferencia, evidentemente, era abismal pero tenía la misma sensación cuando viajé a México, o cuando visité Chile. Menos en Uruguay, aunque aun así apreciaba una desigualdad económica mayor que en España.
Eso ha cambiado: en la última década, dos de esas tres condiciones se han exacerbado de tal manera que, sin temor a exagerar, estamos peor que, al menos, dos países de América Latina: Uruguay y Chile. Veamos:
. La desigualdad en España se ha disparado a raíz de la precarización salvaje. Han licuado los sueldos de la inmensa mayoría de la población pero a cambio, en ese mismo periodo de tiempo, se ha multiplicado el número de millonarios, se han batido récords de venta de automóviles de lujo y se ha atascado el ascensor social. Se percibe incluso en la calle: la última vez que fui a Madrid, en noviembre, fue por cuestiones de trabajo y la empresa me reservó un hotel en el barrio de Salamanca. Por la tarde iba hasta Aluche, donde viven dos amigos míos. La diferencia entre una zona y otra es similar a la que uno puede ver entre el barrio de La Condesa en DF y cualquier área de clase media-baja: es tan evidente que me dejó impresionado.
. La impunidad de las élites ha alcanzado proporciones verdaderamente escandalosas. Los casos son tantos y tan numerosos que no da ni para enumerarlos. En esta última semana, hemos visto al Tribunal Supremo amnistiando de facto a una serie de personas que se han pasado los principios de igualdad y mérito por donde amargan los pepinos. El antiguo jefe del Estado, hoy emérito, estaría empurado en prácticamente cualquiera de los países de América Latina: hasta Guatemala tiene a sus dos últimos presidentes detenidos. Da la impresión de que si eres alguien política o económicamente relevante, mientras estés dentro del juego -esto es, del sistema- te vas a librar siempre. En cambio, cuando rompes con ese sistema (sin entrar en la legitimidad de hacerlo), entonces si que te caen prisiones preventivas fuertes o fiscalías hiperactivas. De la gente normal, ni hablamos. Es una justicia a dos velocidades, especial para quienes mandan y ordinaria para los que no: eso se llama impunidad.
.- La violencia cotidiana: Aquí no hay discusión. España es, en términos de criminalidad en la calle, uno de los países más seguros del mundo. Pero si contextualizamos la violencia, tal vez haya señales inquietantes. En los primeros seis meses de 2018 se han producido 168 desahucios diarios. Diarios. ¿Eso no es violencia, en un contexto en el que acceder a la vivienda, siquiera alquilada, es solo un sueño para cada vez más gente? ¿No es violencia tener que firmar, como mi hermano, una docena de contratos mensuales encadenando horas sin prácticamente seguridad laboral? ¿No es violencia que mucha gente joven -y no tanto- solo conciba su futuro fuera del país, condenados a emigrar antes siquiera de terminar sus estudios?
Termino: siempre pensamos que éramos Europa. Mi generación, la que tenía 10 años cuando entramos en la CE y vimos seis años después los Juegos de Barcelona, estaba convencida de que, por fin, España no era diferente, África no empezaba en los Pirineos y por primera vez en casi doscientos años éramos un país normal. Pero solo hay que abrir los periódicos (digitales) cada mañana para ver señales evidentes de que no es así en absoluto: España es América Latina para gran parte de lo malo.