Las encuestas no se hacen para conocer la opinión, sino para influir sobre ella

Hablemos claro: las encuestas sólo influyen a los bobos, que son, por lo general, los que tratan de averiguar qué es lo que opinan los demás para llegar a saber de ese modo lo que opinan ellos mismos. Estamos, por tanto, ante gente que ni tiene opinión propia ni el más mínimo criterio para llegar a formarla o defenderla y que espera a saber lo que otros pían para ellos cacarearlo.

Dicho esto, lo cierto es que se generan decenas de encuestas y que se invierte mucho dinero en crearlas, cocinarlas y manipularlas, de lo que cabe deducir que el número de los bobos influenciables es muy alto, o la confianza en ellos de quienes manejan los dineros es muy elevada.

¿Pero por qué influyen las encuestas? ¿Por qué saber el voto de los demás puede cambiar el de uno mismo? ¿Cual es la raíz de esa estupidez?

La respuesta pasa, en general, por el deseo de pertenencia al grupo vencedor, aunque no tenga nada que ver contigo y aunque te acabe dando por el saco. Por eso mismo, por ejemplo, muchos británicos receptores de ayudas públicas acaban de votar a un partido partidario de suprimir esas ayudas. Por eso, por ejemplo, hay tantos pobres que votan a la derecha: para poder decir que están con el grupo ganador.

¿No conocéis a nadie que ensalce la inteligencia para, a través de ese mecanismo, parecer él mismo inteligente? ¿No conocéis a nadie que alabe a los ricos para, de esa manera, parecer él rico? Es la misma historia.

Es la misma historia del tonto del pueblo comprándose la camiseta del campeón de liga.

Para ganar por una vez, aunque sea por delegación. Para ser alguien, aunque sea una tarde. Para ganar una batalla, aunque sea contra su propia madre difunta. Para conseguir, en resumen, librarse de la idea de que es un pringado y llegar a convencerse, con el tiempo y dos orujos, que fueron los demás los que pensaron como él.

¿Qué no hay nadie tan bruto?

A millares: por eso las encuestas suman, siguen y no aciertan. Pero funcionan.