El rey de Marte

Artículo originariamente publicado en Espinoso y cordial

Si algo ha quedado claro este último año es que la ciencia-ficción se puede tomar en cierta medida como ante-historia. Gran parte de lo que estamos viviendo fue predicho con bastante acierto por autores y cineastas, haciendo buena la máxima: «la vida imita al arte».

Desde sus inicios, recordemos a Julio Verne, las mentes de los creadores de ciencia-ficción han demostrado una capacidad anticipatoria, un fino olfato para analizar hacia donde podría llegar cualquier camino empezado, e incluso, adivinar sinuosos senderos en un futuro que, en demasiadas ocasiones, ha resultado muy cercano. Apartando el mundo cada vez más Orweliano en el que vivimos, miremos al cielo, a la por momentos quimérica, por momentos alcanzable conquista espacial.

La ciencia-ficción o la literatura de anticipación (hoy es difícil la diferencia) nos mostró originariamente a Marte como un planeta enemigo, películas como la clásica «Invasores de Marte» o la paródica «Mars Attacks» hablaban de la llegada de deformes hombrecillos verdes con malignas intenciones. En los planteamientos más recientes, influenciados por el actual conocimiento científico, el futuro plantea dos opciones, tal vez continuadas en el tiempo y no excluyentes. De una parte, un árido planeta Marte colonizado en busca de sus recursos minerales, creando una versión espacial del salvaje oeste como en «Fantasma de Marte«, de otra, posiblemente continuadora de la primera, en Marte arraiga una verdadera misión colonizadora que llegado el momento, culminará con una aspiración de independencia y su enfrentamiento con La Tierra, la serie «The Expanse» lo muestra con todo detalle. En este segundo escenario, una confrontación con la Tierra sería inevitable, los marcianos llegarían a desvincularse política, económica y emocionalmente del planeta Azul. No ocurriría de un día para otro, un proceso de terraformación dilataría el proceso durante décadas o siglos, pero si los marcianos se adaptaran al medio, si aceptaran una nueva forma de vida y una sociedad alejada de los cánones terrestres, sin duda el proceso se aceleraría.

Visto que cada potencia terrestre trata de ubicar posiciones en Marte esto no parece posible. El planteamiento de un planeta Marte unido e independiente se aleja. Marte será una copia de la tierra. ¿Cómo podría ser de otro modo? ¿Cómo desde el error y estrechez egoísta de miras, de una especie que insiste en sus diferencias, sin ver que se encuentra en el mismo, pequeño y exhausto planeta, podría crearse una sociedad unida? ¿Un planeta con conciencia propia y común?

La respuesta ya nos la ha dado la propia ciencia-ficción en películas como «Alien» o «Moon«. No serán los gobiernos terrestres quienes regirán el espacio, serán las compañías privadas. Ya ocurrió en el siglo XVII con la Compañía Británica de las Indias Orientales, que controlaba territorios en ultramar y mantenía su propio ejército.

Las últimas noticias acerca de la carrera espacial no hablan de países, hablan de empresas y de magnates, hablan de Jeff Bezos y Blue OriginElon Musk y SpaceXRichard Branson y Virgin Galactic. Si estos proyecto consiguen sus objetivos, el futuro del control del espacio se parecería más a un Cosmo Club Bilderberg que a la Federación Unida de Planetas que predice Star Trek.

El vano intento de la Administración Federal de Aviación de EE. UU. (FAA) modificando la legislación para ser considerado astronauta y recibir una absurda insignia, es el primer movimiento de ponerle puertas al campo. Unos gobiernos que se muestran incapaces de controlar las operaciones de esas mega-compañías sobre La Tierra; ¿cómo van a poder controlarlas en el espacio? Si tratasen de restringir el despegue o el espacio aéreo, el dinero abre todas las puertas y siempre habrá países que legalicen los lanzamientos desde sus territorios a cambio de unos buenos alicientes económicos. ¿Puede cualquier gobierno comenzar una guerra económica con los gigantes empresariales? Francamente creo que no.

Cierto que todo eso suena muy a ciencia-ficción, pero todos nosotros, hemos visto en treinta años como la tecnología informática ha globalizado el planeta. El teléfono, que se patentó hace menos de ciento cincuenta años, hoy nos parece un artilugio de la edad de piedra. Si ocurriera un salto semejante en la ingeniería espacial, todo esto dejaría de ser una mera ocurrencia para ser una posibilidad.

No soy tan, digamos optimista, como para pensar que veré una colonia autónoma en Marte o en cualquier otro lugar del sistema solar, aunque quién sabe, mi conciencia dentro de un sistema neuronal artificial o instalada en un cerebro positrónico, puede que sí esté allí siendo consciente de ese momento histórico. Lo único que espero, es que para entonces, sea cual sea mi forma, ya me hallan jubilado y no ser un cíborg sin derechos laborales, embalado en un carguero espacial camino de trabajar indefinidamente para algún rey de Marte.