El ruido, el puto ruido.
En este país, la estridencia es tan inevitable como el aire. Te persigue, vayas donde vayas, hagas los que hagas.
Motos, obras, gritos, música, móviles, campanas, petardos, ladridos, claxons, alarmas, organillos, gritos, radiales, martillos pilones, camiones de la basura, tacones, taladros, el tapicero...
Vivimos aceptando que el silencio ya no es posible, nos hemos rendido, hemos aceptado con total naturalidad que no tenemos acceso a la tranquilidad.
Es otro derecho que nos ha sido arrebatado por la prisa de los días, un ritmo vital estresante y una insoportable sociopatía festiva y hedonista. Pero, además, su ausencia se ha convertido en otro privilegio al que solo tienen acceso aquellos con pingues salarios. ¿Quieres tranquilidad? Cómprate una casa en una urbanización. Si eres pobre tendrás que apechugar con la intranquilidad y todo lo que ello conlleva.
España es el segundo país más ruidoso del mundo. Y llevamos así desde hace más de 25 años. Solo nos gana Japón, pero ese ranking es engañoso: Japón mide con excesivo celo los decibelios de sus urbes y aplica normativas de control que nada tienen que ver con Europa o Estados Unidos.
Nos morimos del ruido. 1000 muertes prematuras se producen al año provocadas por el descontrol decibélico. Nos consume progresivamente. Estés donde estés, si callas y afinas el oído, puedes escuchar el sonido de una obra. No hay control alguno en las licencias. Los propios ayuntamientos realizan obras sin parar. La filosofía es clara: el votante potencial debe percibir que el consistorio hace cosas. Hagamos obras sin sentido, reformemos constantemente edificios, rotondas, carreteras, alcantarillados que ya fueron reformados, llenemos de polvo de cemento, chispas y tímpanos perforados las calles de nuestras urbes. El ruido es sinónimo de competencia, de actividad, de seriedad. Si una ciudad es ruidosa es que está viva. El ruido es, para el Estado y los municipios, el calientasillismo del urbanismo, ese teatrillo que hace creer al electorado, que su dinero se invierte en iniciativas útiles...aunque estas no tengan el más mínimo sentido.
Permitamos a las empresas de telefonía e internet seguir llenando las fachadas de toneladas de cable con el ruido que ello conlleva y la fealdad monstruosa que supone para la estética de la calle. En enero Movistar, en marzo Orange, en septiembre Yoigo y así hasta la locura timpánica. El límite no es el cielo, son los metros cuadrados de fachada y nuestra paciencia.
Pongamos camiones de limpieza sostenibles, eléctricos, verdes, para contribuir a disminuir la contaminación de la ciudad. Da igual que hagan un ruido espantoso y que empiecen a las 6 de la mañana La contaminación acústica no importa, solo importa el CO2, la economía circular y todas esas mandangas que luego podemos sacar en los periódicos regionales.
Sigamos aprobando leyes cada vez más restrictivas con el ruido de las motos pero que la ciudad se llene caballitos de Just Eat, de Uber Eats y de suputamadre Eats. Es más probable ver un unicornio que a un policía parando a una moto que petardea. España es ese país que puede ser atravesado por una ardilla de punta a punta montada en motos que no cumplen la normativa de ruido.
¿Y las fiestas? Permitamos carnavales constantes en los barrios, reguetón, bachata, salsa, bandas tributo que harían llorar a un sordo, conciertos horteras y barateros para las agrupaciones barriales a las que no acuden ni el 1% de la población del lugar, pero que mortifican al 100% de sus habitantes. HAY QUE GASTAR SU DINERO, CONTRIBUYENTE, HAY QUE HACER RUIDO. Cogemos montañas de sus euros y los quemamos, y en vez de salir humo, SALEN ONDAS SONORAS. ¿No las oye, vecino? Acérquese e inspire hondo.
¿Y las paredes de papel cebolla? Qué maravilla que te despierten a las 7 en tu día de descanso, ya sea el vecino duchándose mientras grita a su mujer o los críos de la del sexto que tenían 3 guantadas bien dadas hace ya, demasiados años. O si no, ponte unos tacones en el piso y baila un tango, joder, si total, qué más da. Entre ir incómoda pero elegante en tu casa y respetar el descanso de los vecinos, lo tienes claro: nadie te va a decir cómo puedes ir en tu casa.
¿Y las fiestas Erasmus y estudiantiles? Qué maravilla, esos miércoles hasta las 5 de la madrugada. Llamas a la policía. A veces hasta se ríen, te lo juro. Da igual que te tengas que despertar a las 7 al día siguiente, al madero, como puedes comprender, se la suda. Lleva ojiplatico desde las 12 en turno de noche. Si no puedes dormir, habértelo pensado antes y haberle echao unos numeritos al Euromillón para largarte a la sierra. O haber opositao, como yo. Así es la vida, ciudadano. Casi siempre se pierde y unas pocas se gana. El pobre no duerme y si no te gusta, vete a Cuba.
¿Y el taladro a la hora de la siesta? Pero vamos a ver... si yo no duermo jamás la siesta, ¿cómo la van a dormir los demás? Además, ¿habrá mejor hora para poner una estantería que después de comer? Así se baja mejor la comidita y luego puedo ocupar el resto del día en hacer otras cositas. Y además, que exagerada es la gente, si esto en media hora está colocadito...hasta que el mes siguiente la vuelva a cambiar de sitio o tire la pared para hacer más grande la cocina. Si total, los del ayuntamiento ni se van a enterar, en este país es más sencillo hacer una obra sin licencia que ganar dos euros sin darte de alta de autónomo.
¿Y el gitano con el organillo? Oiga, pero ¿vamos a renunciar a la alegría que le da al barrio ese maravilloso y tradicional soplo de aire cultural? Villancicos, pasodobles, rumbas...el hilo musical del infierno. Un extraordinario chantaje sonoro que te lleva a apoquinar en la búsqueda del silencio. Es casi peor que te secuestren a un hijo. O sin el casi. ¿Y la policía? ¿No vigilan por nuestro descanso? Hay otras cosas por las que velar más importantes, como un desahucio o un ceda el paso. Además, de algo tendrá que vivir esta pobre gente.
¿Y lo de llevar altavoces con música por la calle? Esto me flipa, porque existe una relación directa entre el mal gusto musical de una persona y su tendencia a compartirla con los demás. Si realmente te gustase la música, buscarías escucharla con calidad e irías con auriculares que, además, son mucho más cómodos. Pero no, ellos son generosos, y sacrifican en el altar de su puta sociopatía la calidad de la escucha, para que, demostrando también su suprema "horteridad", todos, en un radio de 30 metros, puedan escuchar su macedonia de mierda hedionda con toques tropicales y letras sexualizadoras. No quieren escuchar música, quieren que sepas que estás escuchando SU "MÚSICA". No me digáis que no hay que quererlos. Muertos.
¿Y las llamadas de los teleoperadores? El día tiene 24 horas. ¿Cuál es la más adecuada? Exacto, la de la siesta. No me digáis que no es un tierno acto de empatía el no llamar en las horas pico laborales para no afectar al rendimiento del obrero y que este pueda seguir dando el máximo por su empresa. Reservemos nuestras llamadas a esas zonas horarias en las que hay cierto descanso y así aprovecha mejor el tiempo. Y aunque no conteste llamemos hasta la extenuación y no aprobemos leyes que lo impidan. Y es que, si lo piensas bien, no somos seres humanos, somos consumidores: debería permitírseles llamar también de madrugada.
¿Y el trabajo? Para los que tenemos una función puramente creativa es maravilloso tener que aguantar los gritos sempiternos de jefes y compañeros. Nos motivan esas ventanas con más de 30 años de antigüedad que dejan pasar desde el ruido de las constantes obras hasta la caída de una moneda de un céntimo a 100 metros de distancia, es casi música celestial para nosotros. Nos incentiva esa gente, que además suelen ser los jefes, que no le quita el sonido al móvil y que cada vez que pulsa una teclita para escribir, lanza al viento una algarabía de bip-bips que nos acercan a la muerte en vida un poquito más, haciendo de nuestro trabajo, un via crucis que nos hace más fuertes. Gracias, de corazón.
¿Y los petardos? Que demostración tan extraordinaria de alegría y felicidad. ¿Que gana mi equipo? Petardo. ¿Que es el cumple de mi zagal? Castillito de fuegos aunque viva en el puto centro. ¿Que me aburro? Cohetito con mis nenes, que esto de hacer ruido es algo que se enseña, se transmite y se hereda, como la hemofilia y la psicopatía. Los animales de compañía y los que se acuestan a las 11 porque se despiertan antes de que salga el sol para ir a sus curros de mierda te lo agradecen en el alma, hijo de mil p...
España es un país con la peor banda sonora del planeta. La que generan millones de sociópatas horteras y jodidamente locos que confunden el ruido con la música, la estridencia con la actividad y los gritos con la alegría.
Asi que no grites, joder. Quita el sonido al móvil.
No aprietes el puto claxon si no no vas a matarte.
Entre las 15 y las 17h métete el taladro por el culo y si no te cabe, taládrate la rodilla y así se te quita el aburrimiento, puto cansa-almas del bricolaje.
Dile a tu hijo que deje de llorar porque no le has comprado esa chorrada o la próxima vez PONTE DOS CONDONES EN VEZ DE UNO.
Ponte putos auriculares, tu música es una mierda y no le importa a nadie, hortera.
Vivir en comunidad es VIVIR, no SOBREVIVIR. Respeta, cuida, genera, reverencia, ama el silencio, maldito español de los cojones.