Cierto día levantándose un lobo muy de mañana vio una señal favorable, y dijo: "Esto es de muy buen agüero. Doy gracias a los cielos, pues hoy me hartaré a mi gusto." Así, pues, se fue muy contento a buscar aventuras.
Halló en el camino mucha manteca de puerco, que se había caído a unos arrieros, y volviéndola y revolviéndola, la olió muchas veces, y dijo:
-"No comeré hoy de ti, porque sueles descomponerme el vientre, y estoy cierto que hoy tendré mejor comida, según el pronóstico de esta mañana."
Un poco más adelante halló una lonja de tocino salado y seco, oliendo el cual, dijo:
-"No comeré hoy de ti, pues estoy cierto que hallaré cosa mejor."
Bajando después a un valle, halló una yegua con su hijo, y dijo entre sí:
-"Gracias al cielo, ya sabía yo que hoy había de hartarme de buena comida", y llegándose a la yegua, le dijo: "Vengo muy cansado: tengo hambre, y me habrás de dar a tu hijo, para que le coma."
La yegua respondió:
-"Haz lo que gustares; pero, señor, ayer caminando se me hincó una espina en este pie, ruégote, que pues eres cirujano afamado, me la saques y cures primero, y después te comerás a mi hijo."
Creyendo esto el lobo, se llegó al pie de la yegua para sacarle la espina, y ella le dió tan grande coz en la frente, que dio con él en el suelo, y librándose así del lobo, se fue con su hijo a la montaña. El lobo recobrando los sentidos, dijo:
-"No hago caso de esta injuria, pues que hoy espero hartarme", y continuó su camino.
Apenas hubo andado un poco, halló dos carneros que pacían en un prado, y dijo entre sí:
-"Ahora sí, que comeré a mi gusto"; y llegándose a ellos les dijo: "Preparaos, pues me vaya comer a uno de vosotros."
-"Haz lo que quieres", respondió uno de ellos, "pero te suplicamos que primero des una sentencia justa en el pleito que tenemos sobre este prado, que fue de nuestro padre, y no sabemos cómo partirlo entre los dos, por lo que reñimos todos los días."
-"Haré con mucho gusto lo que me suplicáis", respondió el lobo, "mas quisiera que me dijéseis antes en qué término queréis se haga la división."
Entonces dijo el otro carnero:
-"Señor, ya que preguntas el modo, a mí me parece que no se debe partir, sino que te pongas en medio del prado; nosotros estaremos uno en cada extremo, correremos ambos a un tiempo, y aquél que llegare a ti primero le darás el prado, y el otro te lo comerás cuando quieras."
-"Hágase así", dijo el lobo, "me parece bien".
Fuéronse los carneros cada uno a su extremo, y corriendo con gran ímpetu al centro del prado donde estaba el lobo, le dieron los dos a un tiempo tan fuerte golpe, que el lobo cayó en el suelo, quebrantadas las costillas y medio muerto; pero poco después volvió en sí, y dijo:
-"Ni aún debo hacer caso de esta otra injuria, pues he de hartarme hoy, según el vaticinio."
Llegando en esto a la orilla de un río, halló una puerca con sus hijos que estaba paciendo, y dijo:
-"Bendito sea este día, ya sabía yo que hoy había de hartarme a mi satisfacción." Enseguida intimó a la puerca le entregase sus hijos.
-"Señor", respondió ella, "haz lo que quieras; pero deben lavarse y limpiarse primero, según costumbre que tenemos. Así te ruego, que pues la fortuna te ha traído aquí, tú mismo los laves, y después escoge de ellos los que más te agraden."
El lobo entonces tomó un lechón y se inclinó en la orilla del río para meterlo en el agua y lavarlo; pero la puerca acercándose de pronto por detrás, le dio tan gran empujón que lo arrojó al río, y arrebatado de la impetuosa corriente, fue a dar en un molino, de donde salió muy lastimado. Al fin con mucho trabajo pudo escapar de aquel peligro, y dijo:
-"Grande ha sido este infortunio, mas no hay que arredrarse, pues este día debe ser sin duda afortunado."
En esto pasó cerca de un lugar, donde vio unas cabras que brincaban muy alegres en un prado, y llegando a ellas les dijo que iba a escoger una para comérsela.
-"Bien está", respondieron ellas, "pero antes cántanos alguna cosa, pues deseamos oír esa voz que tanto alaban todos por suave y melodiosa."
El lobo que era no poco presumido, comenzó a aullar todo cuanto podía. Los aldeanos oyendo los aullidos salieron con armas y perros, y le dieron tantos golpes, que quedó casi muerto.
En fin pudo librarse de los perros, y debilitado y herido se puso a descansar debajo de un árbol, prorrumpiendo en estas quejas:
-"¡Oh cielos, cuántos males! ¡Cuántos infortunios he padecido hoy! Yo soy el culpado; porque ¿quién me hizo despreciar la manteca de puerco que hallé en el camino, y desechar asimismo la carne salada, sino mi soberbia y vanidad?
Si yo no he aprendido jamás cirugía ¿por qué quise curar a la yegua?
Si yo no he saludado las leyes, ¿quién me metió a juzgar el pleito de los carneros? Si no he sido jamás comadre, ni lavandera, ¿por qué quise lavar en el río los cochinos? ¡Oh Júpiter, arroja desde tu trono un rayo sobre mi cabeza!"
A esta sazón había un hombre encima de un árbol, limpiando y cortando algunas ramas, y oyendo las palabras del lobo, le tiró el hacha con que limpiaba el árbol, y lo hirió en el espinazo; el lobo alzando la cabeza, dijo:
-"¡Oh Júpiter, qué pronto has oído mi súplica!"
No se debe creer en agüeros, pues son vanas señales que siempre engañan. Ni se debe confiar mucho en los principios lisonjeros, pues algunas veces los fines son adversos.
(Esopo. 620 - 564 a.C.)