Ha llovido un poco, pero cuando era un chaval tenía un Commodore 64 , y uno de mis juegos favoritos se llamaba El Dictador. Bueno, supongo que sería en inglés, ya que era una especie de aventura conversacional, y me acuerdo de los "peasants".
El caso es que empezabas el juego alcanzando el poder de un país ficticio, y entonces tenías que tomar medidas. Por ejemplo venía una manifestación de campesinos que querían que bajaras los impuestos. Claro, si decías que no se te rebelaban, así que accedías, pero eso significaba menos ingresos y por lo tanto generaba nuevos problemas que necesitaban nuevas decisiones. El equilibrio era cada vez más difícil, porque parecía que todo lo que hacías disgustaba a alguien.
No sé si había una forma de ganar, ya que creo que más bien se trataba de cuanto lograbas mantenerte en el poder. Recuerdo escapar en un helicóptero de las turbas, aunque había otros finales más dramáticos
En democracia todas las ideas son defendibles, pero pese a que la gente le gusta etiquetarse de izquierdas o de derechas, o etiquetar a los demás, una cosa es hablar desde la comodidad del banquillo y otra aplicar tus idea. Probablemente nadie tenga toda la razón, y desde el poder no deberías actuar por tu etiqueta, si no por lo que es realmente necesario, aunque esté en contra de la línea teórica de tu partido (que debería indicar prioridades, no decisiones). Para eso gobiernas para todos. Por eso todos los que no gobiernan le dicen al que gobierna lo mal que lo hace, y por eso los políticos jubilados dicen "verdades como puños", porque pueden soltar sus ideas geniales sin miedo a las consecuencias. Eso es populismo : tú vótame que te bajaré los impuestos y te subiré las ayudas y las pensiones, y tú vótame y reasfaltaré tu carretera, y a ti te bajaré los autónomos, aumentaremos las inversiones, y lo que haga falta. Pero sobre todo recuerda que yo soy el mejor político de la historia.
En Cataluña hace tiempo vivimos una situación en la que una persona se encuentra en el puesto de presidente (no se presentó para tal puesto), y toma las decisiones que cada vez crean un equilibrio más difícil de mantener. Si convoca elecciones se le rebela la CUP, le dimiten diputados, etc. Si no las convoca le dimite un conseller y se aplica el 155, y al final lo que le puede es pensar que pasará a su historia como Companys, Macià o Casanovas. Y esa es una decisión que me parece correcta para un juego en el que puedes iniciar una nueva partida a ver si hay otro final.
En la película Juegos de Guerra (que viejo me siento) al final [atención spoiler] el ordenador descubre que la única forma de ganar una guerra nuclear es no hacerla.
En el camino de esta guerra hay empresas que se han ido, la gente (catalana y española) se ha polarizado, hay una división social, y hay una incertidumbre sobre el futuro que genera una crisis cuando creíamos estar saliendo de la anterior.
Decía Inés Arrimadas ayer que en Llavaneres la han declarado persona non grata sólo por su forma de pensar. No sólo en Llavaneres y no sólo a Arrimadas. Desgraciadamente situaciones similares se han repetido en otros sitios. ¿Pero que sentido tiene expresar odio hacia una persona por sus ideas?
Me he quejado varias veces de que en las fiestas populares tradicionales ondee la estelada en los gegants, o esté la estelada en el castillo de mi pueblo. No me quejo de la idea de la independencia -aunque no la apoye- si no de su imposición sin importar la opinión de los demás.
El 1-O lo viví con normalidad. Sin embargo unos días después se me acercó un vecino -me confundió- y se puso a hablarme de la violencia de la policía. Yo le dije que me parecía mal, pero también me parecía mal lo de la chica que decía que le habían partido los dedos uno a uno y era sólo una inflamación.
- Pero es violencia igualmente - me contestó, y se marchó molesto (supongo pensando que se había cruzado con un fascista)
Que yo pueda estar en contra de la violencia, pero un independentista no sepa aceptar cuanto hay de mentira en el Procés forma parte de la falta de diálogo.
Este dictador ha tomado una serie de decisiones en un camino cuyo objetivo puede ser legítimo, pero lleva demasiados años haciendo equilibrios imposibles por mantenerse en el poder. Su partido se ha roto, y en intención de voto ya se sitúa por detrás de partidos que están a favor de la permanecer en España. Las urnas son el camino democrático para saber que piensa la gente, con observadores que garanticen su legalidad, no como el 1-O en que se decretó un censo universal, hubo quien votó varias veces, sin observadores, con papeletas por los suelos, y donde el interés estaba más en mostrar colas y proyectar al exterior imágenes policiales que no en ofrecer una alternativa legal.
La partida se acaba y el helicóptero no es un buen final, pero ojalá se quede en el helicóptero.