Conozco a un murciano que ronda ya los 60 años y desde joven ha deseado vivir una revolución popular. Corrió delante de los grises, se movilizó en numerosas huelgas y participó en innumerables manifestaciones, pero nunca logró su sueño. Cuando se enteró de que en Cataluña iban a declarar la independencia, cogió el coche a toda prisa para presenciar el momento. La hipotética revolución que iba a disfrutar tenía bastante más de nacionalista que de socialista, pero menos es nada, así que iba haciendo kilómetros cada vez más entusiasmado.
Nuestro murciano estuvo presente en el Palau de la Generalitat en el momento en que se produjo la DUI. Gritó junto al tumultuo "fora fora fora la bandera espanyola", esperando que alguna autoridad la arriase. Pero jamás ocurrió. Perplejo, observaba cómo la solemne declaración de independencia no tenía ningún efecto práctico. Asombrado, comprobó que los padres de la nueva patria no ejecutaban ninguna acción concreta para hacer realidad su pomposa declaración. E incrédulo, comprobó que ni siquiera en el Palau se retiró la bandera.
Su ardor revolucionario, junto al del resto de la multitud, se fue apagando al ver cómo la declaración quedaba en papel mojado y, sobre todo, al constatar que quienes la habían engendrado no pensaban hacer nada para luchar por ella. No había estrategia, ni voluntad, ni determinación...sólo esperar como corderos a que Soraya Saez de Santamaría ocupase los edificios del gobierno autonómico. Quedaba claro que la DUI fue un errático y patético intento de contentar a las mareas independentistas a quienes se había prometido el paraíso de forma tan imprudente como esperpéntica.
Y el murciano retornó a nuestra tierra desolado, seguro de que ya no viviría ninguna revolución antes de morir y absolutamente convencido de que Cataluña es España. Porque no hay nada más español que el esperpento. Y la DUI fue uno de los mayores esperpentos de los últimos tiempos, digno de La Escopeta Nacional de Berlanga. Porque era indefendible pretender la independencia con base en un referendum sin garantía alguna, donde se podía votar dos o más veces. Pero resultaba directamente kafkiano pretender declarar la independencia de una tierra sin tener un plan para defenderla, y sabiendo a ciencia cierta sus impulsores que después de la declaración sólo quedaba esperar a la policía para que los detuviese.
Ahora se acaba de dictar la sentencia por aquellos hechos. La rebelión era infumable, y el TS ha salvado en parte su prestigio restante (ya devaluado por sus sentencias a favor de los bancos que luego tumba Europa) al no condenarles por ella. Respecto a la sedición, personalmente pienso que tampoco se dio, porque para que existiese habría sido necesario dar a nuestro murciano lo que anhelaba. Habría hecho falta retirar la bandera española del Palau, ocupar pacíficamente los edificios del Govern, hacer sentadas masivas en las calles...y practicar la resistencia no violenta cuando las fuerzas de seguridad fuesen a recuperarlos. Ni una patada, ni una pedrada...pero resistencia pacífica de cientos de miles de personas que, siguiendo una estrategia ideada por el Govern, bloqueasen esos puntos estratégicos indefinidamente hasta lograr concesiones del Estado.
Pero no hubo nada de eso, y Puigdemont emuló al Capitán Araña. Sacó a la gente a las calles prometiéndoles el paraíso, y cuando ya estaban allí pidiéndole instrucciones, les dejó solos. Puigdemont y su gente no tuvieron las narices suficientes ni para ser sediciosos. Ahora las condenas provocarán un nuevo estallido de movilizaciones posiblemente mayor que el ya acaecido, pero intuyo que terminarán apagándose. Al final, el aburrimiento y la decepción con los líderes serán los peores enemigos del independentismo y acabarán por desinflarlo, por mucha gasolina que pretendan echarle el trifachito y las fuerzas vivas de nuestra gloriosa nación. El mundo al revés. No hay nada tan kafkiano. No hay nada tan español.