Ser el paladín o el campeón de una idea es un trabajo muy ingrato. Si realmente quieres serlo te toca batirte el cobre en cada plaza frente a adversarios que pondrán a prueba tus ideas y tus argumentos con los suyos propios. Es probable que con cierta frecuencia salgas mal parado, si no totalmente derrotado, lo que va minando tu moral y (también muy importante) tu "prestigio". El "prestigio" puede ser muy importante porque es necesario para ganar nuevos adeptos para tu causa y no ir penando de un lado para otro con tus incondicionales de siempre, los que te jalean cada gesto y cada palabra mientras abuchean y menosprecian a quien quiera que se atreva a ponerte en duda.
Muy duro, es un trabajo muy duro. Especialmente si estás en esto no porque tengas ideales, principios o elevadas intenciones, sino porque quieres que te reconozcan, te admiren, te quieran o te teman. A ti, no a lo que dices y presumes representar.
Es por eso que los mitos son tan útiles, tan cómodos, tan manejables. Si consigues crear uno ya tienes casi todo el trabajo hecho: arroparte con un buen mito te da prestigio y empaque, y un montón de ventajas adicionales.
Lo mejor de un mito es que, al crearse sobre alguien que ya está muerto, no te arriesgas a declararte representante de una persona que puede desdecirse, cambiar de opinión, evolucionar, acercar posturas con otros. Resumiendo: un mito no va a dejarte con el culo al aire en el momento más inoportuno. El mito es perfecto en su inmovilismo, como grabado en piedra. Una escultura frente a la cual organizar homenajes y llevarle flores de vez en cuando.
Más ventajas de los mitos: son unos escudos estupendos. Si alguien los intenta rebatir es porque son unos cobardes que no se hubieran atrevido a hacerlo cuando estaba vivo. Además, el proceso de rebatir lleva más tiempo que el de difundir con lo que, si eres espabilado y usas bien tus resortes, para cuando llega el momento en el que se le empiezan a saltar las costuras los admiradores ya no están dispuestos a escuchar algo en contra porque están embelesados contemplando al ídolo del que emana la verdad y la razón.
El proceso de construcción te permite además ir corrigiendo algunos defectos. Si algo de lo que dejó está un poco desfasado, es difuso o directamente cojea siempre puedes reinterpretar y adaptar su legado a los tiempos actuales como te convenga, recurriendo a los muy socorridos "lo que quería decir", "lo que se entiende de esto", "adonde él/ella quería llegar" o fórmulas similares. Total, esa persona ya no está para despejar dudas o arriesgarse a meter la pata, que es algo más propio de los paladines que de los mitos.
Y todo lo que los mitos tienen de fuerte lo tienen también de indefensos frente a los desaprensivos: una vez comprobada y validada su resistencia, el paladín puede tomarlo como suyo sin riesgo alguno a ser desautorizado por el mito. No hay riesgo a que reniegue de ti, ni pedirte que dejes de hablar en su nombre, ni que te diga que no has entendido nada y que no le molestes más.
Y así, el autoproclamado paladín de un mito puede ir a la batalla más fuerte y menos vulnerable, presentándose como un valiente mientras se esconde detrás del mito.
Porque total, las tortas que lleguen serán en la cara de otro que ya no puede defenderse, ni siquiera de él mismo.