De banderas y lágrimas

Es una verdadera lástima lo que está ocurriendo en España estos últimos años.

Poco a poco se están cargando las bases de nuestro sistema mientras nos quedamos pasmados como boniatos observando como lentamente se desmorona nuestro país.

Nuestros poderes legislativo y ejecutivo son un mero chiste, una mera marioneta en manos del partido de turno que legisla en su propio beneficio en lugar de en beneficio de la ciudadanía. Poderes corruptos hasta tal punto que el partido en el poder está en el banquillo de los acusados.

Nuestro poder judicial muestra al público su fea cara: músicos, humoristas, titiriteros, periodistas y ciudadanos con procesos inverosímiles, completamente desmedidos o solo punibles a causa de una interpretación esperpéntica de la ley. Mientras, hemos sido testigos de cómo los poderosos salen de rositas o con penas mínimas ante asuntos mucho más graves.

De los tres poderes, a día de hoy no es de fiar ni uno de ellos. Y eso se refleja en todos los niveles. Hasta el más cegado que lea estas líneas no necesitará ni un minuto para encontrar ejemplos…

Esta es nuestra España y, cuando veo la bandera en la calle, en lo único que pienso es en que mi país está secuestrado por mafiosos y ladrones que lo están destruyendo, mientras nosotros damos más importancia a esa bandera que a su significado y nos envolvemos los ojos con ella para no ver en que se está transformando nuestro país.

Lo peor es que, cuando te quitas la venda un momento y miras la tendencia, esta es cada vez más sombría. El mero acto de pensar donde estaremos a cinco o diez años vista devuelve una imagen estremecedora:

Una España más desigual.

Una España menos libre.

Una España más endeudada.

Una España más pobre.

Al pensar en esto no puedo evitar que se me humedezcan los ojos porque, a mi nivel (como cada ciudadano), he sido cómplice necesario para que esta visión de España se haga cada día más real y palpable.

La realidad es que estamos así porque España nunca nos importó ni una mierda, si nos hubiera importado lo más mínimo no la habríamos dejado caer tan bajo.

Y ahora, adormilado en una existencia extremadamente cómoda, confortable y fácil, espero cínicamente a que todo se desmorone solo por el placer de poder decir a aquellos que lucharon menos que yo, que no lucharon en absoluto o que lucharon en contra “Os lo dije” mientras sujetamos las cenizas de lo que en algún momento llamamos con orgullo España.