En la actualidad predomina la visión de un pasado injusto con la mujer en el que esta era un ser secundario, invisible y que se hallaba siempre a la sombra del varón (sino estando sometida por este). Si bien es cierto que podemos encontrar escritos de la antigüedad que destilarían cierta misoginia, también es igualmente cierto que no es difícil encontrarlos en el sentido opuesto, es decir, aquellos en donde la mujer sería vista como un ser de igual a igual o incluso de una naturaleza superior al hombre.
Probablemente, el amor hacia la madre, fuese el caso más claro en el que se percibía a la mujer (aunque fuese a una) como el ser más sagrado de todo el universo. Honore de Balzac escribía lo siguiente:
Jamás en la vida encontraréis ternura mejor y más desinteresada que la de vuestra madre.
El filósofo Ernest Bersot, a su vez nos decía:
Muchas maravillas hay en el universo; pero la obra maestra de la creación es el corazón materno.
Por su parte, Abraham Lincoln:
Todo lo que soy o espero ser se lo debo a la angelical solicitud de mi madre.
En la misma línea, Napoleón sentenciaba:
El porvenir de un hijo es siempre obra de su madre.
Y lejos de la idea de que la mujer era un ser secundario a la sombra del hombre, el poeta William Ross nos dejaba escrito que:
La mano que mece la cuna es la mano que gobierna el mundo.
Pero no solamente los hombres se deshacían en elogios hacia las madres, en la época del amor cortés, el enamorado veía en su “Dulcinea” a un ser superior al que profesaba entrega y veneración:
Yo no nací sino para quereros; mi alma os ha cortado a su medida; por hábito del alma misma os quiero. Cuanto tengo confieso yo deberos; por vos nací, por vos tengo la vida, por vos he de morir, y por vos muero.
Algunos de los rasgos de este amor son la humildad, pues siempre el enamorado se siente inferior a la amada, y la cortesía, porque sus formas no son groseras sino refinadas y llenas de delicadeza. El caballero debía estar totalmente sometido la dama. Esta era superior y él debía hacerse merecedor de ella. Necesitaba para ello, una gran dosis de paciencia y de sufrimiento, unido a la realización de grandes hazañas. Es de aquí de donde se deriva lo que hoy entendemos por galantería: dejar pasar a las damas primero, abrirle las puertas, dejarles el lado interior de la acera al caminar juntos, etc. Seguidamente venía la cortesía. Todo debía hacerse con gran delicadeza y belleza. El arte de amar tenía todo un ritual: no era el acto lo importante, sino el sentimiento. Las proezas guerreras del caballero se atribuían al ardor que le inspiraba la dama y no a su amor a la patria. Un caballero debía, siempre, estar dispuesto a demostrar su valor y coraje ante la amada.
En el siglo XV, Martín de Córdoba veía al varón como un arma de destrucción masiva y a las mujeres como seres que contribuían al bien de la vida:
Decían asimismo los que en esta materia hablaban (…) que los hombres son los que tienen bandos, levantan sediciones, sustentan guerras, andan enemistados, traen armas, derraman sangre y hacen todos los insultos, de las cuales cosas son libres las mujeres, ca ni tienen bandos, ni matan hombres, ni saltean caminos, ni traen armas, ni derraman sangre, sino que vemos que la priesa que se dan los hombres a matar se dan las mujeres a parir. Pues esto es así, más razón es que sean mandados los hombres, pues disminuyen a la república [el bien común], que no las mujeres, pues son causa de aumentarla (…).
En El triunfo de las donas, Juan Rodríguez del Padrón (1390-1450 d.C.) va más allá, y enumera hasta 50 razones por las que la mujer es superior al hombre. Aquí, la primera, que viene a decir que las cosas creadas por Dios fueron de menor a mayor nobleza, culminando en la mujer. Añade también que las menos nobles debían servir a las más nobles, como los animales al hombre, y por tanto el hombre a la mujer:
La primera es por aver seido después de todas las cosas criada; commo las criaturas menos nobles ayan seido primeramente en el mundo criadas, e las más nobles últimamente, por que las menos nobles pudiesen por (h)orden a las más nobles servir, segund que la materia sin forma primeramente criada servió a la criaçión de los sinples quatro elementos, e los sinples quatro elementos al vapor, por dellos conpuesto, e el conpuesto vapor a las vivas plantas, e las vivas plantas a las sentibles bestias, e las sentibles bestias al primero animal razonable, et el primero animal razonable a la muger, después de la qual ninguna cosa a que servir deviese se falla criada; e de la criatura razonable el humano cuerpo fue criado primero que fuesse él ante, por ser menos noble, en servimiento d[e]ella formado.
En Cárcel de Amor de Diego de San Pedro (1437-1898), el autor nos deja los siguientes fragmentos en referencia a la figura de la mujer:
Todas las cosas hechas por la mano de Dios son buenas necesariamente, que según el obrador han de ser las obras: pues siendo las mujeres sus criaturas, no solamente a ellas ofende quien las afea, mas blasfema de las obras del mismo Dios.
¿pues cuál lo puede ser mayor que desconocer el bien que por Nuestra Señora nos vino y nos viene? Ella nos libró de pena y nos hizo merecer la gloria, ella nos salva, ella nos sostiene, ella nos defiende, ella nos guía, ella nos alumbra: por ella, que fue mujer, merecen todas las otras corona de alabanza.
No puede ninguno (ningún hombre) decir mal de ellas sin que a sí mismo se deshonre, porque fue criado y traído en entrañas de mujer y es de su misma sustancia, y después de esto por el acatamiento y reverencia que a las madres deben los hijos.
Cuando se estableció la caballería, entre las otras cosas que era tenido a guardar el que se armaba caballero era una que a las mujeres guardase toda reverencia y honestidad, por donde se conoce que quiebra la ley de nobleza quien usa el contrario de ella.
El autor continúa enumerando “veinte razones por que los hombres son obligados a las mujeres”: porque de la templanza les hacen dignos, les dan fortaleza, les dotan de las virtudes teologales, les dan esperanza, les hacen merecer la caridad, les hacen ser contemplativos, les hacen sentir arrepentimiento, les dan buenos consejos, les hacen honrados, les apartan de la avaricia, les educan bien, les hacen ser galanes, les hacen ser músicos, les hacen ser valientes…
Pero, no solamente en el amor podemos ver gestos deferentes hacia la mujer, ya en la antigua Roma, a diferencia del relato actual, podemos encontrar cómo el Derecho Romano clásico protegía a la mujer del abuso doméstico por parte del marido. Golpear a la esposa era suficiente motivo para el divorcio u otra acción legal. Según Plutarco, Catón el Viejo dijo:
“el hombre que golpea a su esposa o hijo, pone manos violentas sobre lo más sagrado de las cosas sagradas”.
Del mismo modo, en el siglo XIX, el escritor Ricardo Palma escribía en sus Tradiciones peruanas el relato titulado “No se pega a la mujer”:
¿Se olvida usted, compadre, de que lleva pantalones, y desciende hasta la indignidad de pegarle a una débil mujer. (…) Y usted, sargento, vaya arrestado por un mes, y sepa que un proverbio árabe dice que a la mujer no se le pega ni con una flor.
Con estos ejemplos (y otros tantos de los que está llena la literatura, la filosofía y la historia) pareciese que el relato de un patriarcado cruel y misógino hacia el género femenino tuviese algún que otro agujero para ser tomado demasiado en serio. Más bien parece que los hombres podían ser, también, seres considerados con las féminas y que estas podían llegar a sentirse bien tratadas por aquellos, aunque, por supuesto, esto no niega que hayan existido escritos y hombres misóginos. Quizás, la expresión "de todo hay en la viña del Señor", sea la visión más equilibrada del asunto.