Cuando los moscovitas prefirieron incendiar su ciudad a rendirse ante Napoleón

Corría el año 1812 y Napoleón estaba en plena campaña de conquista de Rusia. El francés ya llevaba tres meses batallando más allá de los Urales y el 14 de septiembre pudo, por fin, divisar las brillantes cúpulas de las iglesias ortodoxas de Moscú. El emperador venía de vencer a los rusos en Borodino y supuso que conquistar la capital acabaría con la guerra con una total derrota de sus adversarios.

Las tropas francesas se quedaron asombradas del tamaño de la capital rusa, que a la sazón ocupaba 340 hectáreas y contenía más de 450 fábricas y talleres y numerosos palacios y edificios notables. Sin embargo, algo no iba según lo esperado y los soldados notaron pronto que habían llegado a una ciudad fantasma, ya que no había ni rastro de los 270.000 moscovitas que la habitaban.

El Conde de Ségur cuenta en su libro sobre la campaña rusa que “no se ve una sola chimenea de la que salga humo; ni el más ligero ruido brota de aquella inmensidad”. De hecho, cuando entra el emperador en la ciudad se queda asombrado de que nadie salga a recibirle y a pactar la rendición de la ciudad, como era habitual cuando se ganaba una plaza.

Mientras Napoleón se instala en el Kremlin, el general Mortier es designado gobernador militar de la ciudad, y su misión era impedir destrucciones y saqueos. El emperador está encantado de habitar el palacio de los zares y se dedica a disfrutar de su victoria.

Esa misma noche, relata el conde de Ségur, “una claridad extraordinaria despertó a los oficiales, que pudieron presenciar cómo las llamas devoraban la elegante y noble arquitectura de los palacios”. Se trataba de un incendio que tenía muchos focos y que se propagaba rápidamente. La ciudad pronto fue pasto de las llamas, que llegaron cerca del Kremlin, donde se guardaban reservas de pólvora, por lo que se decidió que Napoleón esperaría en un palacio a las afueras de la ciudad, de la que ardieron tres cuartas partes.

Cómo se originó el gran incendio de Moscú de 1812

Ha habido varias teorías sobre el origen del fuego, y aunque la propaganda rusa al principio culpó a los franceses de él (diciendo que hicieron hogueras descuidadamente en mitad de una ciudad en la que la mayoría de edificios eran de madera), hoy se considera probado que el responsable fue el gobernador de Moscú, el conde Fiodor Rostopchin.

Tras la derrota de Borodino, el general Kutuzov decidió replegarse hacia el Este en vez de defender la capital, para poder reagruparse. Este gesto fue visto como una cobardía por parte de Rostopchin que tenía sus propios planes.

Los ciudadanos moscovitas fueron evacuados al ver el avance de la Gran Armada, mientras ponían a salvo los archivos, las bibliotecas y los tesoros de la ciudad para que no cayeran en manos de los franceses, que eran conocidos por los saqueos tras sus conquistas. Los ciudadanos, que estaban asustados por las historias de lo sádicos que eran los invasores, se escondieron en los bosques cercanos a la capital mientras pasaba la batalla.

La noche anterior a la entrada de Napoleón a la ciudad, Rostopchin se reunió con sus lugartenientes y ordenó que se prendiera fuego a la ciudad. Eligieron los puntos clave para que el incendio se extendiera rápidamente, prepararon artefactos incendiarios y liberaron a varios delincuentes (“harapientos y de rostro patibulario”, según el conde de Ségur) para que ejecutaran el plan a cambio de su libertad.

Los incendios se extendieron por toda la ciudad, comenzando por diversos puntos diferentes y propagándose por unas casas de madera que estaban secas después del cálido verano. Esta fue la señal que aprovecharon los saqueadores para dar rienda suelta a su avaricia.

Los saqueadores eran soldados franceses pero también oficiales y generales, que se decían a sí mismos que, como los cuadros y los tesoros iban a arder de todas maneras, era preferible sustraerlos. Los soldados de a pie entraban en las casas, desvalijaban a los vecinos y propinaban palizas a quien se resistiera. Incluso las cantineras francesas ayudaron en el saqueo, robando a las mujeres rusas sus objetos de valor.

En tres días desaparecieron 6.400 viviendas, cientos de tiendas y almacenes, 122 iglesias, la biblioteca Buturlin y la universidad. Tras el fuego se hallaron 12.000 cadáveres, incluyendo 2.000 soldados rusos que estaban heridos y no pudieron huir.

Una vez sofocado el incendio (no sin dificultad porque Rostopchin había mandado destruir los equipos de los bomberos), Napoleón comenzó a negociar con los rusos desde su capital. Cuando en octubre comenzaron a caer las primeras nevadas, el emperador dio orden de volver a Francia, en un trayecto que fue especialmente duro tanto por el frío del invierno como por el acoso del ejército del zar.

El cuadro es El gran incendio de Moscú de Adam Albrecht.