Confinamientos de hojalata

Por primera vez desde hace diez días, me dispongo a ir al supermercado a comprar provisiones. Esto ocurre en Baleares, pero seguramente esté ocurriendo en toda España.

Estamos hablando de un supermercado de barrio, en el que diez o veinte personas ya irían dándose codazos entre las góndolas. El cartel, a la entrada, puesto para "prevenir" infecciones:

AFORO MÁXIMO 70 PERSONAS.

Entro, buscando algún gel de manos con el que limpiarme, y no encuentro nada. Junto a la puerta veo la caja que seguramente, hace una semana, estaba llena de guantes: Un solo guante azul yace aburrido dentro de ella. Me lo pongo en la mano derecha y paso al fondo. Y me encuentro un panorama desolador.

Un supermercado absolutamente desbordado, más lleno de lo que hubiese estado un 23 de Diciembre, lleno de gente saludándose y de cháchara, salpicando gotas de saliva sobre la fruta desnuda. Veo viejos con una cerveza o un paquete de fideos en la mano acercarse a la caja y me percato de lo que está pasando: La mitad de estos seres está usando el supermercado como excusa para reunirse con toda su puta familia.

Tras más de una semana, sigue sin haber jabón de manos, papel higiénico o huevos. Cada dos por tres, al darme la vuelta para recoger algo, puedo sentir el aliento de algún tipo que no escuchó en Telecinco lo de la distancia de seguridad soplándome la nuca a diez centímetros.

Paso a la caja y me encuentro a un cajero rendido, con una mascarilla de pintor sujetada en la cabeza, dejando completamente al descubierto su cara demacrada por el cansancio. Al volver a la calle veo a la misma gente con la que me crucé en el camino de ida dando vueltas a la manzana con un perro o un pan bajo el brazo, y a parejas y tríos de personas pasar frente a la policía, a la que se puede ver por la calle unas dos veces al día, siendo generosos. Nadie los intercepta, ni les hace una sola pregunta. Esto ya lo había visto desde la terraza, pero verlo en primera persona es aún peor.

Esta es la situación en nuestro confinamiento de hojalata, en una región, un país y un continente donde absolutamente nadie es capaz de pensar en el medio y largo plazo, y donde preocuparse por la salud pública es de raritos y maricones. Una región y un municipio con pocos infectados, pero donde probablemente haya una masacre dentro de no muy poco. Y no podría decirse que no nos la merecemos.