Comunicado de las feministas que humillaron y golpearon a sus aliados varones

Resumen: Feministas del movimiento anarquista/okupa gallego dicen haber sufrido 6 violaciones en una semana por parte de sus compañeros. Preparan una "acción" para la que convocan a un centenar de hombres de los movimientos sociales el 1 de Junio en una sala empapelada con las fotos y los nombres de los citados. Les ordenan señalarse a sí mismos y a sus compañeros como agresores. Después les dicen que todos son violadores y terminan por escupirles y pegarles. El tema sale a la luz y entonces ellas lanzan el comunicado que pongo a continuación justificando lo sucedido.

Antecedentes:

JUSTICIA POR LA MANO - Comunicado 1 J 2019 (fuente original clicando aquí)

"Tratar lo real con honestidad siempre supone ejercer una violencia, hacia una misma y hacia lo existente, porque implica dejarse atravesar el cuerpo y la mente y porque supone entrar en escena para tomar posición y violentar." Valerie solanas (Autora del manifiesto SCUM, donde abogaba por la aniquilación de los hombres)

Aclaración previa: Somos feministas autónomas que nos unimos en la necesidad de dar una respuesta colectiva.

El Aturuxo das Marías fue el escenario. Pudo haber sido cualquier otro.

CONTEXTO

Llegar aquí fue posible gracias al trabajo y las contribuciones de muchas generaciones de compañeras de las cuales heredamos la posibilidad de denuncia y la idea de que la legitimidad de definir que es una agresión, es de la agredida y no del agresor.

Desde hace años hemos empezado a darnos cuenta de que los agresores también militan con nosotras. Esto se materializa con una denuncia pública en 2015 de un agresor y su posterior gestión, proceso que genera la necesidad de la creación de un protocolo contra las agresiones machistas en los movimientos sociales. Este caso supuso un punto de inflexión a la hora de responder públicamente a las agresiones señalando a un militante de dentro de la izquierda y los movimientos sociales de Galicia. En su momento, sacar esto a la luz fue polémico, pero sentó el precedente para que otros agresores dentro de los movimientos sociales se hicieran visibles, y para que nuestros compañeros con quienes compartimos militancia se dieron cuenta de que por estar dentro de los espacios de trabajo políticos no están exentos de ser señalados como agresores.

Algunos hombres comienzan a reconocer su papel como agresores e incluso la estructura que legitima este poder y violencia. El punto central que motivó los eventos de la convocatoria del 1 de junio es que, aunque se reconocen como agresores, nunca se responsabilizarán de serlo. Y continuarán agrediendo.

Lo que ocurrió el sábado 1 de junio no fue una acción aislada, fue una respuesta a una situación de emergencia. Una reacción de autodefensa.

Una semana antes, las chicas se reunieron por unos días para trabajar y compartir tiempo juntas. Aparecieron, entre otros temas, las agresiones, aunque no era el objetivo de la juntanza. Las primeras que aparecieron fueron los que más hemos naturalizado: "un tío que te grita en la calle, un tipo que te toca el culo..."

Llega la noche. Una compañera habla de una violación. Esta vez el violador no es un extraño. Luego otra. Y otra. Y otra. Se hace el silencio. Lloros. Impotencia. Rabia. De repente, las violaciones pasan de la esfera personal a la esfera colectiva. Algunas de ellas han sucedido en los últimos meses, y todas ellos por nuestros compañeros, con quienes compartimos espacios de lucha y, con algunos, muchos aspectos de nuestras vidas. Y nosotras gritamos. Y otras compas ya estaban gritando también. Y otras. Y otras. Y el grito se hizo colectivo.

Aquí está la pregunta: ¿qué estamos haciendo para que deje de suceder? Protocolos, grupos de masculinidades, espacios no mixtos, vetos, debates, pedagogía con las personas más cercanas ... Para llegar a donde estamos este trabajo fue necesario, pero estas agresiones muestran que no son suficientes. Nos duele la vida. Continuamos creando espacios y relaciones personales que consideramos seguras, pero no lo son.

¿Qué es un espacio feminista? ¿En qué medida los centros sociales son espacios seguros? ¿En qué medida estamos cambiando la forma en que nos relacionamos?

Lo cierto es que compartimos espacios con amigos, hermanos, y llevamos años viendo cómo no asumen su responsabilidad en la lucha contra la violencia machista. Finalmente, prefieren mantener sus privilegios a través de la camaradería en lugar de romper con el patriarcado que llevan dentro. Cuando hay una agresión, siempre somos las mujeres las que señalamos; cuando hay actitudes machistas, siempre son nuestras voces las que se alzan. Además de asumir la carga de recibir la agresión, somos nosotras los que tenemos que acompañar, reflexionar, proponer medidas.

¡Estamos hartas! ¡La ira es nuestra también!

¡La guerra ya estaba allí, pero estaba silenciada!

DE LO QUE SUCEDIÓ EN LA CONVOCATORIA

Hombres que estaban directa o indirectamente vinculados con los movimientos sociales de Galicia y con quienes militamos y compartimos lazos afectivos fueron convocados el 1 de junio a las 6.30 pm en el CSOA Aturuxo das Marías.

Abrimos la puerta del espacio media hora después, y a los primeros les ordenamos que subieran al piso superior. El resto siguió un cartel que indicaba que subiesen al tercer piso, dos de ellos llegaron tarde, los que subieron al mismo tiempo que nosotras. En la sala estaban las fotos colgadas con sus nombres escritos en la parte superior (101 en total). Había unos cuarenta varones, nosotras -también éramos unas cuarenta mujeres-, al subir no entrábamos en la habitación, y tuvimos que quejarnos varias veces y decirles que se echasen para atrás, ya que muchas de las chicas todavía esperaban en las escaleras.

Dejamos un rotulador en una silla y les dijimos que se señalen a sí mismos en el caso de considerarse o considerarlos agresores. Una gran mayoría de los hombres presentes salieron a señalarse a sí mismos; muchos de ellos también señalaron a otros. Un hombre escribió un interrogante sobre su fotografía. Dos jóvenes señalaron todas las fotografías. Y al menos cuatro no salieron a marcar. Solo había un marcador, deliberadamente solo uno. Queríamos ver todo el proceso con calma.

Cuando terminaron, presentamos una lista de hombres que sabíamos que habían cometido alguna agresión machista, no necesariamente delincuentes sexuales; acompañando esto con un círculo en sus fotos, para diferenciar nuestras marcas de las suyas. Nuestro listado tenía 48 nombres. Casi todos los que hemos nombrado antes. Casi todos.

Por supuesto leemos un texto; la mayoría de nosotras estábamos llorando. La mayor parte de ellos miraraban hacia el suelo, a la vez que nosotras nos redistribuíamos ocupando más espacio.

En el comunicado les advertíamos de que la convocatoria no era un diálogo y los reconocíamos como lo que eran para algunas, como lo que son para otras: nuestros compañeros de la vida y la lucha; nuestros hermanos. Les dijimos que no podíamos soportar más agresiones, más violaciones, que la violencia excedía los límites de nuestro entendimiento. Les dijimos que seguían sin responsabilizarse de lo que nos hacen, individual y colectivamente. Les dijimos que no podíamos seguir compartiendo espacios con quienes nos atacan y nos violan sistemáticamente. Les dijimos, y esto es fundamental, cuánto dolor nos producía que prefieren sus privilegios a nosotras, a nuestra alianza.

Luego las agredidas ejercimos la violencia física; y esto no fue una violencia programada. Pero éramos conscientes de que esto podría suceder poniéndonos frente a quienes nos agredían.

De los aproximadamente cuarenta asistentes, en ese momento, cuatro de ellos recibieron violencia física:

Uno de ellos tres escupitajos, dos bofetadas y un empujón.

Otro una bofetada.

Otro una bofetada y un empujón.

Y a otro, en dos momentos diferentes, una chica le golpeó y gritó.

De los asistentes, ninguno contraatacó y uno de ellos abandonó el espacio cuando comenzó la violencia física.

Les acusamos, les hacíamos preguntas: "-¿Tú violaste?" "-Sí" "-¿Y me advertiste?" Porque creí que eras mi hermano".

Cuando consideramos que todo estaba dicho, les ordenamos que salieran del espacio. A medida que descendían, ocho mujeres se distribuían entre la puerta del espacio y las escaleras. En esta salida hubo varios que recibieron una respuesta física: hubo un puñetazo, algunas patadas, bofetadas, collejas y algún empujón (sin caer por las escaleras como han dicho).

Todo duró aproximadamente una hora y media.

REAZONES

Antes de presentar las razones aquí, queremos dejar claro que lo que sucedió esta hora y media fue un ejercicio de valentía, pero no por esto no es doloroso. También es necesario hablar de nuestras razones internas antes que de las externas. Este proceso fue muy difícil individualmente y también colectivamente. Pero fue un grito desesperado y necesario después de asumir que nuestros compañeros son los que nos violan y nos atacan sistemáticamente. Muchas veces somos nosotras mismas quienes invisibilizamos las agresiones para seguir priorizando nuestros vínculos, nuestros lazos afectivos.

Este "¡Ya es suficiente!" es el estallido de una situación insostenible. A veces solo desde las ruinas y solo desde lo destruido podemos comenzar a construir... de otra manera. Vamos a hacer lo que sea necesario para que nuestros cuerpos y los de nuestras compañeras estén a salvo. Esto solo se logrará mediante una lucha colectiva y personal de los hombres. Si no, seguirán atacándonos impunemente y ya estamos cansadas, joder! Estamos hartas!

Dicho esto, observamos diferentes reacciones a lo que sucedió el 1 de junio: quién apoya, entiende, asume y tiene la voluntad de revisarse; quien, refugiándose en las formas, invisibiliza, niega e invalida el mensaje o el contenido de fondo; quien nunca creyó en el feminismo y ahora muestra su rostro real al poner su ideología machista sobre la mesa bajo la excusa de lo que sucedió, pasando por una amplia gama de posiciones y actitudes.

Ante todas estas reacciones, queremos agradecer a todos las compañeras que se han allegado a nosotras desde opiniones o posiciones diferentes, pero desde una actitud de escucha y respeto. Gracias también a todas las que nos dieron las gracias, sabiendo que esta acción ha ayudado a otras mujeres la hace más valiosa todavía.

¿Cómo se desaprueba lo que ocurrió el sábado?

En primer lugar, con el cuestionamiento de las formas. Se critica el hecho de ser violentas, de utilizar la acción directa. Es incoherente que las mismas personas que creen en esta práctica en todos los demás aspectos de la lucha, ahora nos acusan de tener comunión con el fascismo. ¿Cómo es posible que se aplauda la autodefensa cuando se enfoca en alguien fuera del movimiento y ahora nos miran escandalizados por el hecho de enfocarla cara adentro? ¿Será que reconocían estas prácticas de manera aislada y no bajo una estructura? ¿Será que tienen miedo al fin de su impunidad? Nos exisgen que seamos pedagógicas, comprensivas, que no utilicemos la acción directa. Nos exigen que ante una situación normalizada de agresiones y violaciones, nuestra respuesta sea una pedagogía continua e infinita, pero no la ira. Pueden entender las lágrimas pero no los puños. ¿Por qué? Porque no asumen la violencia que ejercen contra nosotras como un problema real presente en nuestros espacios. Se analiza de forma aislada, se evita abordar el problema convirtiéndolo en algo ajeno, y se busca que la forma de resolverlo sea privada y no colectiva. 

Quieren que permanezca debajo de la alfombra porque no se admite que existe una cultura de violación de la cual los hombres son participantes debido a su socialización. Por lo tanto, ponen el cuestionamiento en las formas: en la violencia, en los puños, en las fotos... En contraste, no cuestionan su papel y responsabilidad en la violencia ejercida, ni asumen qué llevó a sus compañeras a reconocerse como agredidas, a reconocerlos como agresores. La estrategia es simple: aferrarse a la crítica de las formas para obviar el contenido de fondo. La acción del 1 de junio fue un ejercicio de dignidad colectiva. Uno pone las cartas sobre la mesa: visibilizamos la violencia que ejercen sobre nuestros cuerpos y asumimos la respuesta. Las formas podrían haber sido otras, pero las críticas serían las mismas: se repiten antes de cada acción de autodefensa.

En segundo lugar, se cuestiona una supuesta lógica punitiva. Hemos asumido, desde diferentes posiciones y perspectivas, que era necesario y urgente decirles a nuestros compañeros que ya basta! Esta acción se generó a partir de la ira, pero también con el objetivo de colectivizar un problema, aliviando la necesidad de exponer una realidad que fue ignorada e invisibilizada. Es cierto que existe violencia física, pero esto no significa que provenga de una lógica de castigo, sino de una expresión de repulsión de nuestras entrañas por lo que está sucediendo. Por esta razón, resulta anecdótico cuando se señala que este día tuvo una violencia programada y sistemática. Si esto fuese así, todas responderíamos de la misma manera, con las mismas formas y de la correspondencia de una respuesta a cada ataque. Y esto no fue así.

De aquí en adelante, también nos gustaría señalar que a los que hablan de lógica punitiva, poco les importó usar el sistema de veto como una forma de castigarnos, instrumentalizando una herramienta de autocuidado feminista que garantiza nuestra seguridad; o llevando a cabo una amplia gama de medidas punitivas contra nosotras en diversas áreas de nuestras vidas. De la misma manera, aquellos que critican que señalásemos a nuestros agresores ante las personas presentes el 1 de junio, no tienen reservas en exponer públicamente a las mujeres presentes en la acción. Esta incoherencia o doble rasero es evidente al comparar sus reacciones con nuestra acción el 1 de junio (movilización inmediata de personas y recursos y publicación de varios comunicados) y las reacciones de las mismas personas ante casos de agresión masculina (pasividad, silencio, invisibilización, ridiculización y minimización de la agresión, resistencia ante las medidas de protección de las agredidas, ataques a las agredidas y las personas que las apoyan, y defensa de los agresores).

En tercer lugar, nos llaman irracionales: no tenemos la capacidad de razonar y decidir libremente, o bien actuamos desde el sectarismo, o bien desde una pequeña cúpula que manipula el resto. Así, responsabilizan de toda la acción a unas pocas mujeres, las malas mujeres, las locas, a las que convierten en el enemigo al que odiar y castigar; mientras se infantiliza al resto, a las que convierten en juguetes manipulados, a quienes rescatar y reeducar. Por esta razón, hablar de manipulación de la sorodidad nos parece insultante.

Esta visión está nuevamente mediada por prejuicios y relaciones personales, y responde a una estrategia de dividir y desacreditar la autonomía de quienes decidimos estar allí. En contra, nos reconocemos en nuestra propia diversidad, en la que hay múltiples sentimientos acerca de lo que sucedió, en el que las circunstancias son diferentes, en las que no todas sienten lo mismo. Y esto no es algo que queremos eliminar, ni algo negativo, pero nuestra presencia desde diferentes puntos responde al hecho de que en algún momento de nuestras vidas sentimos la violencia de aquellos a quienes llamamos compañeros. Con esta acción decidimos poner nuestras vidas en el centro.

Cuarto, nos acusan de ir en contra del trabajo realizado por el feminismo. Durante mucho tiempo, hemos entendido que no hay un feminismo, sino un feminismo diverso. También nosotras lo somos, pero es desde el feminismo que cree en la autodefensa que hemos decidido construir esta acción. Queremos enfatizar que nuestra existencia no va en contra de otras formas de hacer, sino que es una más entre las posibles, y es por eso que queremos que se respete.

Estos argumentos, entre otras cosas, fueron los utilizados para desacreditar lo que sucedió el 1 de junio. Un relato construido para crear empatía con los atacantes presentes y no con las mujeres maltratadas. Un sinfín de comunicados inmediatos en los que ellos tienden a victimizarse y acusarnos de no encontrar la manera correcta de evitar que nos ataquen y nos violen. Nos culpan por no dar con boton exacto, con la fórmula mágica, para que revisen sus privilegios y conducta. Pero no hacen, ni en este caso ni en otros, por ponerse en nuestro lugar. Un lugar que no podrían soportar, ya que se comparan a sí mismos para esta hora y media de acción, con colectivos marginados, perseguidos, torturados y asesinados sistemáticamente.

¿Y las consecuencias de estas razones?

Con todo esto, sale a la luz el discurso latente de algunos de nuestros compañeros, que no creen en la veracidad de los agresiones que denunciamos, que no creen en la existencia de violencias estructurales a las sobrevivimos y contra las que luchamos. En resumen, los argumentos que están utilizando para desacreditarnos ya los conocemos: feminazis, locas, exageradas, denuncias falsas ... Por mucho que lo disfrazen, en otras palabras, el fondo es el mismo, y existen los machistas de extrema derecha y de izquierda, los agresores comunistas y anarcas, los que ocupan cargos políticos y los que informalmente ocupan una posición jerárquica.

En este encuentro se reafirman en sus posiciones, en sus privilegios. Defendiendo al amigo agresor se defienden a sí mismos, ya que saben que pueden ser los próximos de los que se haga pública una agresión cometida. En este encuentro van cerrando filas para no tener que escuchar nada más que a sí mismos: es más fácil atacar a las compañeras que trabajar con sus propios privilegios.

Las consecuencias de su elección es la reafirmación del discurso patriarcal más crudo, creando un contexto de devaluación de la lucha feminista en general, e impulsando concretamente un proceso de deshumanización de las mujeres que participaron en la acción y desacreditando la violencia que denunciamos. Esta no es una idea teórica, sino una práctica de violencia que ya se ha ejercido contra varias de nosotras: agresión física, acoso, amenazas de agresión sexual, ... bajo la protección de este discurso patriarcal contra nosotras, porque nadie nos va a creer o a nadie le va a importar que seamos agredidas: simplemente porque hemos expuesto un problema colectivo, dejando en claro que nuestro cuerpo y nuestras vidas están en el centro.

CONTENIDO POLITICO

En esta era de posmodernidad que enfatiza la diversidad que existe en el sujeto "mujeres", casi nos aventuramos a afirmar que ya somos solo una comunidad afectiva; una colectividad unida inexorablemente por un vínculo trágico de subordinación, violencia, terror, sufrimiento y enojo. La ira aparece en nosotras como el instinto de autodefensa; confirma nuestros límites, nos dice que no podemos aguantar más; pero no solo eso: la ira anula el terror, la ira canaliza el sufrimiento y la ira ... la ira responde a la violencia con más violencia.

Ahora nos vemos en la obligación política de explicar la diferencia entre agresión y defensa propia. Hablar de la legitimidad de un determinado tipo de violencia. Cuando somos violadas o agredidas, estamos dentro de una estructura social, política, económica y cultural que apoya, permite y (re) produce tal violación y agresión. Esta estructura se llama patriarcado. Sí, vivimos y nos relacionamos dentro de un sistema de poder patriarcal, somos patriarcado.

Las mujeres se construyen culturalmente dentro de este patriarcado como un sujeto desarmado; un sujeto desarmado es un sujeto indefenso e inofensivo. Este sistema de opresión nos define y nos redefine permanentemente como víctimas y sólo como víctimas; Un sujeto que es concebido como víctima es incapaz de generar daño: solo puede sufrirlo. Esto explica parte de la consternación social que ocurre cuando las mujeres transgreden el imperativo de la indefensión y nos convertimos en victimarias. 

Es lógico, entonces, concluir que cuando nosotras, las agredidas, respondemos con violencia (violencia simbólica y violencia física) a esta otra violencia sistémica, estamos llevando a la praxis la legítima defensa.

Parte de la izquierda, y parte de ciertos feminismos, exclama que la violencia es patriarcal; pero la violencia no lo es, como el poder, no se posee, se ejerce.

El ejercicio de la violencia física por parte de las mujeres es un objeto incómodo y controvertido. Para algunas personas, las mujeres que ejercen violencia simplemente no son mujeres; y, por supuesto, no son feministas. Existe, por otra banda, quien solo aplaude nuestras acciones violentas cuando son hacia otros. Esta anestesia moral ocurre cuando la violencia se dirige a alguien que está lejos. No nos remueve, no nos afecta. Está, por lo tanto, bien.

En este sentido, los hombres que solo ven el error ajeno, vienen a pisar nuestra autodefensa, ocupando rápidamente la primera línea cuando un extraño nos agrede en un bar. Aquellos que quieren defendernos rápidamente, son aquellos que ahora condenan nuestros gritos por estar en contra de ellos. No, las mujeres no pueden señalar a nuestros enemigos por nosotras mismas.

Todo este tipo de comprensiones que intentan anular la acción, a través de la anulación del sujeto que la llevó a cabo, aparece al rescatarte de aquello es socialmente inconcebible: las mujeres humillando, las mujeres ejerciendo la violencia física. Las mujeres que fuimos el sábado 1 de junio serán recordadas, de ahora en adelante, para muchas personas como una imagen de monstruosidad. La misma imagen que habría justificado durante siglos el aislamiento de las mujeres subversivas: desde el retiro social hasta la patologización y el ingreso en instituciones psiquiátricas o penitenciarias.

La lógica punitiva no parte de una lógica neutral, sino sexista; al igual que el propio Estado, es patriarcal: el ejercicio punitivo está bajo el control de los hombres y es desde su punto de vista que se detectan, identifican y castigan las anomalías que perturban su paz social.

Cuando el caso Sanmartín (2015) puso la necesidad de revalorizar y resignificar la violencia desde sufrimiento de la víctima, la búsqueda de una alternativa a la lógica punitiva estuvo muy presente: precisamente por esto se hicieron procesos de acompañamiento, se ofrecieron herramientas de distinta naturaleza y se elaboró un protocolo. Bajo la connotación de que personas distintas, en contextos transformativos, podrían, efectivamente, transformarse a sí mismas; para el caso: dejar de agredir ; es decir, que además de sufrir las agresiones y el cuestionamiento social para hacerlas públicas, asumimos la responsabilidad de reinventar nuevas formas de gestionar tales agresiones fuera de la lógica punitiva del Estado. Pero las agresiones continuarán y las mujeres seguirán sufriendo.

A diferencia de otros casos de denuncia pública, esta vez señalaremos y se señalarán ellos mismos o entre ellos, como agresores a todos los hombres de los movimientos sociales. Esto activa una importante red de afecto y solidaridad que no nos es ajena; Para comprender lo que sucedió el sábado 1 de junio, es esencial tener en cuenta que también fuimos o somos parte de esta red de afecto y solidaridad: algunas de los que estábamos allí no sabíamos que nuestros compañeros agredieron a una o varias de los nuestras hermanas; Otras, simplemente, si lo sabíamos.

Estas, nosotras, habíamos borrado, olvidado, obviado sus agresiones; aprendemos a hacer esto: a borrar, a olvidar, a obviar, para que podamos seguir queriéndolos cómodamente, para poder seguir amándolos y punto. Nuestras alianzas con los hombres nos hicieron dudar, y nuestras dudas llevaron a nuestras hermanas a abandonar los espacios: nuestras dudas llevaron a nuestras hermanas, a nuestras iguales, al aislamiento.

Por lo tanto, algo esencial en el proceso político del 1 de junio es que activando la autodefensa feminista responsabilizamos a todos los hombres en nuestro entorno de las agresiones machistas que tienen lugar en él. Los hombres son sujetos individuales, con sus especificidades, identidades con posibilidad de cambio, de transformación, identidades que no suenan fijas. Pero todos pertenecen al mismo grupo estructural, y por esta razón todos ejercen la violencia patriarcal. Ya sea por preservar un cierto tipo de afecto -camaradería masculina-, o por no trabajar en una deconstrucción colectiva, en una desprogramación, vosotros, nuestros compañeros, seguís creando espacios y relaciones de opresión con las mujeres que tenéis alrededor.

AUTOCRÍTICA

Hacemos autocrítica porque creemos que revisarnos a nosotras mismas es una parte honesta y fundamental de hacer política feminista. Nos enriquece y nos hace prosperar colectivamente.

También sentimos que hemos cometido errores derivados de las prisas. Nos pesa especialmente no haber llamado a todas los compas que queríamos y no haber tenido tiempo de revisar y acordar nuestro lenguaje, pero el estado de emergencia en el que estábamos nos exigió una respuesta urgente. No íbamos a esperar más. Esto significaría continuar exponiendo nuestros cuerpos a posibles agresiones. Necesitábamos una respuesta inmediata. Necesitábamos exteriorizar la ira, apropiárnosla como una herramienta política legítima para nosotras. En esta como en todas nuestras luchas. Así que este sentimiento se expresó en nosotras de diferentes maneras: desde gritos, enfado y golpes hasta lágrimas, culpa, dolor ... tantos sentimientos como chicas estábamos en esa sala.

Esta misma necesidad de urgencia en nuestra respuesta, para realizar una acción-reacción directa en la que los diversos sentimientos se reflejaron en niveles desiguales. Somos conscientes de que tuvimos compañeras que asisten a una solicitud de sorodidad con muy poco tiempo para procesarlo o incluso sin saberlo. Entendemos que esto puede abrir heridas después de haber presionado juicios personales sin previo aviso.

Nuestras voces son diversas, pero un sentimiento común nos atraviesa: hacemos lo que podemos para que nuestros cuerpos estén a salvo. Para que estemos seguras.

Somos conscientes de nuestra transfobia y homofobia interna. Somos responsables de esto. Sabemos que el texto que leímos en la acción tenía un lenguaje opresivo hacia identidades no binarias ni normativas. En el momento anterior a la acción, hicimos una revisión colectiva y superficial del texto, no por eso lbre de lenguaje excluyente. Pero el texto que está circulando es un borrador, un borrador filtrado. No es el texto que se leyó el 1 de junio. Sin embargo, queremos seguir asumiendo y deconstruyendo esta lógica inherente a nosotras. Encontrar las razones para movernos en un contexto binario y blanco, es una pregunta, entre muchas otras, que nos hace reflexionar.

Algunas estamos de acuerdo con la declaración: "todos los hombres son violadores" Otras no. Pero todas compartimos que todas los hombres socializados como tal están programados para violar, insertados, al igual que nosotras, en una cultura de la violación de la que son partícipes. Más conscientemente o menos, tienen una responsabilidad crucial en esta lucha.

También queremos señalar que el texto se interpreta desde un literal, en nuestra opinión, mal intencionada. No se exige la misma coherencia discurso-acción en otros espacios y tipos de lucha. La declaración de guerra, si bien para algunas no es literal, sin duda supone un punto de inflexión. En tanto que muchas de nosotras no queremos seguir compartiendo espacios con hombres socializados en la agresión, otras sí, pero desde otra lógica y desde otras bases de relación muy lejos de las actuales.

Nos centramos en nosotras mismas, nuestra sorodidad de mujeres y establecemos un límite claro y contundente para los agresores.

Asumimos nuestros errores, nuestros privilegios. Nos asumimos incoherentes y contradictorias. Algo que sentimos inevitable al actuar desde lo político, en la formulación de políticas desde lo personal. Reflexionamos, pero también sabemos que si no hacemos nada, nada cambia.

"Tengo la firme convicción de que la acción habla por encima de las palabras, que es necesario desafiar y no intentar convencer y de que el enfado extremo es la verdadera fuerza detrás de todo cambio social " Juliet Belmas