Cuando estudiaba periodismo, nos contaban una teoría ya obsoleta según la cual cuando alguien veía, oía o leía algo en un medio de comunicación lo creía y actuaba en consecuencia. Hoy sabemos que la manera en la que configuramos nuestras opiniones y cómo percibimos la realidad depende de un montón más de factores, no solo los medios de comunicación, pero sí que es cierto que controlar a los medios supone controlar parte de la opinión pública, y por eso es tan goloso para ciertas ideologías poder aprobar lo que se dice y no sobre ellos. El franquismo lo supo ver de inmediato, y su primera Ley de (censura de) Prensa data de 1938.
Esta ley, que podéis leer completa en el BOE, ya indicaba que no se podía dejar al periodismo al margen del Estado y que la prensa debía “transmitir al Estado las voces de la Nación y comunicar a ésta las órdenes y directrices del Estado y de su Gobierno”. La ley, redactada por José Antonio Giménez-Arnau, no tiene desperdicio y arremete contra la “libertad entendida al estilo democrático” ocasionada por los “lectores envenenados por una prensa sectaria y antinacional”.
En ella se crea el Servicio Nacional de Prensa con delegaciones en cada provincia y que respondía directamente ante el ministerio de Interior, que en aquel momento encabezaba Ramón Serrano Suñer. Además obligaba a todos los periodistas que quisieran ejercer a estar inscritos en el Registro Oficial de Periodistas, del que el Gobierno elegía a los directores de los periódicos.
El Registro Oficial de Periodistas no solo controlaba a las personas que podían ejercer la profesión, sino que también escudriñaba su vida privada. Y si ésta no iba acorde con lo que el régimen esperaba de ellos podían ser cesados en el registro y por lo tanto se les prohibía ejercer la profesión.
La figura del censor
En la ley de prensa del año 38 no se hacen alusiones directas a la figura del censor que luego se instauró, aunque establece de facto la censura previa en todas las publicaciones. Un censor era una persona, pagada por el ministerio, que tenía que leerse cada publicación de cabo a rabo e indicaba si había alguna parte que no cumpliera con la ley de Prensa.
Ha habido censores que se avergonzaban de serlo, como Camilo José Cela y otros que se sentían orgullosos, porque además estaba bien pagado. Sus herramientas de trabajo, además de bolígrafos, podían ser tijeras y su labor consistía en apoyar al régimen de Franco en todos los mensajes que se lanzaran desde periódicos y revistas.
En estas publicaciones había una figura muy icónica, la del ilustrador, que se dedicaba a retocar las imágenes (dibujos o fotografías) hasta que cumplían con los requisitos del franquismo. Casi siempre estos requisitos tenían que ver con el cuerpo femenino aunque no exclusivamente.
Tipos de censura
Podríamos decir que había tres tipos de censura: la moral, la religiosa y la política y que todas ellas estaban encaminadas a ensalzar los valores del régimen franquista. La censura moral se refería sobre todo a temas que tenían que ver con el sexo. Aquí podríamos englobar las disminuciones de busto que sufrían algunas actrices o el hecho de tener que subir los escotes para no escandalizar a los lectores.
A nivel moral, también se daba la circunstancia de que había términos que estaban prohibidos utilizar en cualquier caso, como “braga”, “muslo”, “liga” o “ingle”. A los censores les gustaba más utilizar palabras como “corsetería” o “ropa interior”.
Evidentemente, también había una censura religiosa, y es que según fue imponiéndose el régimen de Franco se prohibieron todas las religiones que no fueran la católica. Los judíos emigraron y los protestantes pasaron en su mayoría a la clandestinidad.
Otro efecto colateral de la censura religiosa fue que la palabra “carnaval” fue evitada (aunque no prohibida del todo, por lo que he podido averiguar). En su lugar se usaba una que sugería menos desenfreno, como “carnestolendas”.
Por último, existía la censura política, destinada a encumbrar al régimen franquista mientras denostaba a los republicanos y más adelante a los comunistas. Tal es así, que en las circulares que se enviaban a los periódicos se recomendaba “limitar” las victorias rusas al final de la Segunda Guerra Mundial pero “ensalzar” las victorias americanas y británicas contra los nazis.
Consecuencias de la ley de prensa de 1938
Como consecuencia de la Ley de Prensa de 1938, todos los periódicos y revistas pasan a depender del Estado, tanto para el nombramiento de sus periodistas como para el número de páginas que contenían (aquí decían que era un tema de escasez de papel), la frecuencia de publicación y su contenido. Además, Franco se arrogaba la potestad de incluir noticias, anuncios o textos que se consideraran pertinentes y de eliminar los que el Estado considerara irrelevantes.
Por lo tanto, desde que comenzó a aplicarse esta ley desapareció el derecho a la información de los lectores de periódicos y revistas. Estos obtenían una visión parcial de la realidad, que siempre pasaba por el filtro del franquismo (pasatiempos incluidos) y a los periodistas les quedaban pocos resquicios para informar con veracidad acerca de ciertos temas.
Si os interesa la censura, otro día os cuento cómo cambió la película (poco, esto es cierto) cuando cambiaron la ley del 38 por la del 66, en la que dejaron de existir los censores y se pasó a la censura a posteriori. Y también si queréis profundizar, me ha servido mucho este libro de Justino Sinova bastante bien documentado.
La ilustración del anuncio censurado la he encontrado en el blog España Negra.