Pasadas las elecciones generales, y ahora locales, autonómicas y europeas, habrá analistas políticos de toda especie y condición que den cuenta de los resultados desde sus respectivas lentes ideológicas. Como usuario anónimo de esta red social quiero atreverme a realizar un pequeño comentario que no va más allá de una modesta contribución a la reflexión en estos tiempos tan acelerados que nos está tocando vivir.
Más allá de las cuitas y cuotas que cada partido pueda exhibir en la jornada postelectoral hay algo que me resulta inquietante y es el cortoplacismo con el que pensamos los tiempos políticos. Se me dirá que es la consecuencia del sistema político y electoral con el que funcionan nuestras democracias. A veces, incluso, el plazo puede acortarse más si la inestabilidad política lo requiere con el consiguiente adelanto electoral.
Además de este componente procedimental con el que se gobiernan las democracias, y para el cual no se atisba un fácil recambio dada la utilidad que supone para el sistema capitalista cuatro años de balance de resultados, hay un componente de tipo emocional, la tecnología algo está teniendo que ver, por el que la capacidad de espera, la impaciencia, se acorta más. Por decirlo de otra manera, aumenta la aceleración política e histórica con la que vivimos y nos hacen vivir. Un dato, en 69 años la población ha aumentado en 5 mil millones de personas. La paradoja es que este incremento está afectando y va afectar más al planeta en capacidad de recursos y en imprevisibles efectos medioambientales, al mismo tiempo que el cortoplacismo con el que se piensa por parte de las élites políticas y económicas occidentales de los estados nación impide un cambio de paradigma hacia unos tiempos más lentos en los que el beneficio no sea la apuesta de presente. Tampoco creo que China sea la respuesta. Entre el capitalismo protestante y el capitalismo de estado confuciano no se atisba aún otro mundo posible. Mientras tanto el tiempo del planeta se acorta. La tecnología podrá venir en nuestra ayuda, pero la decisión para un cambio es política y filosófica, en el sentido profundo del término. Otra forma de vida y de pensamiento ecológicamente más lenta y más justa. Algo que en estas campañas electorales apenas tiene repercusión en el debate. Hay prisa en huir quizás hacia ninguna parte.