Un carajal de gobierno

El Gobierno de coalición ha derivado en un carajal que tiene a la mayor parte del paisanaje sin salir de su asombro. Los ministros se dividen en banderías entre el rojo y el morado, se tratan abiertamente como rivales y discrepan en público sobre asuntos de lo más variado sin cuidarse de que le están quitando el trabajo a la oposición, la cual, de seguir las cosas en los mismos o peores términos, se ve tomando plaza en la Moncloa en el arco de pocos meses.

El lío más sonado que enreda a los socios de legislatura es la ley del “solo sí es sí”. Por lo visto, el presidente, advirtiendo que la aplicación de la norma ha producido efectos indeseados y una alarma social que se traduce en fuga de votos, ha puesto pie en pared dando orden de corregir el texto. A Irene Montero le ha faltado tiempo para salir al quite. La ministra de Igualdad, secundada por el círculo prieto de sores que le da coba, ha manifestado su negativa a que se toque una sola coma del articulado; faltaría más. Pero el proceso de revisión ya está en marcha. Exigencias del guion electoral de Pedro Sánchez. Punto. Eso le deja a la ministra poco margen de maniobra. En realidad, le deja sólo dos opciones: o transige con la reforma -vaya papeleta- o cuaja su malestar presentando la dimisión. A lo segundo ya ha dicho nones, alegando que ella tiene la obligación de mantenerse en el cargo para seguir sosteniendo las causas del feminismo y del colectivo LGTBI. O sea, traducido al cristiano, que la lideresa morada piensa aceptar el trágala -está por ver si rebajado o no con uno spruzzo di soda- haciendo toda suerte de asquitos para evidenciar, eso sí, un malestar que, por otra parte, no le impide seguir disfrutando tan ricamente cada mes del líquido de su nómina. Está claro que lo cortés no quita lo valiente.

Menos relevante que el caso anterior, pero significativo del mal rollo que se traen los socios de legislatura y, sobre todo, mucho más divertido de cara a la galería, ha sido la irrupción en escena de Lilith Vestrynge, sublideresa de Podemos y Secretaria de Estado de Agenda 2030. A la segunda de Ione Belarra no le han gustado las modificaciones introducidas por el PSOE en la ley de Bienestar Animal y, para dejarlo claro, ha editado un video que muestra a Pedro Sánchez transmutándose en Santiago Abascal como castigo por ponerse de parte de “los que maltratan a sus perros”. Por si a alguien se le escapa el detalle, la comparación pretende ofender mazo, porque para la izquierda que milita en el extremo, y no tanto, Abascal es como un demonio rabilargo y cornialto que lleva el aguilucho de San Juan -marca de la Bestia- tatuado en el pompi. Lo peor, vaya. Yo no sé si a Pedro Sánchez, que tiene miras de pasar a la Historia como colmo y guinda del progresismo, verse metamorfoseado, vía Twitter, en la figura de un satanás postfranquista le habrá hecho maldita gracia. En cualquier caso, y por lo que se refiere a la Vestrynge, hay que ser muy corajuda, o una insensata de tomo y lomo, para tocarle la moral con pamplinas de ese calibre a un tipo tan soberbio como Sánchez, máxime cuando lo tienes de mandamás y le debes, en última instancia, tu flamante y bien remunerado puesto ministerial.

Viendo estos episodios, y otros cuantos del mismo tenor que me resisto a enumerar porque me vence la pereza -que, en mi caso, es una galbana que apunta lejos-, da la impresión de que este Gobierno se ha roto por las costuras. Para mí que, el día menos pensado, se le desparrama el mondongo a los pies, aunque ya se cuida el monstruo de tenérselo dentro poniéndole a la herida veinte grapas, mercromina a tutiplén y tres vueltas de celofán. Lo que sea con tal de seguir haciendo de tripas corazón hasta las próximas elecciones.

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