Berlanga a lomo de Pegasus

La trama de espionaje mediante la aplicación Pegasus a políticos indepes ha dado un vuelco genuinamente berlanguiano, y ahora el Gobierno dice que Pedro Sánchez y Margarita Robles también vieron infectados sus teléfonos móviles por dicho programa, que permite acceder a todos sus archivos, pinchar las llamadas, activar cam y micro sin que el titular del teléfono se entere...Pues bien, el Gobierno afirma que el espionaje fue orquestado desde el extranjero. Aunque Obama ya lo hizo con Merkel y otros líderes mundiales elpais.com/internacional/2014/01/19/actualidad/1390147824_154234.html personalmente no me lo trago, pues un presidente de otro país puede tener interés en lo que hablan la ministra de defensa o el presidente del gobierno, pero no en los avatares de un político independentista (o su abogado) que, en el extranjero, no pintan nada. O es una trola, o el espionaje ha sido ejecutado clandestinamente por agentes del CNI enemigos del gobierno y fieles a PP y Vox. Ya lo dijo la serpiente venenosa de Macarena Olona, que causa idéntica repulsión con su tono de voz lleno de desdén y odio y con el mensaje del que esa voz es vehículo: no hay problema en que se pinchen ilegalmente los teléfonos de los políticos porque, si son políticos de orden como yo, todo lo más que la policía encontrará son inocentes conversaciones con sus familiares y amigos.

 

La política es un reflejo especialmente siniestro de la sociedad, y lo es porque quienes llegan a los puestos más altos generalmente carecen de escrúpulos, generando un microespacio donde resulta extremadamente difícil sobrevivir siendo ético. Ya veis lo que duró Ned Stark en Juego de Tronos, y cómo su "amigo" Meñique le resumió la esencia de la política en una sola frase mientras apretaba el puñal contra su garganta: os dije que no debíais fiaros de mí. Otra serie especialmente buena para entender la política es Roma, donde los manejos, sobornos a augures y magistrados, asesinatos, mentiras y traiciones (y sobre todo desprecio absoluto por el pueblo) de Cesar, Pompeyo, Marco Antonio y Octavio son perfectamente extrapolables a la actualidad.

 

Un político puede hablarte de la grandeza del Estado de Derecho mientras ordena a los GAL poner una bomba lapa en el coche de un hombre que luego ni siquiera era etarra, o después de haber recibido sobornos millonarios por una concesión administrativa, o después de haber mandado pinchar ilegalmente los teléfonos de todos sus rivales. Y por supuesto lo negará (salvo si es Macarena Olona, cuya mentalidad genuinamente franquista le lleva a apoyar públicamente los pinchazos porque el derecho al secreto de las comunicaciones es una tontería progre). Ésta es una premisa que todos debemos aceptar: cuanto más arriba subes, menos escrúpulos hay, y para una gran parte de la clase política los derechos fundamentales son exactamente lo mismo que la religión católica para el empresario franquista que se iba de putas el sábado para comulgar el domingo a fin de que todos le vieran en la iglesia y así quedar bien. 

 

Si queremos que los derechos fundamentales, la transparencia y el buen gobierno sean una realidad, lo primero que debemos asumir es que habremos de lidiar con fauna miserable, infame y mentirosa en las más altas esferas, y que esto seguirá siendo así durante muchas décadas, y puede que eternamente. La única forma de controlar sus desmanes es el sistema de contrapesos que los primeros pensadores liberales engendraron, y que tan imperfectamente se ha implementado. Separación de poderes, prensa libre, independencia judicial, máximo acceso ciudadano a la información del Estado y (esto es fundamental) una fiscalización absoluta de lo que hacen el CNI y organismos análogos a través de la Comisión de secretos oficiales. Porque muchas veces la mejor forma de evitar que un tío robe o cometa tropelías es poner a su rival (a su auténtico rival) a controlar lo que hace, de modo que el incentivo de destruir su imagen le lleve a mirar con lupa cada detalle de su gestión. Por eso me ha encantado que ERC o Bildu entren en la citada Comisión. 

 

Desde luego la actual situación es desoladora pero, teniendo en cuenta que en Roma podías matar a palos a tu esclavo libremente o a tu mujer si la pillabas con otro, ciertamente hemos avanzado algo desde entonces, y estoy seguro de que lo seguiremos haciendo si sabemos combinar el idealismo que nos lleve a defender la dignidad del ser humano radicalmente, con el realismo que nos permita ver las herramientas idóneas para lograr ese objetivo desactivando a tantos zorros con piel de cordero que copan las instituciones.