Beatrice Cenci, la parricida que sublevó a Roma

Lo admito, soy una persona bastante curiosa y a veces me engancho a historias que no puedo dejar de investigar. Esto me ha sucedido en los últimos días con Beatrice Cenci, que con tan solo 23 años entró en la memoria colectiva de Roma tras llevar a cabo un complot para matar a su padre (con ayuda de sus hermanos y su madrastra).

Beatrice nació en 1577 y era la hija pequeña de un noble romano, Francesco Cenci. Francesco venía de una de esas familias súper ricas que tenía tierras ¡y un castillo! en la zona de los Abruzzos: Rocca di Petrella (quedaos con el nombre porque va a salir más veces). Pese a ello, a él lo que le gustaba era vivir en toda la pomada, y en el siglo XVI la pomada estaba en Roma, así que vivía cómodamente en las afueras romanas, en la campiña del Lazio.

Francesco se casó con Ersilia Santacroce a los catorce años y tuvo con ella siete hijos. Beatrice era la menor de todos y fue una de las que acompañaron a su padre cuando se quedó viudo y se casó con Lucrezia Petroni en 1792. El conde era una joyita de señor, y ya desde niño apuntaba maneras con sus comportamientos violentos hacia los más débiles.

Conforme fue creciendo, sus conductas violentas se redirigieron a su mujer, a sus hijas y a sus criados, a los que olvidaba alimentar o dar dinero para ropas. Este comportamiento trascendió hasta el Vaticano y el papa intervino para pedirle a Francesco que les diera de comer. En Roma corrían rumores de las numerosas amantes que tuvo mientras estaba casado con su segunda mujer y de las cosas que les obligaba a hacer en contra de su voluntad (“en contra de la naturaleza”, decían en los mentideros romanos).

Cuando eres conde y te pasas la ley por el arco de Trajano

La ambición y la conducta escandalosa de Francesco provocaba no pocas antipatías en Roma, donde incluso llegó a enfrentarse de manera directa con el papado que lo tenía en su punto de mira. En una ocasión fue juzgado por obligar a uno de sus criados menores de edad a practicar el “vicio nefando” (sic) y solo se libró de la hoguera a base de sobornos en los juzgados y alejándose un poco del Lazio donde vivía hasta el momento. Cogió sus bártulos y construyó un palacio en pleno gueto judío de Roma, pensando que al cambiar de ubicación al papa se le olvidarían sus pecadillos no sé si además se cambió el peinado o se puso gafas para hacer el típico truco Clark Kent/Superman.

Hasta tres veces fue juzgado por este tipo de delitos (con niños diferentes) pero siempre conseguía escapar con unos pocos meses de cárcel y una multa, cosa bastante llamativa porque el delito de sodomía en aquella época conllevaba pena de muerte. Evidentemente, las leyes solo aplicaban a los que no eran condes y no tenían todo el dinero del mundo para no cumplirlas.

A la casa del gueto judío le acompañaron su mujer, Lucrezia y tres de sus hijos (el resto estaban casados o muertos en duelos), y cuentan los romanos que en esa casa se sucedieron los actos violentos contra todos ellos. Incluso Beatrice acusó a su padre de haberla violado sucesivas veces y de maltratarla. Las autoridades pensaron que para creer a una muchacha mejor creían a un conde y no hicieron nada para ayudarla (ella había pedido además al papa que la dejara entrar en un convento para librarse del maltrato).

Las autoridades romanas llamaron a Francesco para que informase acerca de las acusaciones y al poco lo devolvieron a su casa donde suponemos que se encontró muy feliz de ver a su familia y ya no les volvió a tratar mal (spoiler: no). Fue ese el momento en el que decidió desterrar a su familia en el castillo de La Rocca di Petrella donde podía visitarles cuanto quería, hacer su numerito y volver a Roma con su reputación intacta.

En la Rocca, Francesco encerró a su hija y a su mujer en la misma habitación y las obligaba a acostarse con él a la vez y con acostarse ya imagináis que no quiero decir “dormir abrazaditos las noches de tormenta”. Además no les dejaba comunicarse con el exterior, y si lo intentaban redoblaba los castigos a los que las tenía sometidas.

Un plan de asesinato con algunos flecos sueltos

Hartos de los malos tratos Beatrice trazó un plan con la colaboración de dos jóvenes, uno de ellos su amante, para acabar con Francesco. El amante, Olimpio Calvetti, intentó envenenar al conde pero no tuvo mucho éxito con ese método, aunque sí se quedó un poco atontado. Esta circunstancia la aprovecharon Beatrice y Lucrezia para golpearle la cabeza con una maza hasta matarlo.

Con ayuda de los dos hermanos de Beatrice, arrojaron su cuerpo por un balcón para hacer que pareciera un accidente, y después abrieron un agujero en el suelo por el que supuestamente se habría caído. Pero nadie les creyó a la mañana siguiente cuando alertaron al castillo con gritos de la desaparición del conde.

Tardaron un rato en recuperar el cadáver del fondo del barranco donde había caído y al examinar el cura el cuerpo se dio cuenta de que estaba demasiado frío para las horas que se supone que llevaba muerto. Bueno, y también sucedía que el agujero del balcón no era lo suficientemente grande como para que cupiera Francesco con él. Vaya, que el crimen tenía algún que otro cabo suelto.

La guardia papal investigó el asesinato y torturó hasta la muerte tanto a Olimpio como al otro cómplice (que, todo sea dicho, murieron sin contar la verdad) pero poco después la familia explicó lo sucedido. Los hijos y la mujer del finado fueron hallados culpables y condenados a una ejecución ejemplar resulta que en aquellos años estaba muy de moda matar a los nobles, sobre todo por cuestiones financieras y no querían que cundiera el ejemplo.

La opinión pública se puso inmediatamente de parte de Beatrice, ya que era público y notorio que Francesco Cenci era un bicho malo. Y además acusaron al papa de querer quedarse con las posesiones de la familia aprovechando la coyuntura, pero Clemente VIII no cedió (ya que por lo visto solo era clemente de nombre y/o para comportamientos pecaminosos de nobles). De hecho las protestas en Roma fueron bastante violentas y provocaron un aplazamiento en la ejecución de la sentencia.

Giacomo, el hermano mayor, fue descuartizado en el puente de Sant’Angelo el 11 de septiembre de 1599. Le siguieron su madrastra y Beatrice que fueron decapitadas. El hermano pequeño, Bernardo, fue obligado a ver las ejecuciones y le condenaron a galeras de por vida.

Beatrice en el corazón de los romanos

El cuerpo de Beatrice fue sepultado bajo el altar de la iglesia de San Pietro in Montorio y los bienes de su familia fueron a engrosar las arcas del papado. Beatrice Cenci es venerada en Roma como una auténtica santa laica y es el referente de la lucha contra los abusos de la nobleza y del poder.

Dicen los romanos que su fantasma vaga la víspera del aniversario de su muerte por el puente de San’Angelo, muy cerquita del Vaticano, con su cabeza bajo el brazo. Pero yo no lo he visto así que os lo cuento así como dato pintoresco.

Su historia ha inspirado a todo tipo de artistas pero sobre todo durante el romanticismo. Percy B. Shelley, Stendhal o Dumas contribuyeron a engrandecer su leyenda. Además, si tenéis curiosidad, os invito a que paséis por el Palacio Barberini donde se puede ver el único retrato que le hicieron en vida a Beatrice, por el pintor Guido Reni que visitó la cárcel y se quedó impactado por la joven. El escritor Nathaniel Hawthorne lo ha calificado como “la imagen más triste jamás pintada”.

Podéis leer más cosas sobre Beatrice, además de en los libros de los autores que os he mencionado, en Biblioteca Negra, Atlas Obscura