La batalla silenciosa

Quizá no hagan ruido, pero desde hace tiempo las salas de profesores de los centros educativos y muchos foros de la materia albergan una lucha de propuestas alejadísimas entre gentes que tenemos el mismo objetivo: formar a nuestros jóvenes. Hablo de la didáctica del profesorado y de las posturas entre innovadores y tradicionalistas. Yo no llevo mucho en los institutos, pero ya he vivido más de un debate encarnizado al respecto que me ha hecho preguntarme: ¿y si los unos aprendieran de los otros? ¿y si se acercaran posturas? ¿no existe un fin común?

En primer lugar, creo que en una sociedad que cambia, ni los alumnos ni los profesores de hoy son como los de hace 20, 30 o 40 años. Vivimos en un mundo muy diferente y es lógico que haya que pensar en cambios. Entran en juego nuevas metodologías como aprendizaje cooperativo, aprendizaje basado en proyectos, gamificación, aula invertida... y entiendo que son una forma de mantener al alumnado motivado en las largas jornadas en el aula. Además, lo que creo que no tiene discusión es que la tecnología debe estar presente en el proceso educativo, no solo como soporte, también como fin. De hecho, creo que debemos aprovechar la oportunidad para enseñar un buen uso de la tecnología y de internet como fuente de conocimiento, algo diferente a la barra libre de móviles en los centros.

No obstante, hay competencias en el currículo que implican contenidos que requieren de repetición e insistencia, a lo que debemos añadir que, fuera del aula, en la vida y en el mundo laboral, también hay muchas labores monótonas, que requieren procedimientos basados en alguien que manda y otro que acata órdenes, acciones que no son entretenidas, madrugones, reveses y llevarse trabajo a casa. Pero claro, esto así impuesto, sin más, explicado con un “porque siempre se ha hecho así” hace que se pierda razón.

Por otro lado, yo guardo buenos recuerdos de profesores que en una clase magistral me enseñaron el teatro de Lope de Vega y lo preguntaron en un examen escrito o de otros que introdujeron el trabajo por proyectos, que me hicieron utilizar por primera vez el ordenador o leer un libro que se salía del temario. La educación la hacen personas para personas, no debemos olvidarnos de eso, más allá de la metodología, hay que buscar la humanidad y quizá sea cuestión de que cada cual implemente la fórmula que mejor le funciona a su perfil de docente adaptándose al alumnado con el que tiene que trabajar.

Miren, yo no soy partidario de que una clase sea como un parque, pero tampoco debe convertirse en una cárcel.Más que de gamificar toda la formación, me quedo con el concepto de experiencia, hacer del aula un lugar donde cada cual se sienta cómodo y donde tenga claro que lo que se le enseña tiene una importancia para su futuro. Yo a veces doy clases magistrales, pero en ellas también están presentes el vídeo, las infografías y algunos tests rápidos en el móvil; hago pruebas escritas, pero no de cada tema porque quizá otras veces se evalúe mejor con un proyecto, una exposición oral, una redacción, una tarea en una app o el rodaje de un cortometraje. A veces me funcionan los dictados para mejorar la ortografía o la realización de ejercicios del libro para fijar conocimientos; otras tengo que recurrir a actividades con Bob Esponja o Fortnite. No uso el aula invertida en el día a día, pero sí tengo mis explicaciones en vídeo en la red para que el alumnado refuerce lo que ha aprendido en clase. Con todo esto, la clase a veces se espera lo que les ofreceré, pero otras veces los pillo desprevenidos y creo que, de momento, vamos funcionando con un ambiente aceptable.

En conclusión, creo que estemos en el rol de educador o de alumno, en un bando o en otro, siempre nos toca aprender, de los que estuvieron, de los que hay y de los que vendrán. En las batallas los dos bandos suelen resultar perdedores. Ganaremos si abrimos la mente a lo nuevo y a lo que dicen los que tienen un bagaje. Hagamos alianzas y quedémonos con lo que mejor nos funcione sin olvidar el importante papel que jugamos.