Amarse para amar o el amante equivocado

En lo tocante a las relaciones amorosas se hace patente que en realidad no entendemos en qué consiste el amor, y eso que ya en el Levítico se nos da la definición exacta: “Ama a tu prójimo como a tí mismo”.

Se nos ha escapado la profundidad de este mensaje: más allá de consideraciones religiosas o morales, lo primero que hay que hacer es amarse a uno mismo, y una vez puesta esta pica en Flandes, dedicarse a amar al otro.

Y no solo en beneficio del prójimo; amarse a sí mismo es un aprendizaje necesario antes de embarcarse en la aventura de compartir lo cotidiano, porque quien no se conoce y no se aprecia dificilmente podrá conocer y apreciar a persona alguna, y mucho menos pretender que otro lo haga por él.

El problema es que no estamos dispuestos a realizar el esfuerzo de conocernos, quizá por temor a que no nos guste lo que vayamos a encontrar dentro de nosotros. La sociedad no nos empuja hacia lo espiritual, hacia lo interior; más bien nos lleva a la necesidad de aparentar ser, de vestirse con un traje que resulte admirable. Si se paran a pensarlo todos nuestros actos tienen el objetivo de despertar admiración: desde símbolos de status como el móvil, el coche o la calidad de la ropa, a la exhibición de nuestros conocimientos, o la proyección de nuestra imagen en público. Cada uno de nosotros tiene la vanidad como talón de Aquiles.

Casi todos los seres humanos pretendemos encontrar alguien que complemente, o llene, nuestras vidas con su sola presencia. Llegamos a la conclusión de que nuestra felicidad no es trabajo nuestro, sino la obligación de otro; y dependiendo del nivel de egoismo que hayamos alcanzado, llegamos a exigir  que el prójimo se afane en responder conforme esperamos. “Resulta muy romántico decir que tú no eras nada, hasta que llegó esa otra persona tan especial, pero no es cierto. Y, lo que es peor, supone una increíble presión sobre esa persona, forzándola a ser toda una serie de cosas que no es” (Neale Donald Walsh, “Conversaciones con Dios”).

En realidad nadie debería buscar el amor con el objetivo de estar completo, y tampoco movidos por el deseo de ser felices. El camino de la vida debería estar orientado en un principio al descubrimiento de uno mismo, y al propio crecimiento. Una vez dueños de esa individualidad estaríamos en condiciones de considerar al ser amado como alguien con quien compartir esa felicidad propia, alguien en quien derramar los dones propios; y en cambio esperamos que sea el otro quien aporte la completitud que nos falta.

De esta forma ocurre inevitablemente lo que expresa el personaje de María en El color de agosto: “siempre hay uno que proyecta su sombra sobre el otro impidiendo su crecimiento, de manera que aquel que queda a la sombra está siempre atormentado por el deseo de escaparse, de sentirse libre para crecer”.

LO QUE NOS HAN HECHO CREER QUE ES EL AMOR

Son preciosos los ejemplos de la Literatura que podríamos citar como descripciones del amor romántico; versos hermosísimos, apasionados; historias épicas de amores eternos; cuentos que hablan del amor verdadero… admirables obras de Arte que no tienen defecto en la forma, pero la tienen -y grave- en el concepto; porque el Amor verdadero, aquél que se escribe con mayúscula, es el que describe San Pablo en su célebre Carta a los Corintios:

El amor es paciente, es servicial; el amor no es envidioso, no hace alarde, no se envanece, 

no procede con bajeza, no busca su propio interés, no se irrita, no tiene en cuenta el mal recibido

Habiendo meditado sobre el mensaje de San Pablo van siendo menos los lectores que puedan afirmar con honestidad estar viviendo un amor semejante, y más si sobre la relación que mantienen han hecho ya mella los efectos inexorables del tiempo, la convivenia y la monotonía.

CUANDO EL AMOR ES UN TORMENTO

No es amor. Existe otro sentimiento al que hemos aprendido a llamar Amor, pero no es más que dependecia emocional. Ser queridos eleva la autoestima; ser queridos por alguien a quien los demás desean excita la vanidad. El miedo a la soledad nos lleva a veces al deseo de estar en pareja, aun siendo conscientes de que no estamos con la persona acertada. De haber seguido el camino de la individualidad, nuestra propia compañía nos sería suficiente; al menos en ese sentido; pero seguimos vacíos, sin intención de trabajar para dejar de estarlo, y por tanto preferimos depositar en la pareja la responsabilidad de hacernos sentir vivos.

A veces la pareja intenta corresponder con la mejor de las intenciones, pero no se puede convertir en una realidad lo que no es más que desatino. Otras, la mala suerte o el deseo de autofastidiarse nos lleva a unirnos a personas negativas: es la necesidad de caer que tan bien describe Milan Kundera en La insoportable levedad del ser. Tan poco, y tan mal, nos queremos que nos sentimos merecedores de sufrimiento, y allá que vamos a buscar quien nos lo pueda causar.

Recordemos las cualidades con que describe San Pablo el Amor, y de nuevo se nos hará evidente que no es Amor si causa sufrimiento. Con uno solo de los miembros de la pareja que no tenga la madurez necesaria para llevar sanamente una relación está asegurado el fracaso; si ninguno de los dos lo está, la cosa adquiere consideración de caos.

 POR QUÉ ELEGIMOS EL AMANTE EQUIVOCADO

Porque no nos queremos a nosotros mismos. No hay otra razón. Nos tenemos en tan poca estima que no aspiramos a algo más perfecto; transigimos con el ideal soñado, y nos conformamos con esa persona que por alguna razón nos gusta más que cualquier otra que haya disponible. Según cómo nos encontremos de perdidos, incluso podemos llegar a idealizar al amante equivocado atribuyéndole virtudes que no tiene; si además de estar perdidos llegamos a no querer ver sus defectos y a creer que esa persona es el centro de nuestras vidas, estamos rozando ya lo patológico.

Cuando se establece una relación estando dañado no existe absolutamente ninguna posibilidad de que termine llegando a buen puerto. Enamorarse de una persona que no ha olvidado a otra, de alguien que tenga adicciones, de un ser que solo mire por su propio ombligo o que pretenda que seamos nosotros quienes le ayudemos a llevar su vida no puede ser fuente de alegría ni de felicidad. Vivir estas situaciones no nos proporcionará un crecimiento positivo; antes bien hará que aprendamos desde la amargura.

La elección del amante determina cuánto nos queremos a nosotros mismos, y por supuesto la sensatez de que disponemos. Como tendemos a confundir el amor físico, el deseo, o la necesidad de depender de alguien con el Amor del que hablaba San Pablo, habrá veces que no podremos evitar enamorarnos de la persona equivocada; pero sí podemos vivir el sentimiento hasta agotarlo, evitando incorporarla a nuestras vidas.

 CUANDO EL AMOR ES UN JUEGO

Hay personas que confunden Amor con erotismo. Buscan sensaciones, y no sentimientos; la propia afirmación mediante la conquista. Normalmente son aquéllas con un vacío interior más profundo, que disimulan sus inseguridades con una conducta altiva y prepotente por temor a que se descubran sus debilidades. Las más peligrosas son las que añaden al no conocerse y al no quererse la ignorancia de su problema, y ésto las vuelve fatuas y engreídas.

El Amor para estas personas no es más que un juego erótico, hasta que aparece alguien que les rompe los esquemas. Entonces pasan de romper corazones a entregar el suyo a alguien que no va a apreciar el gesto. Los jugadores del amor no están preparados para querer y ser queridos.

La máxima representación en literatura del amor como juego nos la proporciona Choderlos de Laclos en “Las amistades peligrosas”, una novela epistolar y moralista en la que se descubre la perversión de los amantes mediante el pensamiento expresado en cartas. El Vizconde de Valmont está tan incapacitado para amar como su amante-cómplice, la marquesa de Merteuil; cuando se presenta la oportunidad del amor sincero en la persona de Madame de Tourvel no es capaz de gestionar las sensaciones que le produce este sentimiento desconocido; le desborda.

Aunque lo ideal sería poder combinar la pasión erótica con el Amor sincero para alcanzar la perfección de los sentidos, lo cierto es que lo erótico tiene más fuerza. Siendo una pasión que surge de los instintos, y no de los sentimientos, sería lógico entenderlo de esta manera.

LA EDAD DEL AMOR

Aunque suele asegurarse que el amor no tiene edad, lo cierto es que no se ama igual a los veinte que a los cincuenta. La madurez procura una superior calidad del sentimiento. Incluso si nos limitamos a la cuestión erótica, la experiencia procurará siempre mayor satisfacción que la juventud por bríos que ésta tenga. El amante perfecto sería un hombre que hubiese adquirido el necesario conocimiento de las mujeres; no solo del cuerpo: de su psicología y sus necesidades.

En las parejas de edades dispares suelen darse diferencias según quién esté en ventaja. Las mujeres mayores que sus parejas tienden a vivir el arrebato pasional de forma desinhibida, pero cuando se hace evidente que el hombre más joven no puede satisfacer sus necesidades intelectuales o reaccionar ante otras cuestiones con la misma madurez, suele sobrevenir el hastío. Digamos que son relaciones en las que se tiene conciencia de que tienen fecha de caducidad.

Sin caer en la patología de Humbert Humbert con Lolita, el hombre maduro encuentra en su compañera más joven el perfecto halago para su vanidad -a la que ya hemos reconocido como el universal talón de Aquiles-, y por tanto la relación desigual tiene más posibilidades de prosperar. Las mujeres, en cambio, preferimos un compañero de edad parecida o ligeramente superior para iniciar una relación con vocación de futuro.

Sea o no posible que llegue a alcanzarse el amor completo, ese Amor con mayúsculas que predicó San Pablo, lo cierto es que no hay sentimiento más espontáneo ni que requiera mayor esfuerzo para hacerlo prosperar. Los amores nacen siempre con vocación de eternidad. Lo difícil es precisamente mantenerlo.

Yolanda Cabezuelo Arenas