Y no, no es un atentado: es un gobierno democrático disparando contra civiles. Francotiradores disparando a la gente.
Seguro que por aquí aparece gente intentando razonar sobre el asunto, buscando causas y razonamientos, pero el hecho es simple: si hubiesen muerto 41 personas en una tentado, y 1700 más hubiesen resultado heridas, el hecho sería hoy portada en los medios del mundo entero.
Pero quien ha dado la orden de disparar ha sido el gobierno de Israel, y entonces todo es tibieza. Los francotiradores son israelíes, y entonces es posible que estrenen en las próximas semanas un par de películas sobre hechos de hace ochenta años, para que nos quede claro quién es la víctima, quién sufre y a quién debemos compadecer.
No es normal, amigos. Esto es una salvajada. Esto no puede suceder. No puede ser que ahora sienta la tentación de explicar qué relación tiene mi indignación con el antisemitismo, ni que trate de diferenciar hebreos, de judíos y todos estos de sionistas.
No es normal que nos la agarremos de este modo con papel de fumar cuando los hechos son tan graves, tan atroces y tan incontestables. No es normal que nos hayamos amordazado a nosotros mismos hasta el extremo de callar ante estas cosas.
¿Qué pasaría si lo hubiese hecho al Assad? ¿O un ayathola de mierda cualquiera? ¿O incluso Putin o Donald Trump? Las calles de medio mundo estarían llenas de manifestantes hablando de sangre y horror. Pero han matado a 41 personas y herido a 1700, uno a uno, con disparos de francotiradores, y no parece que la temperatura anímica suba.
Porque estos muertos son muertos del Monopoly, porque han disparado las víctimas de no sé qué, o por vete a saber qué carajada bien enraizada en la mente colectiva. Da igual: hay algo peor que silencio. Hay casi indiferencia.
A la mierda todo.