Opinión sobre Roberto Vaquero y su Resistencia y lucha contra el posmodernismo.
Hace unos días acabé la lectura de este libro del líder de Frente Obrero. Lo analizaré desde mi visión personal.
En palabras de su autor, «pretende dar una visión crítica desde la izquierda obrera de la situación actual de la sociedad y del papel que tiene la izquierda del sistema, progre y acomplejada, ante los problemas que afectan al mundo y en especial a nuestro país». La tesis básica de la obra podría enunciarse así: «El posmodernismo ideológico y el fascismo son dos caras de la misma moneda: se retroalimentan el uno al otro dependiendo de lo que le interese al gran capital que está detrás de ambos».
Veamos con más detenimiento las ideas del autor.
La derecha y la ultraderecha emplean el término “marxismo cultural” para designar a las ideas de la izquierda posmoderna. Apuntan a que es parte de una conspiración mundial que pretende implantar un pensamiento único basado en lo políticamente correcto. Pretenden destruir la sociedad occidental y sus valores, haciéndola degenerar. Puesto que la izquierda perdió la Guerra Fría, es su nueva estrategia revanchista para destruir a Occidente. Esta izquierda posmoderna no es otra cosa que aquella que basa sus reivindicaciones en el ecologismo, el feminismo, el pacifismo, los derechos LGTBI+, etc., y que tiene su peor versión en la materialización de la implantación de un discurso de lo políticamente correcto que apunta con el dedo y reprime públicamente a todo aquel que osa contradecirlo.
Roberto Vaquero, lejos de denunciar que esta teoría de la conspiración es falsa, lo que hace es darle la vuelta. El marxismo cultural sí que es parte de una conspiración mundial, solo que de signo contrario: es una herramienta de la derecha para destruir a los marxistas. Esta estrategia, que ya tuvo su momento álgido en el 68, consiste en desvirtuar el marxismo clásico, destruyéndolo desde dentro. Los activistas comunistas han caído en la trampa y han asimilado ese discurso que no es más que un virus ideológico creado por sus enemigos para corromper sus organizaciones. De este modo, el comunismo ha dejado de apuntar al corazón del problema, que es el sistema capitalista, para enfocarse en una serie de luchas parciales que no afectan a la esencia del sistema. Así, mientras la nueva izquierda está entretenida en implantar el lenguaje inclusivo y salvar a los pingüinos, el gran capital puede seguir campando a sus anchas, pues, al enfocar a sus enemigos en objetivos totalmente irrelevantes, consigue su objetivo principal, que es la salvaguarda del sistema. El posmodernismo, que se desvincula de la realidad material y se enfoca en lo subjetivo y en lo individual, tiene como resultado el debilitamiento de las luchas sociales, favoreciendo al capitalismo mediante la implantación de un individualismo cada vez más propicio a las tesis neoliberales.
Esta estrategia de la derecha ha conseguido un gran éxito, de forma que la izquierda actual es indisciplinada, poco combativa, fragmentaria, pacífica, contradictoria y, en esencia, una traidora a las ideas clásicas de la lucha de clases. Ya no se aspira a la superación del capitalismo mediante la implantación del socialismo, la única acción realmente relevante y que solucionaría, de forma real y efectiva, todas las luchas secundarias en las que se centran actualmente.
Vaquero defiende abiertamente el sistema del socialismo real representado por la ideología marxista-leninista y materializada en el estalinismo. Esa es la verdadera revolución y el verdadero sentido del marxismo. El resto son desviaciones ideológicas intolerables; el dictador ruso tenía toda la razón al perseguirlas implacablemente. La imagen de tirano sangriento que ha llegado hasta nuestros días es, para este autor, una manipulación de sus enemigos.
En definitiva, la verdadera izquierda es la que debe tener como modelo la URSS de los primeros tiempos, es decir, la realidad soviética hasta la muerte de Stalin, momento que los revisionistas aprovecharon para dar un golpe de Estado interno y convertir la Revolución en un sistema diferente, basado en el privilegio de unas élites que acabaron arruinando el experimento soviético.
Teniendo en cuenta esta línea de pensamiento, se puede dividir el discurso presentado en este ensayo en dos partes, de modo que puedo, personalmente, estar en cierta medida de acuerdo con una de ellas, pero totalmente opuesto respecto a la segunda.
La primera parte del razonamiento de Vaquero me parece aceptable, con muchas matizaciones. La historia del marxismo y de su aplicación a la política no puede desligarse del hecho de que es una ideología anticapitalista y revolucionaria por lo que el poder establecido intentó, por todos los medios, erradicarla de raíz, utilizando toda una panoplia de tácticas que mentes muy brillantes diseñaron. Para los beneficiarios del sistema capitalista, la destrucción del marxismo era una necesidad vital. Una vez dividido el mundo, tras la Segunda Guerra Mundial, en dos realidades enfrentadas, los líderes capitalistas, entre otras muchas acciones, se pusieron manos a la obra con el fin de domesticar a la clase trabajadora, haciendo que, al menos, no fuera hostil al sistema. Supongo que no es innovador afirmar que la creación del Estado del Bienestar fue una de las tácticas más exitosas. Para evitar que los obreros explotados sufrieran la tentación de defender las ideas imperantes al otro lado del río Elba, una estrategia razonable era disminuir su explotación y elevar su nivel de vida, convirtiendo al capitalismo en un tirano aceptable. Así, se extendieron los seguros sociales, la educación y la sanidad universales, las jubilaciones, las ayudas de todo tipo y una serie de transferencias de renta desde la burguesía a la clase obrera, sirviendo para asimilar a la posible disidencia. Una táctica realmente costosa para las élites sociales, pero mucho menos que mantener el sistema mediante la pura represión y vivir bajo la espada de Damocles de la subversión. Tampoco será ninguna sorpresa afirmar que, una vez acabada la Guerra Fría, no es de extrañar que este Estado del Bienestar se esté desmontando paulatinamente a medida que se convierte en un arma obsoleta frente a un enemigo marginal.
Vaquero no se centra en esta táctica del capitalismo, supongo que porque sería admitir que la socialdemocracia consiguió mejoras materiales para el proletariado, sino en otra, como es la de la lucha en el campo de las ideas, concebida como la perversión del espíritu marxista revolucionario, desviándolo, fragmentándolo y domesticándolo, hasta conseguir que pase de defender la Revolución que ha de abolir el sistema a abogar por unas reformas que, cada vez, eran más cosméticas que reales. De este modo, el capital consiguió infiltrarse en el movimiento obrero e inocular en él todas las ideas que son las más reconocibles de la izquierda actual; esas ideas que tanto la ultraderecha como Roberto Vaquero ridiculizan. Pero mientras la ultraderecha afirma, de una forma más ridícula todavía, que el lenguaje inclusivo es parte de una estrategia para destruir la sociedad, el autor del libro analizado lo considera una payasada que únicamente sirve para neutralizar la lucha social: mientras la izquierda más antisistema está distraída en descubrir nuevos géneros, el capital puede seguir explotando al trabajador.
Esta primera idea, que podemos categorizar como el diagnóstico del problema, me parece razonable hasta cierto punto, aunque peca de simplista, pues considera que no ha habido una evolución interna de la izquierda y sus críticas contra ciertas luchas, que son totalmente legítimas, me parecen exageradas y caricaturescas. Podríamos materializar esta visión en un par de viñetas, por añadir un poco de humor, ejercicio siempre recomendable.
El primero es Iván, veterano del sitio de Leningrado, quien gustosamente daría su vida por la Madre Patria y por la Revolución proletaria. Aspira a la derrota del capitalismo. Solo se arrepiente de no haber podido matar más nazis durante la guerra.
La segunda es Karen. Vive con sus padres. Tiene un gato y una cuenta de Instagram comprometida, que son sus principales ocupaciones. Siente ansiedad cuando escribe a favor del veganismo o del lenguaje inclusivo y la critican. Por ello aspira a que le proporcionen espacios seguros de debate donde no la confronten. Recientemente, participó en una batucada reivindicativa.
El gran problema de este ensayo, o de la ideología de este autor, el elefante en medio de la habitación, es la solución que da al problema planteado: la implantación del estalinismo más clásico, al que defiende de forma abierta. Si la superación del sistema implica el establecimiento de una tiranía totalitaria, bendito sea el sistema actual. Tal vez el propio Roberto Vaquero hace lo que critica sin ser consciente de ello. Si la izquierda marxista no ha aprendido nada de su propia historia y quiere repetir los mismos errores, entonces tal vez él también esté sirviendo al sistema. Pues si se puede utilizar la caricatura de una izquierda que considera subversivo fumar porros y definirse como de género fluido, también se puede utilizar la caricatura de unos comunistas estalinistas que todavía no se han enterado de que la URSS fracasó, que la dictadura del proletariado es eso, una dictadura y que ciertos experimentos cuestan muchas vidas. La cruda realidad es que el autor defiende un sistema tiránico, lo cual es inaceptable para cualquier demócrata y me lleva a rechazar de plano sus propuestas.
Teniendo en cuenta que el libro es de acceso abierto, es de agradable lectura y permite asomarse a los planteamientos ideológicos de un líder político del cual siempre conviene estar informado, se puede recomendar su lectura. Siempre es interesante analizar los razonamientos del prójimo, aunque sea para poder hacer una crítica bien fundada.