He de confesar que no soy una persona éticamente consecuente y coherente. Me explico, defiendo la libertad, la Razón y la justicia social. Ahora bien, me gustan los toros. No siento la necesidad de defenderlos porque que otros los detesten. Pero sin embargo esos ataques a los toros han despertado en mi tremendos dilemas interiores. Reconozco que mi gusto por la tortura animal, y no es sarcasmo, es una fuerte contradicción en mis ideas ilustradas y progresistas. ¿Qué puedo hacer? Entiéndame; los principios son importantes para una persona como yo. Ser consecuente con ellos, es lo que me hace dormir bien y últimamente he dejado de hacerlo.
Una alternativa es reprimirme, cual seminarista o hijo de facha homosexual. Pero cualquier tarde de mayo, de cañas por el Centro, me encontraría con alguna TV encendida en un bar y en ella a Morante de la Puebla templando unos naturales y... ¿Cómo resistirme?. Si los toros fueran prohibidos al menos en TV y prensa, ayudaría al menos a no pensar en ello. Otra alternativa es la terapia conductista. Pero he consultado con algún conocido psicólogo y no pareció muy convencido de que eso sirviera tampoco. Sé que en otras sociedades, quizás algo autoritarias, aplicaban a humanos técnicas de reeducación tales como electro-shocks basadas en la ley del reflejo condicionado de Paulov (en plan Naranja Mecánica). Quizás eso sí que funcione y aunque sé que lo puedo tener merecido, el dolor me produce pánico. Estoy hecho un lío y cuanto más se habla de este tema peor me siento. En fin...