Leí hace poco que la explosión del deporte como espectáculo de masas ha tenido mucho que ver con esto, ya que ha sabido encauzar, sublimar y satisfacer la necesidad tribal de encontrar un enemigo común al que enfrentarse cada cierto tiempo.
Por ejemplo, ya no sentimos la necesidad periódica de pegarle cuatro tiros a los franchutes, ahora nos basta con que una selección de los mejores mozos del país, rodeados de toda la parafernalia representativa de éste (colores, banderas, himno...), les pateen el culo (o viceversa) en un Mundial.