Pero, pero os olvidáis que este accidente de más de 1000 millones de dólares no le ha costado dinero al contribuyente estadounidense. La empresa privada construye un cohete defectuoso, la empresa privada paga los platos rotos. Así de fácil.
Ahora no me digáis que un accidente no puede ocurrir con la gestión pública, que ya lo hemos vivido con el Challenger. Eso sí, ahí si que pagó los platos rotos el contribuyente.