Todos somos raros, y debemos aprender a serlo sin convertirnos en unos infelices, sin sentirnos por ellos desacertadamente mediocres. Sin rarezas no habría actitud, no habría color, sólo ruido de corriente y un equilibrio muy poco fiable. La persecución de la normalidad es un motivo de frustración para tanta gente que deberíamos cambiarla por aceptar que, en realidad, ninguno somos normales.