1# 8# y 12# Veo que no has entendido el argumento.
No me refiero a mi memoria (que, como compruebo, me echas en cara que demasiado larga va siendo: pero no me gusta olividar el núcleo central de las cosas para evitar que se repitan ciertos efectos desagradables), sino a la de la Iglesia y demás ejecutivos de la misma. Yo ya he perdonado, te lo aseguro, a pesar de sacar a colación el caso, aunque, como he escrito más arriba, no quiero olvidar lo importante; ahora, los que sí que no olvidan su odio son ellos: no pueden dejar de recordar despechados que ya no pueden imponer al más débil su ley.
Y el argumento se refiere a que no me parece que se pueda apreciar camino andado alguno, cuando el cambio no ha sido precisamente por su gusto, sino porque por fin se les ha arrebatado ese poder sobre las vidas de las personas con el que tanto disfrutaban.
A algunos señores dirigentes del PP les sigue pidiendo el cuerpo lo que anataño le pedia a Don Manuel. Resulta graciosa la manera tan pueril y patética en que sus "convicciones" cuartelereas se resquebrajan en cuanto miran el barómetro de los votantes... Menos mal que se hicieron demócratas desde Hernández Mancha, que si no otro gallo les cantara a ciertos ciudadadanos de vida "incivilizada"...
#1 y #8 No nos echan, a quienes no "creemos", a los perros de la Inquisición encima porque, por fortuna, la Inquisición fue abolida hace ya muchos años. En caso contrario te aseguro que esta "utilísima" y benemérita institución estaría llamando a nuestra puerta.
Y sobre lo de obligar o no a creer, parece mentira la memoria tan flaca que tenemos en este país: en el año 74 los curas eran todavía autoridad; ese mismo año, mi maestra de escuela relataba todos los lunes por la mañana en voz alta la lista de alumnos que no habían asistido el domingo a misa y el castigo ejemplarizante para salvar sus almas consistía en "flagelar" los nudillos de los pobres niños con su vara de mando (no precisamente de mimbre); por supuesto, ningún padre acudía a protestar por ello...
Me parece bastante normal que las personas que van a vivir al lado de esos residuos intenten parar el tren. Está claro que se trata de un intento a la desesperada, puesto que su gobierno no les guarda el menor caso. No son productos biodegradables, precisamente. Son tan tóxicos que ni los franceses los quieren almacenar en su propio país.
#7 ¿Qué clase de político es un dictador? Tenía entendido que precisamente los dictadores lo que quieren es destruir cualquier intento de política. En cuanto a lo del interés, tiene el justo cuando uno quiere comprender por qué ciertas ideas en determinados momentos de la historia se propagan con tanta fuerza: y lo privado, a este respecto, nunca va separado de lo público (que creo es lo que tú quieres defender).
El problema, cuando se quiere "sanear" (que en estos momentos es evidente que hay que hacerlo) es que se sanea siempre por el mismo sitio. está claro que el sistema de "empresa pública" se ha empleado en España para repartir prevendas y favores entre los amigos de los políticos, y crear puestos de trabajo precarios para prestar un servicio público, es decir, se dan las condiciones perfectas para ir desmontando en nuestro país poco a poco ese Estado que se ha tardado en montar dos siglos.
Miedo me da pensar en el nuevo marco laboral en que piensan los prebstes del PP: si ya el anterior es más que maligno para el que presta el servicio, ¿qué modelo más "productivo" van a elegir? ¿El chino?
Acostumbrémonos entonces a ver como corriente en los nuevos edificios públicos los "zulos" en los que habrán de vivir los trabajadores (y sus familias). Esclavizando a la gente yo también soy capaz de crear empleo...
Vamos a ver, que yo sepa la teoría del cambio climático no dice que ya no nevará nunca más en la vida, o que no lloverá, o que ya en primavera los gilipollas de siempre no saldrán de nuevo a deshojar la margarita.
Entiendo que lo que la teoría explica es que por culpa del calentamiento global el clima, por un lado, experimenta bruscas acometidas de fenómenos extremos (lluvias torrenciales y fuertes nevadas, o largos períodos de sequía), por otro lado, el aumneto de la temperatura termina provocando la subida del nivel del mar, que ya se ha constatado que sube entre 1 y dos centímetros cada diez años. En Málaga, por ejemplo, el año pasado llovió el doble que la media de los últimos cincuenta años, pero los cinco anteriores fueron años de precipitaciones un 75 por ciento más bajas que la media de esos mismos cincuenta años: durante tres años seguidos las piscinas no pudieron desaguarse, porque lo prohibía un bando municipal. Igual ocurrió en la provincia.
La nieve perpetua de Sierra Nevada formó parte inexcusable del paisaje de mi adolescencia durante los años ochenta: llevamos 20 años sin poder ver la nieve desde la costa granadida en los meses de verano, excepción hecha del último, en que todavía en julio se podían divisar algunos neveros desde Torre Nueva. Existen decenas de estudios publicados que muestran cómo la acción humana ha influido negativamente en la cantidad de agua de Sierra Nevada: hace treinta años existían auténticos vergeles en la Vega granadina y las poblaciones de La Alpujarra, que hoy brillan por su asuencia gracias a la "manía urbanizatoria" (o persecutoria) del hombre contra la naturaleza. Especies endémicas de la Sierra han desaparecido desde que el sistema de "forfaits" y nuevos sistemas mecánicos han conseguido subir a 20.000 personas diarias a la cumbre de la montaña (seguro que no faltará quien piense que no, que tales especies existen aún, pero que no dan la cara por timidez).
Seguirá lloviendo y seguirá nevando, pero en mucha menor proporción y perdiendo poco a poco esa regularidad que el clima tenía anteriormente.
El laicismo nace en las sociedades plenamente burguesas del siglo XVIII (léase Ilustración: Francia, Inglaterra, Alemania), que necesitan “ciudadanos” y no “fieles”. Históricamente la religión ha sido enemiga de la sociedad civil (no existen razones para que esa realidad cambie), porque ésta última salvaguardaba una serie de “igualdades” y “libertades” (más teóricas que reales, por lo demás) que imposibilitaban la “ciudad de Dios” de la que hablaba San Agustín. El auténtico ciudadano, el defensor de los espacios públicos (trabajo, educación, ocio), debería guardar las normas mínimas de laicismo: no portar símbolos religiosos, no realizar ostentación de sus creencias, sean las que sean, lo que no excluye que se pueda hablar del hecho religioso. Todo aquello que separe, limite, restrinja o particularice ha de guardarse para la intimidad. En mi opinión sólo debe manifestarse lo público o la discusión pública de algún asunto que atañe a la comunidad (las formas de manifestación del hecho religioso, por ejemplo).
No me refiero a mi memoria (que, como compruebo, me echas en cara que demasiado larga va siendo: pero no me gusta olividar el núcleo central de las cosas para evitar que se repitan ciertos efectos desagradables), sino a la de la Iglesia y demás ejecutivos de la misma. Yo ya he perdonado, te lo aseguro, a pesar de sacar a colación el caso, aunque, como he escrito más arriba, no quiero olvidar lo importante; ahora, los que sí que no olvidan su odio son ellos: no pueden dejar de recordar despechados que ya no pueden imponer al más débil su ley.
Y el argumento se refiere a que no me parece que se pueda apreciar camino andado alguno, cuando el cambio no ha sido precisamente por su gusto, sino porque por fin se les ha arrebatado ese poder sobre las vidas de las personas con el que tanto disfrutaban.