Proponemos un texto de Kropotkin publicado en 1881.
También recomendamos la lectura del libro de Lissagaray, "Histoire de la Commune de 1871, Librairie Marcel Rivière et Cie- 1947. Es un libro excelente con un índice de los nombres mencionados para los que quieran saber sobre la Comuna.
El 18 de marzo de 1871, el pueblo de París se levantó contra un poder generalmente odiado y despreciado, y proclamó que la ciudad de París era independiente, libre y propia.
Este derrocamiento del poder central se llevó a cabo sin la escenificación habitual de una revolución: aquel día no hubo disparos ni chorros de sangre derramados tras las barricadas. Los gobernantes se escabulleron ante el pueblo armado, que había tomado las calles: las tropas evacuaron la ciudad, los funcionarios se apresuraron a ir a Versalles, llevándose todo lo que pudieron. El gobierno se evaporó, como un charco de agua pútrida en el soplo de un viento primaveral, y el día 19 París, habiendo apenas derramado una gota de la sangre de sus hijos, se encontró libre de la mancha que apestaba en la gran ciudad.
Sin embargo, la revolución así realizada abrió una nueva era en la serie de revoluciones por las que los pueblos marchan de la esclavitud a la libertad. Bajo el nombre de la Comuna de París, nació una nueva idea, destinada a convertirse en el punto de partida de futuras revoluciones.
Como ocurre siempre con las grandes ideas, no fue el producto de las concepciones de un filósofo o de un individuo: Nació en la mente colectiva, brotó del corazón de todo un pueblo; pero fue vago al principio, y muchos de los que lo pusieron en práctica y dieron su vida por él no lo imaginaron al principio como lo concebimos hoy; no se dieron cuenta de la revolución que estaban inaugurando, de la fecundidad del nuevo principio que pretendían poner en práctica. Sólo en la aplicación práctica del principio comenzó a vislumbrarse su futura significación; sólo en el trabajo de pensamiento que desde entonces ha tenido lugar, este nuevo principio se fue definiendo, determinando y apareciendo con toda su lucidez, toda su belleza, su justicia y la importancia de sus resultados.
Desde que el socialismo cobró un nuevo impulso en el curso de los cinco o seis años que precedieron a la Comuna, una cuestión preocupó sobre todo a los artífices de la revolución social que se avecinaba. Se trataba de saber qué modo de agrupación política de las sociedades sería más propicio para esa gran revolución económica que el desarrollo actual de la industria impone a nuestra generación, y que debe ser la abolición de la propiedad individual y la puesta en común de todo el capital acumulado por las generaciones anteriores.
La Asociación Internacional de Trabajadores dio esta respuesta. La agrupación, dijo, no debe limitarse a una sola nación: debe extenderse por encima de las fronteras artificiales. Y pronto esta gran idea penetró en el corazón de los pueblos, se apoderó de sus mentes. Perseguida desde entonces por la liga de todas las reacciones, ha vivido sin embargo, y en cuanto los obstáculos a su desarrollo sean destruidos por la voz de los pueblos insurgentes, renacerá más fuerte que nunca.
Pero la pregunta seguía siendo quiénes serían las partes integrantes de esta vasta Asociación.
Para responder a esta cuestión se unieron dos grandes corrientes de ideas: el Estado popular, por un lado, y la anarquía, por otro.
Según los socialistas alemanes, el Estado debe tomar posesión de toda la riqueza acumulada y entregarla a las asociaciones de trabajadores, organizar la producción y el intercambio, y asegurar la vida y el funcionamiento de la sociedad.
A esto, la mayoría de los socialistas latinos, con la fuerza de su experiencia, respondieron que tal Estado, aun admitiendo que por imposibilidad pudiera existir, habría sido la peor de las tiranías, y opusieron a este ideal, copiado del pasado, un nuevo ideal, la anarquía, es decir, la abolición completa de los Estados y la organización de lo simple a lo compuesto por la libre federación de las fuerzas populares, de los productores y de los consumidores.
Pronto se admitió, incluso por parte de algunos "estatistas", los menos imbuidos de prejuicios gubernamentales, que la Anarquía representa ciertamente una organización muy superior a la que pretende el Estado popular; pero, se dijo, el ideal anarquista está tan alejado de nosotros, que no debemos preocuparnos por el momento. Por otra parte, la teoría anarquista carecía de una fórmula concreta y sencilla para precisar su punto de partida, para dar contenido a sus concepciones, para demostrar que se basaban en una tendencia que tenía una existencia real en el pueblo. La federación de gremios y grupos de consumidores a través de las fronteras y fuera de los Estados actuales parecía todavía demasiado vaga; y era fácil ver al mismo tiempo que no podía incluir toda la diversidad de manifestaciones humanas. Era necesario encontrar una fórmula más clara, más asequible, que tuviera sus elementos primarios en la realidad de las cosas.
Si sólo se tratara de desarrollar una teoría, ¡las teorías no importarían! Pero mientras una idea nueva no encuentre un enunciado claro y preciso derivado de lo existente, no se apodera de la mente de la gente, no la inspira hasta el punto de lanzarla a una lucha decisiva. La gente no se lanza a lo desconocido, sin apoyarse en una idea determinada y claramente formulada que le sirva de trampolín, por así decirlo, para su punto de partida. (Kropotkin 1881 - a leer en el libertario)
Traducido por Jorge Joya
Original: le-libertaire.net/vive-commune-paris/