¿Has pensado alguna vez que lo que haces allí podría ser gestionado colectivamente y no sólo organizado por un jefe, un director o un administrador al que le debes algún tipo de obediencia?
Esta falta de sueño y de espíritu libertario colectivo es la causa parcial en estos momentos del improbable estallido de una revolución económica y social en nuestras sociedades.
En España, mucho antes del golpe de Estado de Franco en julio de 1936, los campesinos llevaban este sueño. Los trabajadores también. Si el proyecto de reapropiación de la propia vida circulaba desde hacía varias generaciones en los panfletos distribuidos por los militantes libertarios, este sueño se realizó espontáneamente cuando el acceso a la tierra fue de repente posible para los campesinos cuando los propietarios huyeron o fueron fusilados. Hubo violencia, por supuesto, pero ¿no fue la "mayor violencia" obra de los golpistas?
Sin embargo, ¿por qué Gabriel Jackson, el prologuista de El sueño igualitario, debe exagerar cuando llama a los protagonistas del movimiento libertario español "ángeles o gángsters"?
Ya conoces la imagen de una columna libertaria en armas entrando en un pueblo con Durruti arengando a un público desde el balcón del ayuntamiento: inmediatamente el pueblo se declara colectivista y pasa a la práctica. La realidad, sin duda, puede haber sido ligeramente diferente. Sin embargo, el 9 de mayo de 1937, en la primera asamblea general del cantón de Graus, un secretario local de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), Emilio Portella Caballé, hizo una declaración:
"Hasta el 19 de julio del año pasado, el cantón estaba esclavizado por los cuatro o seis caciques, rentistas o comerciantes que lo conformaban; éstos gozaban de privilegios en todos los ámbitos, dejando los pueblos, a cambio del bienestar del que eran los únicos beneficiarios,
sólo incultura, miseria y esclavitud. Pregunta a la asamblea si es preferible vivir como lo hicimos hasta esa fecha histórica o, por el contrario, trazar un nuevo rumbo que no se parecerá en nada -que no se parecerá en nada al anterior- porque se basará en la igualdad y la libertad, dos características que hasta ahora desconocíamos, porque nunca se habían practicado."
(Emilio Portella fue fusilado por los franquistas en 1945).
De este modo, las tierras no cultivadas fueron requisadas por los propietarios ausentes.
La hegemonía anarquista fue tal en algunos lugares que los campesinos se unieron a las comunidades contra su voluntad. Pero no todos se precipitaron al colectivismo, y a los que preferían cultivar sus tierras con sus familias se les llamaba "individualistas", en el entendimiento de que, si la tierra pertenecía a los que la trabajaban, no debían emplear sirvientes ni jornaleros. Los que optan por el colectivo pueden abandonar la comunidad y llevarse lo que han traído consigo.
A nivel de base, hubo un acuerdo, a veces conflictivo, entre la Unión General de Trabajadores (UGT), de tendencia socialista, y la CNT, de tendencia libertaria, para la creación de cooperativas en cada localidad en las que pudieran ser admitidos los individualistas.
El autor describe detalladamente el funcionamiento de las diferentes comunidades: los horarios de trabajo, la distribución de las tareas, el reparto de la remuneración, la moneda local provisional o la ausencia de ella, y el predominio de ciertas prestaciones a los hombres a partir de los 14 años.
La desigualdad reinaba, por supuesto (aunque las Mujeres Libres habían iniciado su lucha emancipadora).
Sin embargo, se estipuló que "todo colectivista tiene derecho, sin pago de ningún tipo, a los servicios médicos y hospitalarios, al agua y a todos los que estén a disposición de la comunidad".
Las mulas y los burros, que eran numerosos en el trabajo, a veces encontraban una ventaja definitiva en la distribución del trigo forrajero.
Después de que los comunistas se hicieran con el gobierno, se detuvo a muchos anarquistas; a veces se devolvieron tierras y se destruyeron comunidades; las columnas de Franco terminaron el trabajo.
Pelai Pagès, el autor, reconoce que las comunidades no eran la "Arcadia del bienestar", había abandonos y también expulsiones. También hubo racionamiento durante el periodo de guerra. Y en su descripción se apoya en los informes de los ayuntamientos que aún están disponibles y que serán utilizados por el Tribunal Supremo franquista como prueba de los "actos delictivos" cometidos contra la propiedad en diferentes pueblos.
Hay que recordar que estos acontecimientos, que tuvieron lugar en plena guerra civil, duraron menos de dieciocho meses. Por eso, a los ojos de la historia, los logros de los campesinos de Huesca, sin olvidar todos los demás, dado el entorno hostil y la brevedad de lo que fue más que un experimento, quedarán como una referencia grabada para siempre en nuestra memoria.
André Bernard
Pelai Pagès, Le Rêve égalitaire chez les paysans de Huesca, 1936-1938, París, Noir & Rouge éd. 2016, 232 p. 20 euros