Las tradiciones oprimen a las mujeres

"Una sociedad que se basa en la explotación de los seres humanos necesita un orden sexual riguroso. Reacción, statu quo, evolución, revolución... la condición de la mujer en una sociedad es un elemento fundamental en el análisis del contexto político; y esta condición es inseparable del peso que se da en la comunidad a las tradiciones y las religiones.

Este hecho evidente se "olvida" a menudo en la actualidad. En efecto, incluso en los círculos que se consideran progresistas, incluso en el medio libertario, que se proclama feminista y antipatriarcal, el conservadurismo más pesado ha carcomido el discurso y el pensamiento (1). Por supuesto, lo han hecho con habilidad. Ya no se expresan según la vieja retórica: "Trabajo, familia, patria". Se camuflan tras nuevos adornos y adoptan los disfraces del "regionalismo", la defensa de los "pueblos originarios" y la noción de "costumbres" cuando no es el "respeto" de "ciertas tradiciones religiosas"...

Un paseo por la historia nos ayudará a entender lo que está en juego. La Revolución Rusa es especialmente ilustrativa desde este punto de vista. En "La revolución desconocida", una obra de gran interés, Voline nos muestra cómo, durante la revolución rusa de 1917, más de tres siglos de opresión fueron repentinamente barridos por la ruptura con la ideología del poder y por la desacralización del zar.

El punto de partida ideológico del régimen zarista se remonta al reinado de Iván IV el Terrible. Fue él quien introdujo el concepto más importante, el que fundó el absolutismo, el concepto de "derecho divino".

Para ello, Iván IV se apoyó en la religión ortodoxa y en su clero. A partir de este período, el zar, el emperador de todas las Rusias, adquirió un carácter sagrado en la mente de la gente y se convirtió en el depositario de la palabra divina... La revolución de febrero de 1917 marcó el fin de esta creencia de manera grandiosa. Entre las dos fechas extremas, las mentalidades, bajo el dominio de los dogmas de la Iglesia Ortodoxa -pilar del poder autocrático- evolucionaron sólo lentamente al principio; luego, a partir de 1825, todo se aceleró.

Un indicador de esta evolución histórica es la situación de la mujer. A finales del siglo XVI, las mujeres estaban sometidas a una dominación ilimitada, tanto en las altas esferas de la sociedad como entre los cosacos. La religión, que era el pilar del régimen, convertía a la mujer en algo parecido a un demonio; o por decirlo de forma sencilla, en un ser impuro. Este delirio antifemenino es tal que masas de hombres se castran voluntariamente para preservarse de la tentación sexual y viven en comunidades compuestas únicamente por eunucos.

La consecuencia de esta ideología es que las mujeres sólo pueden ser encerradas o esclavizadas. En la aristocracia rusa, vive recluida en habitaciones habilitadas para ello. En todos los demás lugares, es explotada como un animal. Los prejuicios de la ideología dominante implican que las mujeres no tienen categoría humana. Cabe destacar que encontramos -también en las revueltas campesinas y cosacas- esta falta de reconocimiento correlacionada con el arraigo de la leyenda del origen divino del zar.

Cuando se rebelan, las masas no son en absoluto revolucionarias: no hay básicamente ninguna ruptura con la tradición. Esta paradoja es bastante notable entre los cosacos. Ellos, que se definían a sí mismos como "hombres libres", estuvieron al frente de muchas rebeliones. Recurren a una especie de "asamblea general". Pero estas asambleas cosacas están formadas sólo por hombres, y las decisiones que se toman con respecto a las mujeres son simplemente odiosas. Una mujer sospechosa de adulterio es arrastrada por los pelos al centro de la asamblea por el marido que se siente despreciado, y si ningún hombre la quiere y toma su defensa, es cosida viva en un saco y arrojada al Volga. También fue en el Volga donde Stenka Razine, otro líder de los rebeldes, se deshizo de su concubina para mantener el respeto de las tropas y seguir siendo su Ataman, su líder.

Las primeras grietas significativas en este estado de cosas se produjeron en la cima de la estructura de poder, en particular durante la lucha de la princesa Sofía por el trono contra su hermano, el futuro Pedro el Grande. Sofía terminó su vida en un convento, pero esta lucha abrió el camino a una serie de zarinas, la más famosa de las cuales, Catalina, fue responsable de la creación del Instituto Smolny para la educación de las jóvenes nobles en el siglo XVIII. Pero todo se aceleró a mediados del siglo XIX, paralelamente a la penetración de las ideas revolucionarias en el país. El movimiento nihilista fue el responsable de la aparición de una posición de ruptura ideológica global que consistía en un rechazo total de la cultura ancestral. Este movimiento, en principio puramente intelectual, no admitía nada de la herencia del pasado ("nihil" = nada). Iba a ser el origen de algo radicalmente nuevo: individuos de ambos sexos iban a liderar la lucha por la emancipación en igualdad de condiciones.

A partir de entonces, en los grupos revolucionarios que actuaron contra el régimen -primero los populistas, luego los socialistas y los anarquistas- las mujeres tomaron parte en la terrible lucha contra el despotismo. Una de ellas, Sofía Perovskaya, participó en el atentado de 1881 contra el zar Alejandro II. Fue ejecutada con cuatro de sus compañeros.

Esta igualdad política entre hombres y mujeres, que se concretó gracias a esta negación de las tradiciones, es un hecho crucial. Contiene en su interior la destrucción del viejo mundo zarista, que a partir de ese momento estaba condenado y no tardaría ni cuarenta años en derrumbarse. Pues esta igualdad de sexos, resultado de una ruptura ideológica con el pasado, es un elemento que mide la penetración de la cultura revolucionaria. En los grupos revolucionarios, hombres y mujeres, pero también creyentes y ateos, rechazaron sus diferencias culturales, rechazaron la división impuesta por las autoridades: estos hechos prefiguraron la unidad real de la población obrera y campesina, que sería la condición para su paso a la acción directa y masiva desde 1905 hasta la caída de la tiranía zarista en febrero de 1917.

En momentos históricos de lucha contra la dominación, como en Rusia a partir de 1880, mujeres anónimas o famosas, como María Spiridonova, líder del Partido Socialista Revolucionario Ruso, se destacan como el rostro visible de una profunda conciencia. Por otro lado, su falta de participación o su marginación de la lucha social es un indicador del conservadurismo ambiental o del progreso de la reacción.

Encontramos exactamente los mismos síntomas en la España revolucionaria de 1936, con la aparición en la lucha de mujeres libres y armadas del pueblo. No es casualidad que la campaña reaccionaria de militarización de las columnas anarquistas y revolucionarias se iniciara con un ataque total a las milicianas que luchaban en ellas. Esta propaganda tocaba un punto sensible de las "culturas ibéricas originarias", un punto que aún no había sido suficientemente destruido, el del lugar de la mujer en la sociedad. Así, en la prensa de la burguesía comunista o socialista, comenzaron a llamar a estas milicianas prostitutas y sifilíticas. Luego, tras un reenfoque del órgano catalán de la CNT "Solidaridad obrera", se pudieron leer idénticas insinuaciones a favor de la vuelta al orden sexual. Cuando "Mujeres libres", el órgano de las mujeres anarcosindicalistas, lanzó la explícita consigna "Los hombres al frente, las mujeres al trabajo" (2) y la última miliciana bajó su fusil para volver a casa, la revolución española también había terminado.

La conclusión es sencilla: ¡no hay libertad para las mujeres sin el rechazo de las tradiciones opresivas!

Nanard

 Traducido por Jorge Joya

Original: www.socialisme-libertaire.fr/2021/08/les-traditions-oppriment-les-femm