¿Son realmente democráticas las elecciones?

 

El asunto Balkany y la "crisis" de los Chalecos Amarillos tienen algo en común. La democracia, en su forma actual, estaría en crisis, ya que los gobernantes, elegidos, estarían desconectados de la realidad, disfrutando de privilegios indebidos e inmerecidos, permitiéndose malversar dinero o promulgar leyes e impuestos sin pagar ellos mismos el precio. Pero incluso antes de estos dos casos, la historia política francesa muestra muchos ejemplos de corrupción, malicia y nepotismo. ¿Es realmente nueva la crisis de la democracia que estamos viviendo, que separa a las élites gobernantes de un pueblo gobernado? Lo que está en cuestión, tanto por la cólera suscitada por los Balcanes como por los Chalecos Amarillos, es la legitimidad de los gobernantes para gobernar y representar a los individuos que componen la sociedad francesa. La tensión entre democracia y elección no es nueva, pero es constitutiva de nuestro modelo político.

Democracia y elección, la forma de gobierno representativa

La democracia no siempre ha funcionado con el principio de la elección. En su libro Principes du gouvernement représentatif, Bernard Manin indica que la forma de gobierno democrática a la que hemos llegado hoy concilia cuatro principios que son el resultado de una larga maduración histórica. Estos principios son los siguientes:

1/ Los gobernantes son elegidos, ya sea por sufragio censitario o por sufragio universal, directo o indirecto (por ejemplo, los senadores en Francia son elegidos por grandes electores, y el presidente o los diputados por sufragio universal directo),

2/ Los gobernantes tienen un mandato representativo fijo, es decir, el mandato no está vinculado a obligaciones específicas -no hay un contenido obligatorio que cumplir para un funcionario elegido, se vota más bien por una persona- y este mandato se otorga por un periodo determinado, pero no es revocable,

3/ Las opiniones de los gobernantes, al no estar sujetas a ningún contenido sustantivo, son libres de variar durante su mandato,

4/ Las decisiones públicas se someten a discusión, ya sea de forma pública (referéndum, "grandes debates") o de forma parlamentaria (lo más frecuente).

Si seguimos este análisis, es en la propia forma de nuestro régimen gubernamental donde hay una desconexión entre los elegidos y los votantes. Los funcionarios electos, una vez elegidos, ya no pueden ser controlados (a menos que caigan en el fraude fiscal o en algún otro negocio ilegal) y, por tanto, pueden acaparar parte del poder para sí mismos. Para rematar, para Manin, no estamos actualmente en una democracia parlamentaria (donde todas las decisiones son tomadas por el parlamento, que es soberano, lo que correspondería a las prácticas de la Cuarta República), ni siquiera en una democracia de partidos (donde los votantes se basan en el contenido electoral para gobernar su decisión), sino en una democracia de públicos (dirigida por la comunicación, el marketing, la imagen devuelta por los gobernantes).

A partir de ahí, lo que observamos es que la elección como modo de selección de gobernantes es en sí misma un modo que no es necesariamente democrático en el sentido de que permita un gobierno del pueblo. Al elegir un presidente, incluso con la ampliación del sufragio a universal en 1962 para Francia, no nos damos la capacidad de controlarlo o destituirlo. La elección es, pues, más un despojo que una delegación. Peor aún, la forma universal del sufragio coincide no con la toma del poder por parte de los individuos (para evitar el uso de la palabra "pueblo"), sino con el culto a la imagen y a la personalidad, la necesidad de los gobernantes de proyectar una "buena imagen", de revestir sus discursos y posiciones para hacerlos aceptables, en definitiva con la era de la comunicación de masas.

Elección frente a democracia

Esto no debe sorprendernos si nos remontamos a los orígenes de la noción de elección. De hecho, la elección es históricamente un principio antidemocrático. Las democracias contemporáneas pueden considerarse entonces como logros históricos basados en importantes tensiones sobre su modo de representación.

Si nos remontamos a la democracia griega -un modelo que, por supuesto, debemos tener cuidado de no idolatrar, ya que sólo votaban los ciudadanos, y éstos constituían una ínfima minoría de la población ateniense, por ejemplo- el modo de representación no es la elección, sino el sorteo. ¿Por qué? Porque se considera que la elección favorece a los que ya están en una posición de poder: los que tienen tiempo y medios para educarse. En resumen, la elección favorece a los ricos. Y de hecho, si estudiamos la elección como modo de selección de un líder o gobernante, podemos ver que la elección es inicialmente un modo de selección aristocrático o monárquico. Los prelados elegían al Papa, los condes-electores elegían al emperador, por ejemplo eligiendo entre Francisco I y Carlos V para la soberanía del Sacro Imperio Romano Germánico en 1519.

Cuando la elección apareció históricamente unida a un supuesto gobierno democrático, fue precisamente para limitar el poder del pueblo. Cuando hoy decimos que el soberanismo es popular, debemos darnos cuenta de que es una forma de pagar con palabras lo que se niega con hechos. De hecho, si nos fijamos en los padres fundadores de Estados Unidos, por ejemplo en James Madison, encontramos una explicación muy clara de la función de las elecciones: el propósito de las elecciones es "purificar y ampliar la mente pública haciéndola pasar por un cuerpo elegido de ciudadanos cuya sabiduría sea la más capaz de discernir el verdadero interés del país". Esto significa que la elección permite la selección de individuos superiores, capaces de dirigir el país a veces en contra de la opinión pública. Esta opinión se ve confirmada por los escritos de Alexander Hamilton, quien afirma nada menos que quienes se verán favorecidos por las elecciones son los ricos, porque tienen tiempo para correr -al no necesitar trabajar-, tienen tiempo para educarse, pero no son susceptibles de corromperse debido a sus ingresos ya suficientes. En resumen, la elección se ve como una forma, a la vez que indica que el pueblo tiene el poder, de restablecer una aristocracia dentro de la democracia. Bajo la apariencia de permitir el poder del pueblo, la elección produce una casta de individuos seleccionados por su diferencia y no por su representatividad.

La elección, por tanto, contrariamente a la asociación común entre votación y democracia, no es necesariamente democrática, aunque se realice por sufragio universal directo. La situación actual de una democracia electoral produce un electoralismo que selecciona y produce individuos diferenciados, que dominan la comunicación y el discurso público, procedentes de los mismos orígenes, reproduciendo una aristocracia dentro de las llamadas instituciones democráticas.

¿Cuál es la alternativa?

Ante esta realidad, que alimenta múltiples movimientos de protesta, es fácil encontrar malas soluciones: reformar una unidad popular que trascienda la distinción entre el gobierno y los gobernados por el mismo amor al país, a la nación y a la historia de Francia; o querer volver a un modo de gobierno democrático parlamentario (como la Sexta República), que mitiga el problema más que lo resuelve. Del mismo modo, el deseo de que los representantes elegidos sean más representativos no me parece una buena solución. De hecho, el sistema político funciona ahora de tal manera que un individuo, incluso uno con las mejores intenciones, debe jugar el juego político electoral que está escrito en las instituciones. Esto no tiene que ver con un mecanismo de conspiración, en este juego nadie mueve los hilos. Pero las reglas del juego son tales que un individuo que resulte elegido se encontrará rápidamente aislado si no juega el juego de las alianzas, la comunicación y, finalmente, el poder. Además, apostar por las buenas intenciones y disposiciones de los gobernantes y los elegidos es una esperanza piadosa si no va acompañada de controles y equilibrios del poder.

La solución más lógica no es tratar de elegir a individuos mejores y más representativos (más mujeres, trabajadores, negros, árabes, etc.), sino rechazar la elección en forma de delegación de poder a un individuo que, una vez elegido, ya no es responsable. Del mismo modo que no se trata de confiar el poder a personas mejores, sino simplemente de repartirlo, de compartirlo, para que ningún individuo o grupo de individuos tomados por separado puedan hacerse con él en solitario, no hay que esperar en la elección de mejores elegidos, sino modificar la institución del voto y el estatus de los elegidos.

Algunas propuestas libertarias son evidentes: sustituir el mandato representativo de duración determinada sin obligación de cumplir una misión específica por un mandato imperativo, que establezca las cosas que hay que hacer, y que pueda ser revocado a intervalos regulares ante una asamblea, experimentar con el sorteo, pero sobre todo funcionar de manera federal con una descentralización importante del poder que se distribuirá a nivel local en cuanto esto sea posible. Así, la democracia, como poder de los individuos sobre sí mismos, se consigue mejor en el federalismo libertario que en la democracia representativa electoralista.

NCJ - Grupo Graine d'Anar 

Traducido por Jorge Joya

Original:www.socialisme-libertaire.fr/2021/06/l-election-est-elle-reellement-de