Salvador Seguí, el más desconocido de los anarquistas conocidos

Para la memoria oficial, Salvador Seguí constituye una excepción entre los nombres propios del anarquismo. En un país -y una historiografía, la catalana, aunque empapada de novecentismo - que se ha esforzado para borrar del mapa el movimiento popular más importante de su historia y el movimiento anarquista más importante del mundo, Seguí resulta un nombre familiar. Junto con otros escasas excepciones como Federica Montseny o Joan Peiró, tiene espacios dedicados a su memoria: calles en Santa Coloma de Gramenet, Sabadell, Sant Boi de Llobregat, Hospitalet de Llobregat, Vilafranca del Penedès, un instituto de secundaria en Barcelona y una fundación. Sin embargo, más allá de su genérica asociación con la CNT y su papel en la huelga de la Canadiense de 1919, pocas cosas más son conocidas por cualquier persona mínimamente informada sobre el llamado Noi del Sucre. Como mucho, algunos sectores literatos sabrán de su íntima amistad con Francesc Layret y Lluís Companys -la madre era prima de la de seguimiento, un trío que compartió pulsión social, alta cultura, y el hecho de haber caído bajo las balas de un estado asesino. Incluso, posee la excepcionalidad de haber sido biografiado -de manera bastante competente- por intelectuales brillantes de la década de 1970 como Josep Maria Huertas Clavería o Manuel Cruells.

Este 23 de septiembre se cumple el 134è aniversario de su nacimiento -parece que en Lleida, a pesar de que hay una controversia con Tornabous, de donde era su madre. Coincidiendo con ello, y teniendo en cuenta que dentro de un par de años conmemoraremos el centenario de su asesinato a manos de unos sicarios de la patronal -con la complicidad activa del Gobierno Civil de Barcelona-, la editorial El Diablo Gros publica el coloso del anarquismo, una recopilación de los textos del dirigente anarcosindicalista, seleccionados y editados por Jordi Martí Font. Es una excelente oportunidad para conocer qué hay detrás de los mitos. Es la ocasión para que aquel hijo de panadero, pintor de profesión, activista cultural, uno de los artífices del Ateneo Enciclopédico Popular y uno de los fundadores de la CNT, en 1910, pueda hablar con nosotros.

Detrás la figura colosal (en términos políticos y en términos físicos, con cerca de dos metros y más de cien kilos), encontraremos un pensador brillante y uno de los principales teóricos del anarcosindicalismo mundial

Un spoiler: detrás la figura colosal (en términos políticos y en términos físicos, con cerca de dos metros y más de cien kilos), encontraremos un pensador brillante y uno de los principales teóricos del anarcosindicalismo mundial, con un pensamiento elaborado y unas propuestas válidas a pesar de que haya pasado más de un siglo. Es cierto: su obra es dispersa en artículos, discursos, correspondencia, entrevistas ... En este sentido, en las formas, era completamente socrático: la palabra viva, sobre todo entre el politizado mundo del anarcosindicalismo de principios del siglo XX, se convertía la principal forma de información y agitación, y más bien refractario al tratado filosófico. En los contenidos, por el contrario, era aristotélico: consideraba que la virtud se encontraba en el punto medio. El anarcosindicalismo era la síntesis ideal entre el anarquismo como parte teórica y el sindicalismo como materialización práctica. Era contrario a la violencia revolucionaria como estrategia, aunque consideraba útil y ética la legítima defensa y, de hecho, no le hacía pesadumbre participar, con la ventaja de su físico, en enfrentamientos con sicarios de la patronal y lerrouxistas. Defendió el apoliticismo, no porque no considerara útil la política, sino para evitar lo que estaba pasando coetáneamente en Europa: que los sindicatos acababan convirtiéndose apéndices subordinados a partidos políticos teóricamente obreros (PSOE, socialdemócratas alemanes, socialistas franceses, laboristas británicos ... ). Por el contrario, más bien defendía utilizar los políticos en beneficio de los obreros, manteniendo siempre la estricta independencia sindical. Y el ejemplo lo podía tener con el republicanismo popular catalanista, a partir de su privilegiada relación política y amistad personal con Francesc Layret y Lluís Companys, aunque también con el intento de manipulación de dirigentes socialistas españoles como Francisco Largo Caballero.

Ahora bien: lo que más distinguió su pensamiento, transmitido por sus escritos algunos de los cuales parecen haber sido redactados por la mano de algunos amigos y colaboradores suyos como Miquel Viadiu o Pere Foix-, era entender el sindicato como un espacio de formación continua y como herramienta revolucionaria. El sindicalismo tenía que ser, sobre todo, un espacio de encuentro entre los trabajadores, donde las diferencias de rango y categorías debían ser aparcadas -de ahí el concepto "sindicatos únicos", que debía servir para que sus afiliados recibieran una profunda e intensa formación política (es decir, entender cómo funciona el mundo) y, sobre todo, técnica. La parte revolucionaria del sindicalismo consistía en poder llegar a un momento en que el Estado, este Estado tan odiado por el anarquismo, fuera reemplazado por el sindicato. En otras palabras, que el anarcosindicalismo debía preparar las clases populares, según conocimientos políticos, personales, humanísticos, de psicología colectiva, y con valores como la disciplina y el rigor, porque forjaran una contrasocietat a dentro de la misma sociedad hasta privar de oxígeno el capitalismo burgués, hasta el punto de que éste llegara a caer por su propio peso (o con un empujoncito) y al día siguiente, un sindicato capaz de administrar la vida pública pudiera suplir con facilidad todas las funciones básicas y servicios que hacía funcionar la sociedad.

Parece fácil de decirlo, y difícil de aplicar. Es por ello que la CNT de la primera década de su existencia, más allá de la mística de las barricadas y los movimientos huelguísticos de 1909, 1917 y 1919, iba tomando funciones propias de un estado: la articulación de diversas iniciativas mutualistas ; la simbiosis con ateneos que ofrecían contactos, ocio, sociabilidad; la creación de escuelas para los hijos de los trabajadores -y escuelas nocturnas, con cultura general y perfeccionamiento técnico de oficio, para los afiliados-, medios de comunicación -el diario Solidaridad Obrera- así como una especie de industria editorial militante, bolsas de trabajo, es decir, cierto control obrero para seleccionar trabajadores en las empresas donde tenían representatividad-, y todo lo que confería poder a la clase trabajadora y suscitaba miedo entre las propiedades de las fábricas y los negocios.

Esto implicaba unas líneas estratégicas y un pensamiento económico que el mito de la revolución ha ocultado a medias. Seguí era un gran conocedor de Cristiaan Corneliseen, un economista y teórico anarcosindicalista holandés que consideraba importante generar una legalidad obrera, es decir, tomar en serio el mundo del derecho y la articulación institucional de la contrasocietat, o la aceptación de una economía de mercado mixta y controlada por las clases trabajadoras, que era la antítesis del socialismo centralizado que preconizaba el movimiento comunista coetáneo. Y no es de extrañar: tanto Seguí como buena parte de las élites anarcosindicalistas catalanas de principios del siglo XX se podrían considerar lo que hoy podríamos caracterizar como autónomos, cooperativistas o pequeños empresarios, con sus dosis de iniciativa económica, aunque con un sentido moral de la economía. De ahí, una importante consecuencia, que no siempre fue comprendida por buena parte de la militancia, sobre todo en un momento en que la toma de poder bolchevique, a finales de 1917 deslumbró el proletariado barcelonés y asustó las clases acomodadas. Seguí consideraba que había que atraerse para la causa las clases medias y el mundo campesino. Las primeras eran necesarias para hacer funcionar la economía y la sociedad al día siguiente de la revolución. Los segundos, para que cualquier revolución siempre puede tener el riesgo del desabastecimiento en la desconfianza entre el mundo rural y urbano. Se olvida a menudo que la huelga de la Canadiense estalló cuando la empresa eléctrica despidió ingenieros y administrativos, es decir, trabajadores de cuello blanco-, y vinieron a la CNT a pedir apoyo. Lo que había sido un conflicto limitado a una veintena de personas, continuó como huelga de solidaridad y terminó con una huelga general de seis semanas y con la claudicación -Provisional y a regañadientes- del empresariado barcelonés.

Seguí era un hombre admirado por gente de toda clase y condición. También y muy especialmente, por la intelectualidad del momento -por poner un ejemplo, para personajes como Eugenio d'Ors: participaba en las principales tertulias, era respetado por el mundo político republicano y catalanista, era un gran conocedor de las corrientes filosóficas del momento . Mirando su perfil psicológico, a pesar de una cultura autodidacta -su escolaridad no había ido más allá de los diez años- se podría considerar un superdotado carismático, un líder natural, un primus inter pares. Esto lo hacía ser un escéptico. Se anticipó a entender que la Revolución Soviética era una farsa, fundamentada en lo que el sociólogo alemán Robert Michels definía coetáneamente como "ley de hierro de la oligarquía", según la cual cualquier grupo revolucionario que asaltaba un poder autocrático, tendía a reproducir en el nuevo régimen las mismas estructuras políticas y sociales de opresión. Esto le causó fuerza oposición entre una militancia joven y radicalizada, sobre todo a partir del momento en que la patronal catalana comenzó a optar por una guerra social que propició medio millar de muertos entre 1.917-1.923.

De hecho, su talento político y estratégico lo convirtió en objeto de la represión. Fue encarcelado varias veces, entre las que estuvo casi tres años cerrado (1919-1922) en el Castillo de la Mola, en Mahón (donde escribió sus mejores páginas) hasta que, en plena ofensiva, fue asesinado el sábado 10 de marzo de 1923 junto con su colaborador, Francesc Comas, conocido como Paronas.

Su asesinato conmocionó la ciudad. Muchos barceloneses fueron hasta el lugar -en la calle de la Cadena, en el barrio del Raval- donde fueron abatidos, para depositar flores. Por la tarde del domingo se registraron algunos tiroteos y disturbios dispersos. Las autoridades, temiendo un motín, detuvieron decenas de sindicalistas, clausuraron las organizaciones sindicales y enviaron policías y guardias civiles a patrullar por toda la ciudad. El lunes día 12, el entierro de Seguí fue clandestino. Ni siquiera se permitió la presencia de la familia. Uno de los pocos autorizados a cumplir con los trámites administrativos fue su amigo y abogado, Lluís Companys. La CNT interpretó estos eventos como una agresión. La noticia de este "no funeral" corrió deprisa por la ciudad. A lo largo de la mañana, grupos de sindicalistas recorrieron Barcelona todo conminando la ciudadanía a cerrar negocios y detener las fábricas. Se extendió una huelga general. Una gran multitud se concentró ante el Gobierno Civil. El gobernador, abrumado por la situación, liberó los anarquistas detenidos domingo y prometía la celebración pública de un funeral para Francisco Comas. El entierro de Paronas, según explican los testigos, fue apoteósico, con miles de asistentes a la comitiva. Fue una especie de entierro sustitutorio. Pocos meses después, ante la intensificación de la guerra social, un nuevo golpe de estado, el de Primo de Rivera, iniciaba una nueva dictadura.

Moria el hombre, comenzaba el mito. Conviene recuperar, hoy, el hombre y, sobre todo, sus ideas y proyectos.

Traducido por Jorge Joya

Original: directa.cat/salvador-segui-el-mes-desconegut-dels-anarquistes-coneguts