La revolución imposible por Vincent Rouffineau

Cuando el anarquista emprende una reflexión sobre la naturaleza de la transición revolucionaria, se cierne la sombra de octubre de 1917. Más discretamente, la de la revolución mexicana y la de los hermanos Magón, o la de la España libertaria, también emergen, pero siguen siendo bastante frágiles frente al coloso bolchevique, que por sí solo ha influido en la historia del mundo, y sigue siendo hoy una inspiración para algunos gobiernos y muchos movimientos políticos, lo que deja perplejo cuando "El archipiélago Gulag" ha revelado, más allá del relato de la vida en los campos soviéticos, el carácter profundamente dictatorial del proyecto leninista: Pero es ciertamente esto lo que atrae el apoyo de muchos, percibiendo la revolución como un levantamiento irreprimible de la ira del "pueblo", que debe expresarse a través de la violencia. ¿No escribió Mao: "La revolución no es una cena de gala"? En esencia, uno debe dejar de lado su sensibilidad humanista y decidirse a matar, pero por la causa correcta. El propio Che Guevara fumaba su puro mientras veía cómo los pelotones de fusilamiento liquidaban a los enemigos de la revolución... Más allá de esta observación, lo que se cuestiona aquí es el éxito internacional del aspecto revolucionario de las teorías marxistas frente a otros movimientos que se reclaman socialistas, libertarios o de otro tipo. ¿Cuál es su especificidad, su fuerza conceptual, por qué el marxismo ha logrado conquistar las mentes, si no los corazones? Ciertamente no por su poder de seducción, porque la lectura de "El Capital" sigue siendo árida y poco atractiva; la fuerza del marxismo es haber producido conceptos específicos que constituyen una visión del mundo, un fundamento ideológico característico: el materialismo histórico y el materialismo dialéctico. El pensamiento revolucionario marxista se construye en torno a esta centralidad, elaborando un sistema, que todavía hoy influye en otras corrientes, incluidas las anarquistas. Antes de continuar, parece necesario hacer un balance de lo que abarcan estos conceptos, en una visión rápida y necesariamente reductora.

El pensamiento de Marx y Engels es ante todo un nuevo método de lectura de la historia. La evolución de las sociedades está determinada por la lucha de clases, de la que el factor económico es el principal. Marx consideraba que eran los aspectos materiales los que impulsaban el cambio social, lo que se reflejó en el concepto de materialismo histórico. Esto es en sí mismo una gran innovación conceptual, pero permanece en el dominio de las ciencias humanas: es con el materialismo dialéctico que el marxismo entra en la filosofía, introduciendo un sistema de pensamiento. La dialéctica en cuestión toma su sustancia de Platón, pero se basa en el pensamiento de Hegel, cuya contradicción quiere ser Marx, siguiendo a Feuerbach. Para Hegel, la dialéctica ya no es sólo un método de razonamiento, sino un principio de movimiento de la realidad misma, una realidad objetiva que existe independientemente de la mente humana. El filósofo alcanza un idealismo absoluto: para que el sujeto pensante conozca realmente el objeto de su reflexión, sujeto y pensamiento deben ser idénticos. Hegel afirma que "toda realidad es espíritu": la interacción de los opuestos crea conceptos; es esta interacción dialéctica productora de realidad la que está en el origen del pensamiento marxista: adopta el método hegeliano, pero refuta su idealismo absoluto transponiéndolo a un pensamiento materialista, para el que todos los fenómenos son el resultado de interacciones materiales: la realidad es materia, cualquier principio espiritual queda excluido. El movimiento dialéctico de la realidad, que en el caso de Hegel es un asunto del espíritu, es en el caso de Marx un asunto del mundo sensible, convirtiéndose en una dialéctica materialista, pero que él transpone a la acción humana, y a las realidades económicas. En efecto, Marx analiza las relaciones de producción, la dominación de clase y la alienación en términos de enfrentamientos de contrarios, opuestos según la lógica dialéctica pero interdependientes en los condicionantes materiales: la burguesía y el proletariado son antagónicos, pero están unidos por su pertenencia al capital. Los opuestos no se oponen por su naturaleza, sino por su función en un sistema común. 

Se trata de una auténtica cosmovisión que propone Marx, que puede ser refutada si se tienen argumentos sólidos, pero que no puede ser impugnada fuera de una polémica basada en el método filosófico: el desacuerdo no puede ser sólo moral, debe estar motivado por la refutación del propio sistema de pensamiento. Esta es una de las grandes fortalezas de este pensamiento, la otra es la posibilidad de reunir en torno a él a un gran número de activistas, pues como escribió Schopenhauer: "Pocos saben pensar, pero todos quieren una opinión, y ¿qué queda sino tomar la opinión de los demás en lugar de formarse la propia?" ("El arte de tener siempre la razón", 1831). Aquí es donde aparece la principal dificultad para el anarquista: puede pensar, pero poca gente se adhiere a su opinión. Sin embargo, el pensamiento anarquista representa el ideal hacia el que tiende naturalmente todo ser humano: la justicia, la igualdad, la libertad, la primacía de la realización individual sobre las limitaciones sociales, el rechazo de los sistemas económicos basados en la explotación. A pesar de ello, sigue siendo inaudible: se pueden incriminar, por supuesto, los prejuicios que rodean al anarquismo, pero este escollo no lo explica todo; es más fundamentalmente que el anarquismo tiene una carencia, la de no producir conceptos. Se apoya en conceptos como el federalismo, la autogestión y posiblemente la colectivización, pero no es el autor de estos conceptos: no elabora un sistema filosófico identificable que haga consenso en el mundo militante; peor aún, hay tantos anarquismos como anarquistas, ciertamente vinculados por principios básicos comunes, pero que presentan modos de pensamiento o de acción diferentes, o incluso, en algunos casos, antagónicos, como la polémica entre pacifistas y partidarios de la acción armada (rara, es cierto). Incluso toma prestadas del marxismo las nociones de burguesía, capital y proletariado, heredadas de sus raíces obreras, que se están quedando obsoletas hoy en día ante la atomización del mundo del trabajo y la terciarización de la economía.

Cualesquiera que sean sus modalidades, la transición revolucionaria anarquista tropieza con contradicciones, que no representan más que un obstáculo ético pero fundamental. Algunos proponen ceder a la violencia mientras dure esta transición, para construir una nueva sociedad sobre una base saneada; otros abogan por difundir las ideas anarquistas, con la esperanza de una toma de conciencia colectiva. En todo caso, es la resistencia burguesa a este aliento revolucionario lo que plantea la cuestión, porque los burgueses no se dejarán despojar fácilmente de sus prerrogativas, y sin duda resistirán. Si suscribimos este postulado, tenemos que admitir que tendremos que usar la fuerza contra ellos, cosa que no dejarán de hacer: es, por tanto, una prueba de autoridad; objetaremos que la responsabilidad del uso de la fuerza recae en quien se resiste a la dinámica revolucionaria, pero si apoyamos esta posición, nos acercamos peligrosamente al esquema de octubre de 1917 y a la construcción social que fue la consecuencia. Además, en el plano estrictamente ético, un anarquista fuertemente antiautoritario se enfrenta ahora a un dilema, por otra parte clásico, entre fines y medios. Estas contradicciones son paralizantes porque no tienen respuestas conceptuales: en ausencia de un sistema, el pensamiento anarquista debe responder constantemente a nuevas preguntas, resolver contradicciones y elaborar respuestas adecuadas, todo lo cual representa una pérdida de tiempo y energía. Además, la ausencia de un sistema da lugar a un pensamiento tupido, sin una estructura consensuada en la forma, e inacabado en el fondo.

Decimos que ningún intento de elaborar una estrategia revolucionaria puede tener éxito sin la elaboración previa de un sistema. Por eso hablamos de una revolución imposible. Si aceptamos la idea de tomar las armas (sin ninguna consideración estratégica, es decir, sin evocar la idea de un rápido aplastamiento por parte de las fuerzas antagonistas), aceptamos matar, que es el acto autoritario más extremo. Si nos ponemos del lado de una posible toma de conciencia colectiva, que tendría como resultado la inclinación de la población hacia el ideal libertario, lo que llevaría al rechazo unánime de la dinámica social capitalista y burguesa, nos encontramos con la ausencia de un sistema de pensamiento que federe a esta gigantesca población. También podemos decidir poner en marcha acciones de sabotaje sistemático de las infraestructuras, pero sin la esperanza de que sólo ellas lleven a la adhesión del mayor número: a lo sumo nos permiten actuar, rechazar la pasividad, que ya es muy deseable, pero insuficiente. Ninguna estrategia puede surgir en ausencia de un sistema, ninguna credibilidad a gran escala puede alcanzarse sin el trabajo conceptual que forjaría una visión del mundo, a imagen y semejanza del marxismo, que es, desde este punto de vista, más eficaz que el anarquismo, y también más elaborado, lo que deploramos fuertemente pero que nos vemos obligados a reconocer.

Esta construcción filosófica es tanto más necesaria cuanto que el pensamiento anarquista entra en conflicto con los fundamentos mismos de la civilización occidental, cuyos principios morales y sociales se han extendido por todo el mundo, desde Hernán Cortés hasta la Coca-Cola. Como no somos ni etnólogos ni geógrafos, no pretendemos saber lo suficiente sobre las otras grandes civilizaciones para apoyar nuestro argumento, pero podemos afirmar que, aparte de las primeras sociedades, transmiten valores similares, que son fuentes de opresión: propiedad, autoridad, explotación, jerarquías sociales, y estos valores están en emulación con los de nuestras sociedades. Hay que admitir que el ser humano, por su educación y sus normas sociales, se resiste a adoptar el ideal libertario, por razones propias pero que para nosotros, los anarquistas, son inexplicables en el fondo, porque, como decíamos más arriba, este ideal corresponde a las aspiraciones de todos. Por tanto, no es contra la opresión burguesa contra la que hay que luchar, sino contra una visión del mundo forjada por la costumbre y las normas: esta visión del mundo está tan fuertemente anclada, es tan estructurada e inconsciente que sólo un sistema filosófico alternativo sería capaz de abolirla, como una revolución copernicana. La alegoría de la caverna de Platón adquiere aquí todo su sentido: prisioneros de sus certezas, de sus ideas recibidas, de sus creencias, los seres están como encerrados en una caverna y sólo perciben la verdad como sombras proyectadas en las paredes, siendo estas sombras las de los objetos manipulados por los titiriteros (Platón los identifica con los políticos y los sofistas, ¡sólo podemos estar de acuerdo con esta concepción!), para reforzar la ilusión, e iluminados por un fuego, una luz artificial. Es la filosofía la que empujará a los seres fuera de la caverna, hacia el conocimiento, a través de la adquisición de conocimientos: entonces descubren la luz natural, la verdadera naturaleza de las cosas, y se apresuran a bajar para liberar a sus compañeros, que se niegan a creerles. 

Los anarquistas se enfrentan al mismo rechazo: por eso necesitamos un sistema. Este sistema, además, no es necesariamente un dogma, es decir, una afirmación considerada irrefutable por una autoridad moral: debe ser refutable, es decir, debe permitir una contra-argumentación, para escapar del escollo dogmático. Sin embargo, queda por construir. Kropotkin, por ejemplo, escribió un texto en 1896 titulado "La anarquía, su filosofía, su ideal"; sin embargo, incluso en este texto, es evidente la ausencia de un método filosófico como tal. En el prefacio de "El Estado en la Historia" de G. Leval, F. Iglesias cita a Malatesta que, tras el triunfo del fascismo en Italia, declaró que "nos faltaba un programa". Ahora bien, no puede haber un programa sin un sistema de pensamiento, a menos que aceptemos una forma de retoque constantemente adaptada a las circunstancias. Necesitamos un método. La ausencia de un método, sin embargo, no impide el pensamiento: sin embargo, para ser eficaz, el pensamiento debe elaborar conceptos, que Deleuze considera el objetivo esencial de la filosofía. Para el sentido común, el concepto es la representación general y abstracta de un objeto: para la filosofía, es lo que constituye el pensamiento al proponer una representación general y estable, un universal bajo el cual se pueden clasificar las singularidades (Kant), pero que debe inscribirse en el lenguaje: un concepto es inventado por su autor para responder a una problemática. La filosofía no es interdisciplinaria: es autosuficiente, pero puede interactuar con otras disciplinas (Deleuze); aplicada a la ciencia, se convierte en epistemología al cuestionar las conclusiones y los métodos de esta ciencia. Aplicada al arte, se convierte en estética al estudiar la noción de belleza. Aplicado a la moral, se convierte en ética, para estudiar los principios que regulan la acción. La filosofía puede, pues, intervenir en otros campos disciplinarios, pero siempre aplicando el mismo método, y produciendo conceptos, por ejemplo la abducción para las ciencias (introducción de una ley como hipótesis), la forma para el arte, el bien para la moral. Sin embargo, la producción de conceptos por sí sola no puede construir un pensamiento: los conceptos cubren funciones en las que se basa la construcción de sistemas, que pueden considerarse constituidos por primeros principios, más o menos axiomáticos (Bouveresse); el sistema filosófico tiene la ambición de abarcar la realidad en su totalidad, en una construcción teórica que se basa en principios y no en hechos.

El anarquismo debe, por tanto, aprovechar el método filosófico para forjar su propio sistema y competir con el marxismo en el plano conceptual. Debe escapar de la elaboración perpetua de respuestas a la opresión, al capitalismo y al orden burgués, y salir de la esfera práctica en la que suele elaborarse: el vasto corpus de textos anarquistas que existe hasta hoy propone efectivamente modalidades de acción, pero muy pocos fundamentos teóricos. Es posible que este trabajo no tenga éxito, revelando la imposibilidad de una elaboración sistémica del anarquismo, llevando así a su refutación como pensamiento, y reduciéndolo a una metodología de acción: tal prueba parece deseable, sin embargo, para determinar si el ideal revolucionario anarquista se encuentra o no con una revolución imposible; si este fuera el caso, los anarquistas podrían entonces renovar sus concepciones. Así pues, cualquiera que sea el resultado de este trabajo en curso, sólo puede ser saludable: o bien conferirá a nuestro pensamiento un refuerzo ideológico que le permitirá difundirse eficazmente, o bien nos obligará a refundir sus planteamientos y métodos. Si la revolución es imposible, más vale que lo sepamos ahora.

Bibliografía

Bujarin, N., "La théorie du matérialisme historique : manuel populaire de sociologie marxiste" En la revista : "L'Homme et la société", N° 2, 1966. 

Bouveresse, J., "Qu'est-ce qu'un système philosophique ?", Ed. du Collège de France

Deleuze, G., " Qu'est-ce que la philosophie ? ", Les éditions de minuit, Coll. Reprise

d'Hondt, J., " La genèse de la dialectique hégélienne ", en la revista " L'Homme et la société ", N° 79-82, 1986

Heidegger, M., " Qu'appelle-t-on penser ? ", P.U.F, colección " Epiméthée ".

Labica, G., " Karl Marx : les thèses sur Feuerbach ", P.U.F, coll. Philosophies

Leval, G.; "L'Etat dans l'histoire", Ed. du Monde Libertaire

Traducido por Jorge Joya

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