"Según los científicos, se necesitaron unos 4.500 millones de años para crear la Tierra, frente a los siete días del Génesis.
El Evangelio según San Juan es categórico: "En el principio era el Verbo. "Y todas las cosas fueron hechas por medio de él. Y sin él, nada de lo que existe sería. El relato mítico del origen se tomará literalmente (un creador, criaturas y lo maravilloso, lo sobrenatural, animado por el Verbo). Érase una vez... en el principio... Una cuestión de narración, en definitiva. Porque, como cuando Mercurio le pregunta a Sosie cuál es su destino, éste responde sin dudar: "ser hombre y hablar" (Molière, Anfitrión, acto I, escena 2).
El enunciado precede a la existencia, como en la concepción de las filosofías fenomenológicas para las que "el mundo existe sólo como un mundo apuntado por una conciencia y por una intención".
El "Libro", que fundó tres monoteísmos y dos civilizaciones, Oriente y Occidente, recoge la Palabra de Dios (su Voluntad y su Ley). Para cada uno de sus legítimos propietarios, someterse a ella no es una vana ambición, sino un fundamento común.
La Palabra parece ser autosuficiente. Afirma la verdad de la afirmación. Es la voluntad en acción. El mito no es más que la expresión de la función simbólica a la que está sometida la humanidad: la del lenguaje. La narración -y por tanto la Palabra- crea la realidad. Romperlo socavaría el orden social, atomizando el grupo, ahora sin identidad, es decir, sin origen... Una ruptura simbólica, en definitiva.
Al otro lado de la cuenca mediterránea, el hombre, situado en el centro de todo, para vivir en sociedad, inventó el "lenguaje", dice Protágoras (filósofo presocrático del siglo V a.C.). Lo hizo, dice, "a través de la ciencia que tenía de articular su voz y formar los nombres de las cosas, de inventar casas, ropa, zapatos, camas, y de sacar comida del suelo". El hombre, animal social, la más débil de las criaturas, es un ser frágil. En comparación con otras criaturas, tiene carencias: no tiene garras, colmillos, pelaje, velocidad ni olfato; es un mal trepador y nadador; ni su oído ni su vista son excepcionales. El hombre, según esta concepción, debe su salvación a su "ciencia del lenguaje", a la tecnología y, sobre todo, a una organización social nacida de un contexto en el que el derecho a la justicia y al honor se consideran la base de este pacto. Un pacto en el que sólo el lenguaje permite socializar los deseos y las pasiones que, por naturaleza, tenderían a liberarse de toda responsabilidad moral y de las limitaciones que ésta induce. Así y por eso los atenienses y otros pueblos -dice Protágoras-, cuando se trata de arquitectura o de cualquier otro arte profesional, piensan que sólo unos pocos pueden aconsejar, y que si alguien más, aparte de estos pocos, se inmiscuye para aconsejar, no lo aceptan. Y tienen razón, en mi opinión. Pero cuando se delibera sobre política, en la que todo se basa en la justicia y el respeto mutuo, hacen bien en escuchar a todos, porque todos deben participar en la vida de la ciudad. De lo contrario, no hay ciudad posible.
Es en esta disposición dialéctica donde el discurso, después de haber sido un medio de influencia recíproca, se convertirá en una estrategia de poder y se profesionalizará hasta convertirse en una disciplina. Los sofistas, reputados como verdaderos eruditos en la época de Sócrates, no eran en realidad, como nuestros modernos comunicadores, más que excelentes retóricos, maestros en el arte de convencer, independientemente de la validez "objetiva" de los principios en los que basaban sus argumentos. Ponen su experiencia al servicio de la "voluntad de poder", "vendiendo" (como decía Sócrates en el libro de Platón) trucos y cuerdas a sus clientes. Su autoridad se basaba en una palabra capaz de someter a unos a su razón (retórica) y a otros a la seducción de su palabra (oratoria). El dominio de estas técnicas se utilizaba como prueba y, en el siglo V, San Agustín da testimonio de estas justas oratorias que enfrentaban a varias escuelas filosóficas ante un público sensible al dominio de las reglas establecidas. "Desde la dialéctica antigua hasta la disputa escolástica [1], la gimnasia de la mente navega entre la espiritualidad (la palabra inspirada por la Divinidad, la certeza) y la filosofía (el asombro socrático). La Palabra seductora y convincente serpentea como un río caprichoso, siguiendo y a veces desbordando el curso de la lógica para aglutinarnos a la causa que defiende, el estipendio. La seducción, los juegos de afectos, la lógica sesgada, los argumentos truncados, las omisiones y las mentiras flotan, como un perfume embriagador, al borde de estas técnicas, sin que sea posible evitar la tentación de utilizarlas. Cuando, en la cima del dominio de su arte, habiendo movilizado todo el conocimiento que implica, la palabra se enfrenta a la de aquellos a los que los retóricos combaten como se persigue -para que no se reorganice y contraataque- a un enemigo inquieto, la estrategia de conquista a través de la palabra se inscribe inevitablemente en un equilibrio social de poder en beneficio de algo o de alguien: una ideología, una religión, un tirano. Como siempre llega un momento en que el fin (tomar o mantener el poder) justifica los medios, la tentación es fuerte para aprender a utilizarlo "eficazmente" sin ningún escrúpulo. No se trata de una conspiración, sino de una visión de la organización sociopolítica.
El mito se inclina hacia la poesía; el conocimiento, hacia la abstracción teórica. Ni la Razón ni la Ciencia (como métodos de trabajo) se basan en las apariencias. La mitología, por el contrario, los encanta y los adorna de misterio. Ni la Razón ni la Ciencia vacilan en contradecirla, sin por ello satisfacer nunca nuestra necesidad de lo maravilloso, nuestro apetito de perdernos en la poesía y en lo imaginario. Son tan necesarios para nosotros como dar a la Razón y a la ética el lugar central que merecen en nuestra transcripción de los misterios que nos habitan como "sujetos dotados de lenguaje". A fuerza de análisis, de esfuerzos de comprensión, de rigor, de demostraciones, de debates contradictorios, de verificaciones y de cuestionamientos que sólo la consolidación del conocimiento adquirido permite, el mito y la Razón explorarán lo que no sabemos o no comprendemos por la complejidad de las sociedades humanas sometidas al largo tiempo de su historia.
Jean-Luc DEBRY
Notas :
[1] Gaëlle Jeanmart, "L'art du combat dans la philosophie occidentale : de la dialectique antique à la dispute scolastique", Le Télémaque, vol. 31, n° 1, 2007, pp. 35-50.
Original: www.socialisme-libertaire.fr/2021/08/a-l-origine-du-monde-les-fake-new