Por las hermanas de Salvador Puig Antich
En la misma celda y delante de un oficial, el militar, que llevaba un uniforme impecable, le dijo que le habían dictado dos sentencias de muerte. Según los testigos, Salvador estaba llorando. Salvador Puig Antich era el tercero de seis hermanos. Desde muy joven tuvo una predisposición a ser un defensor de los pobres. Fue expulsado del colegio Sala Bonanova por defender a un alumno que había sido tratado injustamente por un profesor. A mediados de año era difícil encontrar un colegio y además con el agravante de haber sido expulsado. Pero pudo entrar en el Colegio de los Capuchinos de Pompeya, y al año siguiente ingresó en el Colegio de los Salesianos de Mataró, donde aprobó el bachillerato de letras. Allí conoció al padre Manero que, unos años más tarde, le acompañó en su última noche.
Al año siguiente ingresó en el sistema de formación profesional y se matriculó en el Instituto Maragall. Allí estudió una rama científica, ya que quería estudiar economía como carrera. Allí también conoció a amigos con los que más tarde formó el MIL (Movimiento Ibérico de Liberación).
Durante este año escolar se dio cuenta de que la economía no se ajustaba a sus intereses y se fue a la Facultad de Filosofía y Letras. En 1968 comenzó su lucha clandestina contra el régimen de Franco participando en varias manifestaciones de las comisiones obreras.
En aquella época, vivía con nuestra hermana mayor, que seguía con atención el cambio existencial que Salvador estaba experimentando. Estaba nervioso, dormía mal... era evidente que su vida estaba tomando un rumbo diferente y finalmente en 1971 dio un paso importante al ingresar en el MIL.
El MIL era un movimiento anticapitalista, que se proponía luchar contra el capital en todas sus formas y que quería reforzar la autoorganización y la autonomía de la clase obrera. También criticó la concepción jerárquica de la vida social y el sindicalismo como instrumento de integración de los trabajadores en la sociedad capitalista.
La vida clandestina hizo que Salvador se distanciara de la familia. Aunque en la práctica, sentimental y emocionalmente, era muy cercano y debido a los problemas de salud de nuestra madre se interesaba por lo que nos pasaba.
El 7 de febrero de 1973, cuando murió nuestra madre, Salvador salió de la clandestinidad para venir a vernos, para apoyarnos en todo, y luego para irse. Esa fue la última vez que lo vimos libre.
El martes 25 de septiembre fue detenido junto con Xavier Garrega. La policía hacía tiempo que los había identificado, al haber detenido al militante del MIL Santiago Soler Amigó, que sirvió de cebo para la detención de sus compañeros.
Soler Amigó, controlado por la policía y concretamente por el grupo encargado de desarmar al MIL, acudió a una reunión con los inspectores Francisco Rodríguez y Timoteo Fernández y los subinspectores Francisco Anguas y Luis Algar. El lugar de encuentro, el bar "Funicular", estaba en la esquina de la calle Girona con Consell de Cent. Inmediatamente se inició un forcejeo cuerpo a cuerpo y los policías lograron someter momentáneamente a Salvador y a su amigo y llevarlos a la entrada del número 70 de la calle Girona, justo al lado del bar. Se reanudó la pelea y la confusión, agravada por un intercambio de disparos, lo que provocó heridas a Salvador y al subinspector Anguas, mortales en su caso. Ambos fueron trasladados al hospital clínico de Barcelona.
En ese momento empezamos a tomar conciencia de la gravedad de los hechos. La coordinadora de grupos libertarios se puso en contacto con los estudiantes libertarios de Cataluña para formar el Comité Libertario Antirrepresivo con el fin de movilizar el apoyo a los miembros encarcelados del MIL. Se establecieron contactos con los libertarios franceses que en sus publicaciones trataron de describir la identidad del MIL. Había que afirmar el carácter político del MIL y elaborar un dossier del MIL, que fue distribuido por la prensa clandestina y enviado a organizaciones y personalidades políticas.
El 26 de noviembre, en su celda, Salvador escuchó la petición de un militar de dos condenas a muerte. La reacción fue rápida; se intensificaron las acciones, aunque muchas organizaciones se mostraron reacias a aceptar los métodos utilizados por el MIL. Tímidamente, los partidos y grupos antifranquistas y el movimiento obrero pidieron la abolición de la pena de muerte.
La soledad es el mayor problema al que se enfrenta diariamente una persona privada de libertad. Las visitas de los familiares se producían dos veces por semana, durante 20 minutos, y siempre había que hablar en castellano. Salvador sobrellevó la soledad leyendo y escribiendo. Quim, el hermano mayor que vivía en Estados Unidos, al enterarse de la petición del Fiscal General, llegó inmediatamente a Barcelona. El director de la prisión nos concedió un permiso especial, porque la capacidad de las salas de visita era de cuatro personas y nosotros éramos cinco. Salvador, al ver a su hermano mayor y para romper el hielo, le hizo algunas preguntas jocosas sobre los científicos norteamericanos. Qim salió molesto de esta entrevista. No se volvería a ver.
Entre las idas y venidas en la cárcel Modelo, manteniendo siempre una mirada esperanzadora, un velo de realismo cayó sobre Salvador: el 20 de diciembre se produjo un atentado contra el almirante Carrero Blanco, mano derecha de Franco. Cuando llegamos a la sala de visitas nos dijo: 'ETA m'ha matat' [ETA me mató]. No se equivocó.
El 5 de enero de 1974 se convocó el Consejo de Guerra el día 8 del mismo mes en la sala del gobierno militar de Barcelona.
En aquella época, los demócratas militares eran, por supuesto, poco numerosos y estaban mal organizados. Pensaban que la situación evolucionaba hacia la democracia, pero siempre se enfrentaban a los partidarios de la involución que, junto con la extrema derecha, se agrupaban en torno a Blas Pinar Girón y el general Iniesta Cano.
Dada la situación política y la presión de los militares, el juicio fue un autodenuncia y se solicitaron dos condenas a muerte. Al final del juicio, en la propia sala, pudimos verle y hablar con él. Al llegar a la Modelo, Salvador declaró que no merecía la pena.
El 11 de febrero en Madrid, ante el Consejo Supremo de Justicia Militar, sin la presencia de los acusados y los testigos, se estudió un recurso. Nosotras, Inmaculada y Carmen Puig, éramos las únicas mujeres en la sala. El abogado Condomines habló durante una hora y terminó diciendo que España no necesitaba ni la fuerza ni la violencia. El caso dependía de la decisión del Consejo Supremo de Justicia Militar, que también tenía ocho días para dictar su sentencia.
Mientras tanto, la solidaridad con Puig Antich continuó en Francia, Italia y otros países europeos, y el 19 de febrero, al final del plazo, el Consejo Supremo de Justicia Militar ratificó la sentencia.
A partir de ese momento, el Consejo de Ministros del gobierno de Franco tuvo que dar su aprobación. Una vez hecho esto, la sentencia de muerte debía ejecutarse en un plazo de 12 horas, a menos que se concediera un indulto. La vida de Puig Antich estaba exclusivamente en manos del dictador. En cuanto se confirmó la sentencia, la angustia se apoderó de todos nosotros.
Las demandas de indulto se convirtieron en una presión constante ante la inminente aprobación del Consejo de Ministros. También proliferaron las manifestaciones, los telegramas, las reuniones, la colocación de artefactos... Toda una serie de acciones aisladas que pretendían frenar este odio.
El Consejo de Europa de Estrasburgo, que incluía a los países del Mercado Común, pidió la congelación de las conversaciones sobre el acuerdo preferencial de España con la CEE hasta que se conmutara la pena de muerte y exigió la concesión de libertades políticas.
Finalmente, el viernes 1 de marzo, el ministro de Información y Turismo, Pío Cabanillas, indicó que el Gobierno había aceptado ambas condenas a muerte y que Heinz Chez y Puig Antich iban a ser condenados a muerte en virtud del artículo 860 del Código de Justicia Militar. Heinz Chez era un polaco que había sido acusado de matar a un guardia civil. Estaba solo y no tenía familia. En el mismo Consejo de Ministros se conmuta la pena de muerte del guardia civil Antonio Franco, acusado de matar a un superior.
Salvador estaba en la cama cuando le dijeron que tenía que levantarse. No dijo nada. Llevaba mucho tiempo esperando este momento. Fue conducido a una sala donde el juez de instrucción Nemesio Álvarez, con su uniforme de desfile, le informó del acuerdo del Gobierno.
Se le ofreció la asistencia del sacerdote de la prisión. Se negó. Tuvo que entrar en la galería de los condenados a muerte, no hubo dramatismo, sólo silencio.
Oriol Arnau se había enterado del acuerdo directamente por el juez Nemesio Álvarez; Arnau se puso en contacto con sus colegas y se reunieron en el colegio de abogados, donde se inició una reunión permanente. Desde allí hicieron intentos desesperados por salvar la vida de Salvador, contactando con jefes de Estado de Gran Bretaña, Francia y Alemania. Cuando el Dr. Puigvert, médico personal de Franco, intercedió, todo estaba ya decidido.
Al ser viernes, la familia estaba esperando la decisión del Consejo de Ministros. Oriol vino a buscarnos y nos animó. Nos dijo que Salvador estaba en la galería de los condenados a muerte, y fuimos a la "Modelo". Estábamos juntos de nuevo.
Salvador volvió a escuchar la pregunta de si quería un capellán y respondió que le gustaría hablar con el padre Manero, antiguo profesor de los Salesianos de Mataró, donde había estudiado, y al que consideraba un amigo.
Estábamos en una habitación, sentados en sillas pequeñas e incómodas, y pasamos por muchas fases. Como la situación era tan surrealista, para romper la tensión incluso nos contábamos chistes, hablábamos de sus antiguos amigos, etc.
Pero la noche avanzaba y la esperanza de un indulto era cada vez más remota. La comisión permanente del colegio de abogados no paró en toda la noche. El abad de Montserrat, Cassia Just, se puso en contacto con el Vaticano y éste con El Pardo [el palacio de Franco] para pedir clemencia.
Los temas de conversación se estaban agotando y la llegada del padre Manero era crucial, volvimos a un tono relajado hasta que un soldado llamó a Imma. Para preguntarle dónde queríamos enterrarlo. "Si lo matan, lo entierran" fue su respuesta.
Todos esperamos el indulto hasta las nueve de la mañana, cuando nos sacaron. No se permitió que nadie se quedara con él. Imma y Oriol Arnau pidieron estar con él hasta el final, pero no se les permitió. Salvador quería saber cómo y dónde iba a ser ejecutado.
Salvador fue ejecutado por el torniquete "vil" [el término oficial, es decir, una muerte relativamente lenta reservada a los bandoleros en contraposición al fusilamiento -muerte rápida- de los políticos y los militares] a las 9.30 horas.
A las diez y cuarto del 2 de marzo, la furgoneta que transportaba el cuerpo de Salvador Puig Antich salió de la "Modelo" hacia el cementerio de Montjuic.
El mismo día, 2 de marzo, Heinz Chez fue ejecutado en la prisión de Tarragona. Nadie lloró por él.
El odio pesa más que la vida.
(Reproducido en "Contra Franco (testimonios y reflexiones)", Madrid, Cedall & Vosa, 2006, pp. 321-329)
Traducido por Jorge Joya