"En el pasado, los anarquistas de todo tipo fueron pioneros en muchas cosas. Esto no es así desde hace tiempo.
Un metro por delante
A finales del siglo XIX estuvimos en la vanguardia del internacionalismo proletario con la Primera Internacional. Los capitalistas seguían compitiendo entre estados nacionales. Con las Bourses du Travail estábamos sentando las bases del sindicalismo revolucionario, mientras que la patronal sólo se unía en pequeños comités, luchando entre sí. Con Paul Robin, el orfanato Cempuis y la educación integral (intelectual, manual, física) fuimos los primeros en implantar la coeducación.
En el siglo XX, estuvimos en el origen de la CGT y de un sindicalismo de lucha de clases. Al mismo tiempo, fundamos comunidades libertarias (entornos libres) con la vuelta a la tierra, el vegetarianismo, el naturismo, el amor libre... en juego. Con Sébastien Faure y la Colmena, Francisco Ferrer y las escuelas racionalistas, fuimos una fuente de inspiración para Célestin Freinet y su movimiento de la Escuela Moderna. Con Eugène Humbert y Gabriel Giroud iniciamos un movimiento neomaltusiano que condujo a un importante compromiso con la anticoncepción y la vasectomía (esterilización masculina). En los primeros años de la revolución en Rusia luchamos por una tercera revolución (todo el poder a los soviets deshaciéndose de la dictadura bolchevique), mientras que en Ucrania, con Makhno, salvamos la revolución rusa desbaratando al ejército blanco de Denikin y sentando las bases del comunismo libertario en amplias regiones. En España llevamos a cabo la mayor revolución social de todos los tiempos con, entre otras cosas, la colectivización no dictatorial de los medios de producción. Ya durante la Comuna de París, y después, estuvimos constantemente a la vanguardia de la democracia directa, el federalismo, el cooperativismo (de producción y de consumo), el colectivismo, el anticapitalismo, el anticlericalismo, el antimilitarismo, la crítica al reformismo, el parlamentarismo, el comunismo autoritario, el vanguardismo...
En definitiva, aún ayer, siendo de su tiempo, nuestro proyecto político, social y cultural hacía soñar porque encarnaba otro futuro. Para soñar. Otro futuro.
Suelas de plomo
Desde mediados del siglo XX, es un hecho que nos hemos vuelto menos bellos. Ahora sólo somos unos pocos supervivientes que deambulan en bandas dispersas y rivales. En sí mismo, esto podría no ser dramático si no fuera por el nuevo fenómeno de que estamos huérfanos de cualquier proyecto creíble y deseable para el presente y el futuro y que, al hacerlo, ya no inspiramos sueños.
Oh, sí, todavía estamos presentes en el movimiento sindical, pero dispersos a los cuatro vientos de todas las mediocridades burocráticas reformistas o incluso colaboracionistas. Aquí y allá, como individuos o pequeños grupos, también nos encontramos en las luchas sociales (huelgas, chalecos amarillos, zads, manifestaciones diversas, apoyo a los explotados y oprimidos de todo tipo...) pero siempre siguiendo la estela de los que llevan la iniciativa. Nunca como detonantes o como minoría activa. A lo sumo, pero cómo hacerlo con nuestros escasos medios y nuestra desunión crónica, incubamos algunas pequeñas campanillas de nieve alternativas (Radio Libertaire, Bonaventure, las Ediciones libertarias, algunas AMAP libertarias, algunos periódicos y revistas confidenciales, algunas librerías...) en el gran manto blanco del actual invierno político, social y societario. En definitiva, no sólo no somos casi nada, no sólo no estamos a la iniciativa de mucho, sino que sobre todo, después de haber cabalgado el viento, todo coincide en pensar que nuestras botas de siete plazas de ayer se han convertido en suelas de plomo. Es como si nuestro ser más íntimo se hubiera petrificado, congelado para siempre en los análisis y modos de acción y organización de ayer.
Nos alegremos o nos lamentemos, el capitalismo actual, al igual que el tipo de sociedad que induce, es de una forma muy diferente a la que tenía a finales del siglo XIX y principios del XX. Oh, ciertamente, tanto en el fondo como en la esencia, el capitalismo no ha cambiado de naturaleza y, en muchos aspectos, es incluso más voraz. La globalización capitalista, la financiarización de la economía, el neocolonialismo, el atontamiento de las masas a través de las avalanchas de publicidad, los medios de comunicación tradicionales a las órdenes, las pseudo redes sociales como válvulas de seguridad para todos los delirios del insignificante significado, el sobreconsumo de lo inútil, la sociedad del espectáculo, la mercantilización de las cosas y de la vida..., sin embargo, cambian el trato. Porque, si la clase obrera y las innumerables cohortes de trabajadores forzados de la explotación del hombre por el hombre son hoy más numerosas que nunca, están profundamente fragmentadas en el espacio y el tiempo de la lucha de cada uno contra todos. Es, de hecho, el fin de las grandes unidades de producción que favorecen la organización de los condenados de la tierra y el surgimiento de una conciencia de clase. Atrás quedan los castillos de herreros, fácilmente identificables, que dominan valles industriales igualmente identificables. Ahora, el capitalismo no sólo ha invadido todo el planeta con sus innumerables tentáculos financieros anónimos, sino que ha conseguido impregnar la conciencia y la inconsciencia de sus esclavos con sus valores de individualismo selvático. Y es kif kif en cuanto a los cien mil frentes de opresión. Es la vieja pero efectiva táctica: divide y vencerás.
Sin embargo, ante esta innegable evolución del capitalismo, nosotros y el conjunto del movimiento obrero nos hemos quedado con una visión de las cosas del siglo pasado. Y esto nos lleva a formas de lucha y de organización totalmente desfasadas de la situación actual. Aquí, allí y en cualquier otro lugar, nos vemos reducidos a la necesaria pero insuficiente defensa de las conquistas de ayer, dramáticamente incapaces de realizar luchas ofensivas por nuevos derechos con nuevos modos de organización al final.
Y lo que es peor, como nos hemos quedado con patrones de pensamiento y análisis anticuados que en su día fueron relevantes pero que ahora lo son menos (como la primacía de la industrialización forzosa, el productivismo, el crecimiento sin fin, la creencia en la cura milagrosa del "progreso" científico y técnico, etc.), nos hemos perdido lo esencial de la crisis ecológica que ahora afecta e infecta las condiciones mismas de la vida humana en el planeta. ¡Y eso lo cambia todo!
Después de la lluvia, el buen tiempo...
Si queremos salir de nuestras respectivas sacristías, que crujen cada domingo con nuestras odas a un pasado glorioso demasiado a menudo mitificado, y volver a ser los obreros de otro futuro, deben cumplirse varias condiciones.
Abrir por fin los ojos al hecho de que el capitalismo de hoy, aunque no haya cambiado de naturaleza, no es realmente el mismo que el de ayer.
A partir de estos análisis teóricos, tendremos que desarrollar un proyecto creíble y deseable para la sociedad. Por el momento, somos huérfanos. Por supuesto, somos anticapitalistas. Eso es una suerte. Pero, ¿con qué vamos a sustituir el capitalismo? Con el federalismo libertario, por supuesto. Pero, en concreto, ¿cómo sería el federalismo libertario en la actualidad? Y entonces, por supuesto, en una sociedad libertaria no habría más dinero. Pero, a menos que volvamos al trueque, ¿con qué medio de intercambio lo sustituiríamos? ¿Por una moneda que se funde con un valor decreciente? Esa es una buena idea, porque cortaría la rama de todo acaparamiento. Pero entonces impulsaría el consumo en exceso. Y qué decir de la propiedad, de la herencia, de las relaciones con un mundo exterior capitalista y hostil, del comercio internacional, de nuestra diplomacia, de las fábricas de armas, del ejército, de la gestión de la seguridad una vez destruidas las cárceles, de las fábricas de armas, del ejército, de todos estos sectores como la industria farmacéutica, la industria química, estas megalópolis invivibles, el negocio del deporte, la libertad de expresión, la autogestión política, económica y social, la escuela, los impuestos, la red de carreteras, la disminución de los inútiles, una política de natalidad, la acogida de inmigrantes, ... ? ¿Cómo vamos a gestionar todo esto? En concreto. Sabiendo que llevará tiempo reconvertir la mayor parte de la mierda actual, poner las ciudades en el campo, pasar de la agricultura química a la ecológica...
En definitiva, no es fácil querer destruir para reconstruir... Reconstruir una sociedad que funcione de forma libertaria con, obviamente, una mayoría de no libertarios.
Pero, seamos optimistas y atrevamos la hipótesis según la cual lograríamos definir concretamente lo que podría ser otro futuro creíble y deseable, el problema se plantearía entonces en saber cómo hacer que esta hipótesis pase la prueba implacable de la realidad. Porque, dado nuestro número, e incluso si crecieran más allá de nuestras expectativas, tendríamos que forjar alianzas (ya entre nuestras respectivas tribus) y definir períodos de transición. Y, por tanto, ¿qué estrategia y táctica emplear?
Por último, y sobre todo, ante la urgencia de la crisis ecológica, el agotamiento de los recursos fósiles, el deshielo de los polos, la subida del nivel del mar, la contaminación del aire, del agua y del suelo, la carrera suicida por el crecimiento sin fin en un mundo finito, la extinción masiva de muchas especies vivas, el calentamiento global, etc., que nos amenazan a corto o medio plazo con un colapso sistémico, ¿qué podemos hacer ahora mismo cuando puede ser ya demasiado tarde? La mera crítica al ecologismo, a sus místicos y políticos, a la trampa de mierda del capitalismo verde, a la pequeña Greta, etc., es sin duda necesaria, pero no es suficiente. ¡A menos que creas que puedes construir el comunismo libertario en un cementerio!
¿Qué te parece?
Jean-Marc Raynaud
FUENTE: Le Monde Libertaire
Traducido por Joya
Original: www.socialisme-libertaire.fr/2020/12/du-non-interet-de-construire-le-c