No dejemos que la patronal dirija sola la lucha de clases 

Corriente alterna nº 284, noviembre de 2018.

Editorial de Courant alternatif n°284 (OCL), noviembre de 2018. 

"Durante el último cuarto del siglo XX cayeron una tras otra muchas dictaduras, rojas o marrones, que se habían afianzado antes de la Segunda Guerra Mundial o se abrieron paso en la posguerra. En este primer cuarto del siglo XXI, estamos viviendo una nueva reacción termidoriana [1] a escala mundial. 

En Europa, la extrema derecha gobierna en coalición en Austria, Finlandia, Bulgaria, Italia y Hungría; los ultraconservadores gobiernan en Bélgica y Polonia, y la Rusia de Putin no destaca en el panorama. En otras latitudes, tampoco la China de "Xi Dada" o los Estados Unidos trumpianos. En América Latina, los gobiernos que nacieron con la caída de las dictaduras están dando o darán paso a una nueva ola de dictaduras; los intentos socialistas también se están convirtiendo en sangrientas dictaduras...

Algunos dicen que todos estos regímenes son muy diferentes, otros que son idénticos o casi idénticos. Pero, en cualquiera de los casos, tratan de encajarlos en alguna de las casillas que ya tienen nombre (normalmente en -ismo) en la ciencia política: fascismo, populismo, totalitarismo, etc., y esto apenas sirve para nada más que para alimentar interminables discusiones bizantinas entre "especialistas"... mientras el fenómeno se extiende. El fenómeno se extiende. Los partidos de extrema derecha también están en auge en Escandinavia, Francia, Holanda y, recientemente, en España, que parecía estar libre de ellos.

Por nuestra parte, nos contentaremos con decir que estos partidos -en el poder o no- se visten de diversos tonos de gris o rojo, pero tienen muchos puntos en común: la obsesión por la seguridad, el miedo a la inmigración (de ahí el cierre de fronteras, el aumento del control de los extranjeros), el nacionalismo, una contrarrevolución cultural (sobre el lugar que debe ocupar la mujer, el aborto, la homosexualidad, la familia, la educación, las actividades culturales, etc.) y, en Europa, la lucha contra el Islam.

Estas ideas y las medidas que las ponen en práctica son ciertamente nauseabundas, pero no deben hacernos perder de vista una realidad que nos cuesta visibilizar, y que la clase política tradicional hace lo posible por ocultar porque ha sido y es cómplice de ella: las burguesías, los grupos financieros, los latifundistas dan apoyo implícito o explícito a los regímenes mencionados.

Cuando parece necesario, ofrecen jefes de Estado, aunque sean payasos o sanguinarios, de los que se ríen en las cenas de los bienpensantes del pueblo: Trump y sus delirantes mensajes de texto contra los medios de comunicación, Duterte y sus enormes "desplantes" en Filipinas, el bebé regordete Kim Jong-un con el peinado estrafalario... Bolsonaro y sus eructos contra los homosexuales y las mujeres; no hace mucho, el viejo galán Berlusconi, y ahora ese cómico Grillo; los megalómanos Sadam o Gadafi hace unos años... Se nos presentan como histriones que los desheredados llevarían al poder por desesperación. Serían anacronismos que nosotros, occidentales educados y con un sistema democrático que funciona bien, podríamos evitar. ¿Cómo podríamos hacerlo? Votando "a la derecha". La diferencia entre estos líderes caricaturescos y los que son "simplemente" de extrema derecha, de "derecha dura" o conservadores, es sólo una fachada, ya que los titulares del sistema capitalista los aceptan con tal de que hagan el trabajo esperado: permitirles no renunciar a nada, frente a una fuerza de trabajo que a veces ha mostrado su nariz en el curso de las décadas anteriores.

Hoy se nos ofrecen dos opciones para oponernos a la creciente ola marrón. Una, social-liberal, de la que Macron sueña con ser el líder y cuya base es la defensa de la Unión Europea con la llamada derecha "moderada"; la otra, social-demócrata, llevada por partidos "socialistas" en perdición, igual de pro-UE e igual de ansiosa por reducir el coste de la fuerza de trabajo.

Algunos analizan la crisis política y económica como una guerra entre partidarios y detractores de esta Unión Europea. ¡Encaminado! Esto es sólo un pretexto, la verdadera cuestión es la reestructuración capitalista a escala mundial, e implica el aplastamiento del proletariado, en un mundo en el que los enfrentamientos interimperialistas están preparando el terreno para la guerra de clases. Porque, como ha dicho el multimillonario estadounidense Warren Buffett, "hay una guerra de clases, eso es un hecho; pero es mi clase, la clase rica, la que está luchando en esa guerra y la está ganando".

Seamos claros, los dirigentes políticos ya no dirigen nada, si es que alguna vez lo hicieron. Son todos títeres cuyo estilo se considera más o menos presentable, según el medio social en el que uno se encuentre y las opiniones que profese, y con los que las clases dominantes se contentan mientras neutralicen, ya sea por la fuerza o por la persuasión, las reacciones que vienen de abajo contra sus políticas económicas y sociales. Así que no hay necesidad real de hacer una distinción entre la extrema derecha blanda o "fascista", la derecha dura, los centristas, la izquierda parlamentaria... Macron, Le Pen, Ciotti, Valls o los demás.

Debemos recordarlo, tanto en las luchas de mañana como en el periodo electoral. Y, sobre todo, repetirlo alto y claro: ¡la lucha de clases sólo puede ser internacionalista!"

OCL - Poitou

[1] Entre 1792 y 1794, la reacción termidoriana marcó el fin de la alianza de clases que había hecho posible la revolución de 1789 y que impuso un cierto equilibrio de poder a favor de las clases bajas. Dio lugar a un régimen "liberal" gracias al cual la "gran burguesía" (banqueros, grandes industriales, altos funcionarios...) se convirtió en la nueva clase dominante hacia 1830, en detrimento de la aristocracia y -aún- del creciente proletariado.

FUENTE: Organización Comunista-Libertario (OCL)

Traducido por Jorge Joya

Original: www.socialisme-libertaire.fr/2018/11/ne-laissons-pas-les-patrons-mener