No, el capitalismo no está en la últimas

Artículo de Le Monde Libertaire del 15 de septiembre de 2011... sigue siendo relevante...

Desde hace varios meses, oímos y leemos por todas partes que el capitalismo está agonizando, moribundo, en decadencia. Pero esta afirmación es completamente falsa, y aún más perjudicial por sus implicaciones políticas y sociales. El error radica en un doble nivel: el análisis del capitalismo, de lo que realmente es, de lo que está viviendo en este momento; la posición política, si no la estrategia, que se desprende de ello. A no ser que sea precisamente lo contrario, una hipótesis a discutir: es de una posición política -ideológica, más precisamente- de donde derivaría este análisis.

El capitalismo, un concepto conveniente e inconveniente

El concepto de capitalismo es conveniente e inconveniente, como todos los conceptos. Porque los conceptos no son la realidad, sino una formulación de la misma. Muchas personas, a falta de nominalismo o reificación, imaginan que basta con definir una cosa para darle vida y sentido. Que el objeto o fenómeno se convierta incluso en un actor o agente.

Los librepensadores siempre han desconfiado de esta deriva del intelecto. Podemos así retomar la fórmula de Max Stirner, para quien la libertad no existe, son los individuos libres los que existen, y afirmar provocativamente que el capitalismo no existe, son los capitalistas los que existen (y los asalariados...). Dicho esto, es necesario identificar las nociones que forman parte del sistema para intentar comprender el funcionamiento del mundo, para pensar y actuar en función de lo que queremos en términos de libertad y justicia.

El concepto de capitalismo es conveniente porque hace hincapié en uno de los factores estructurantes del mundo actual, aproximadamente desde el siglo XIV, o el XIX según el autor: la riqueza material realizada y utilizada como capital, con rentas, préstamos, intereses y trabajo asalariado, es decir, el trabajo que hace que el capital exista y crezca. Considerar este capital como un sistema permite también, en un enfoque materialista clásico, opuesto a las filosofías idealistas que consideran el mundo como guiado por Dios o por valores morales abstractos, sacar a la luz la cuestión económica, la de la producción y el consumo de bienes.

Observemos de paso que, en su furia contra la economía actual, algunos se limitan a rechazar la economía en general, o incluso elementos simples de la economía como la relación entre producción y consumo, o entre oferta y demanda (pues siempre se puede argumentar: efectivamente hay y habrá siempre una demanda de bienes y una oferta de bienes, siendo la cuestión: ¿de qué, cómo y para quién?) Como la crítica al trabajo asalariado puede llevar a una crítica ciega del trabajo, no como relación social sino como esfuerzo individual y colectivo, no es, sin embargo, rompiendo el termómetro como se baja la temperatura.

El concepto de capitalismo es también inconveniente porque pasa por alto las condiciones necesarias para que el capital fructifique, en primer lugar el sistema político, el Estado, más precisamente el Estado-nación moderno -formalizado en Europa a partir del siglo XVII- y no sólo él: también el poder en general, el político, pero también el espiritual (religiones, creencias), el moral (la relación con el otro, con la muerte, con el sexo) u otros. No es casualidad que los anarquistas, históricamente, no sólo se autodenominen "anticapitalistas", y que hagan hincapié en las diferentes formas de poder que alienan al individuo y a la comunidad. También se centran más en los procesos, las relaciones, las relaciones entre los diferentes elementos más que en uno de ellos (como el capital). Incluso se puede decir que el anarquismo es el pensamiento y la acción "política" del vínculo, de la relación libre, autónoma y justa entre los diferentes elementos.

El capitalismo vive de las crisis

El capitalismo actual no está agonizando. ¿Está siquiera en "crisis"? Si por este término entendemos el paso de una fase a otra sin cuestionar la naturaleza de los mecanismos, podemos adoptarlo. O si queremos insistir en la seriedad y las dificultades de este pasaje, sí de nuevo. Por otra parte, si se sugiere que esta crisis es el preludio de un colapso, hay que desconfiar, demostrando que no es así.

No hay que olvidar que el capitalismo siempre ha pasado por crisis de sobreproducción, es decir, de subconsumo, de especulación, de caída de precios o de colapso de los mismos, desde el episodio de los tulipanes en Holanda en 1637 hasta la famosa crisis de 1929 cuando el café brasileño acabó en las calderas de las locomotoras...

Entonces, ¿cuáles serían los nuevos elementos en la actualidad? Para Paul Jorion, el capitalismo está en crisis porque "ya no podemos decir, como hizo Keynes, que vamos a poner a todo el mundo en pleno empleo y eso resolverá el problema. Ya no hay suficiente trabajo para eso" (1). De hecho, ¿existió alguna vez el pleno empleo? ¿Y qué significa: trabajo asalariado para toda o gran parte de la humanidad? ¿Poner a trabajar a la gente? ¿Lo opuesto al desempleo?

De hecho, si en algunos países hubo una baja tasa de desempleo durante los años 50 y 60, en Occidente y en Japón, esto se explica por el contexto: las secuelas de la Segunda Guerra Mundial, sucesora a su vez de la crisis de 1929, donde después de tanta destrucción, los hombres y mujeres -y no sólo los capitalistas- reconstruyeron, y por tanto produjeron y consumieron mucho. Lo hicieron con garantías socioeconómicas, obtenidas a través de luchas, encerradas por las burocracias sindicales y la izquierda política en el marco de la llamada Guerra Fría, donde el enemigo era el llamado comunismo, y la burguesía tenía que hacer concesiones. Básicamente, se trata del compromiso fordista en Occidente, o del toyotismo en Japón.

Bajo esta presión, y porque una parte de la burguesía o de la intelectualidad sacó sus propias conclusiones de la crisis de 1929, del nazismo y de la guerra, se establecieron estructuras de regulación tanto económicas (acuerdos de Bretton Woods, FMI, BM, etc.) como políticas (ONU, UE, etc.). No analizaremos aquí si la tendencia neoliberal del trío Thatcher-Reagan-Nakasone, reaccionando a la desaceleración de los beneficios capitalistas en Occidente a principios de los años 80, anticipa o provoca el colapso del bloque soviético, que hará desaparecer la garantía anticomunista. El hecho es que la financiarización de la economía se está acelerando. Se beneficia de nuevas regulaciones políticas y económicas ("desregulaciones", ciertamente, pero que se establecen sobre la base de nuevas regulaciones, legalmente fundadas y supervisadas por los Estados y las instituciones mundiales), de nuevos métodos de funcionamiento (titulización, etc.) y de nuevas herramientas mecánicas (ordenadores, programas informáticos, la Web), que permiten realizar acrobacias contables a la velocidad de la luz en cualquier parte del mundo.

Pero esta economía financiera se basa, al principio y al final, en un terreno sólido: la producción de bienes materiales que se pueden vender, o de bienes "culturales" que se materializan (obras de arte, música, pensamientos, patentes, etc.) y que también se pueden vender. Sin ellos, nada es posible, todo sería sólo viento. Por supuesto, en algún punto de la pirámide especulativa, en el sistema de préstamo sobre préstamo, de caballería, de créditos y de tipos de interés encadenados, la prenda del bien material está a veces muy lejos. Así ocurre cuando los comerciantes (siempre a instancias de sus amos capitalistas, no lo olvidemos) especulan con futuras cosechas que a veces ni siquiera están en germen. Este es el propio sistema de dinero -el billete o la línea de ordenador- que en sí mismo no tiene valor (un trozo de papel, signos en una pantalla), pero que funciona porque "todo el mundo" cree en él, y confía en que puede traducirse en un activo sólido.

Los capitalistas han especulado mucho, algunos han perdido mucho. Han desplumado, algunos han sido desplumados. Pero como el sistema debe seguir funcionando, para ellos y por ellos, hay que seguir cobrando las deudas. Así que para ellos -banqueros, financieros y los dirigentes políticos que son sus defensores- se trata de hacer pagar a la masa solvente, a la gente de bien, tocando sus depósitos bancarios, sus salarios, sus pensiones. Privatizar sectores enteros de la economía (infraestructuras, campos, fábricas), porque así podrán volver a alcanzar a los asalariados, reduciendo sus ingresos. Fabricar nuevos asalariados (y no sólo en China o India, sino también en nuevos lugares... Asia Central, Oriente Próximo y Medio, África...).

El capitalismo, siempre dispuesto a purgar

Si esto no es suficiente -porque seguimos necesitando que los consumidores, solventes en un momento dado, vendan la producción- llegará la guerra para poner los contadores a cero, o casi. Cabe preguntarse si las intervenciones en Irak, Afganistán o Libia -en nombre de la bella causa supuestamente democrática- no son una forma de preparar a la opinión pública para este tipo de guerras más destructivas, más allá de la caza de hidrocarburos. Pero ni siquiera eso parece necesario, porque la guerra social con sus "nuevos pobres", el aplastamiento de las "clases medias", la presurización de la clase obrera y la esclavización de los inmigrantes refugiados, ya existe. Se arrastra en mayor o menor "intensidad", para hablar como los estrategas de las escuelas de guerra, por todos los países desarrollados, y no sólo en los barrios de Londres o Atenas, sino también en China o Tailandia.

Por supuesto, se trata de crear valor de mercado. Pero en contra de los partidarios más o menos declarados de la teoría marxista de la tendencia a la baja de la tasa de ganancia, o de los ecologistas que creen que la tierra ha llegado a sus límites, hay que decir que los capitalistas están siempre dispuestos a destruir para volver a construir y crear valor, y que la tierra es todavía lo suficientemente vasta para ello. Porque aunque algunos recursos se acaben (los recursos fósiles, pero ¿cuándo?), se utilizarán o crearán otros recursos. Aunque algunas tierras hayan perdido su fertilidad, habrá otras para cultivar. El carbón fue una fuente de riqueza en el siglo XIX, el petróleo en el siglo XX, el uranio a finales del siglo XX, los ciclos energéticos se han sucedido y esto no es una muestra de optimismo sino de realismo en cuanto a la realidad -si permitimos esta redundancia- de la dinámica capitalista.

Podemos incluso decir que la protección de ciertas zonas, mediante parques nacionales por ejemplo, es un medio de influir en el mercado mundial de la tierra y, objetivamente, de favorecer la lógica capitalista que especula con la escasez y la fabrica mientras da a las masas la ilusión de la abundancia (publicidad, hipermercados concurridos, etc.).

¿Por qué fingir que el capitalismo está muriendo?

En estas condiciones, ¿por qué afirmar que el capitalismo está muriendo? ¿Quién tiene interés en decirlo? La respuesta se encuentra en un conjunto de factores superpuestos. No hay que descartar la fantasía típica de las civilizaciones monoteístas del apocalipsis y el fin del mundo, anunciado por profetas que ven así legitimados su estatus social y su razón de ser. Tampoco hay que excluir una cierta ceguera propia de la condición humana (en su relación con la muerte, por ejemplo) y de la época actual, que tiende a tomar sus deseos por realidades. Así, para algunos partidarios de la extrema izquierda, el capitalismo está moribundo porque tiene que estarlo. No olvidemos que esta ceguera es la principal característica de la cultura de izquierdas, que durante décadas ignoró el Gulag, condenó a los testigos sinceros que volvían de la Unión Soviética o sigue considerando a Fidel Castro un héroe. Que, en Francia, estaba dispuesto a votar a un candidato "socialista", director del Fondo Monetario Internacional.

El análisis de los posmarxistas o cripto-marxistas -los que no pueden aceptar la teoría marxista y los horrores de los partidos marxistas- es también similar al de los ecologistas, no sólo analítica sino también políticamente: ambas corrientes siguen creyendo en el sistema estatal, revestido de vagos eslóganes de "democracia directa" o "democracia participativa". Los primeros están estancados en la cuestión de la propiedad: la "alternativa" propuesta por los regímenes marxistas fue un completo fiasco. Estos últimos, fieles a su herencia ideológica burguesa (Malthus, Haeckel, el Club de Roma...), y religiosamente confundidos, no saben qué decir al respecto. Al igual que Sarkozy, que pretende "moralizar el capitalismo", sólo se permiten decir que la propiedad privada y los beneficios deben ser limitados, por el Estado, por supuesto: y volvemos a caer en la aporía del socialismo autoritario.

Por lo tanto, podemos entender el interés subyacente que tienen en predecir la agonía del capitalismo. Sólo habría que esperar su caída (el síndrome de la caída del muro de Berlín, del derrocamiento de los dictadores árabes...), y el Estado, aún en pie, sólo tendría que "hacer otra cosa": el Estado, una maquinaria autoritaria, burocrática y jerárquica que estaría en manos de una nueva clase dominante (los expertos de la "multitud", los gurús del "decrecimiento", los "profetas de la crisis del capitalismo"...).

Este consenso ideológico, unido a un consenso político, le sirve a una socialdemocracia más blanda que nunca y que necesita un barniz de radicalidad para ganar algunos votos. Paradójicamente, también beneficia a un posfascismo que recuperaría electoralmente la musiquita del miedo al son de la decadencia, la catástrofe o el fin del mundo. No es incompatible con los intereses de una burguesía que grita sobre la finitud de los recursos, la dificultad de salir adelante, el fin de las utopías, y que exige más sacrificios.

Sin embargo, la humanidad nunca ha tenido tantas formas de alcanzar la justicia y la prosperidad. Sin embargo, a principios del siglo pasado, Émile Pouget, por nombrar sólo a uno, ya denunciaba a quienes se regocijaban en una inevitable "pauperización", contra la que no había que hacer nada, ya que "del exceso de maldad debía surgir la Revolución", "mecánica, fatalmente [...] por el juego de las leyes inmanentes de la propia producción capitalista" (2). Nos toca ver, en las alternativas concretas, si queremos que la historia vuelva a empezar...

Jorion Paul (2011), Le Capitalisme à l'agonie. París, Fayard, 360 páginas; La Guerre civile numérique, París, Textuel, 110 páginas. Jappe Anselm (2011), Crédito a la muerte. La descomposición del capitalismo y sus críticas, París, Nouvelles Éditions Lignes, 256 páginas.

(1) "Profeta, entrevista con Paul Jorion, librepensador, el capitalismo está en agonía", CQFD, 91, julio-agosto 2011, página 11,

(2) Pouget Émile, L'Action directe (1910), citado por Colson Daniel (2011): "El eclecticismo y la dimensión autodidacta del anarquismo obrero". À Contretemps, n°41, página 13.

FUENTE: Le Monde Libertaire

Traducido por Jorge Joya

Original:www.socialisme-libertaire.fr/2016/09/non-le-capitalisme-n-est-pas-a-l-