El municipalismo libertario -también conocido como "comunalismo"- nació a principios de los años 70 de la pluma de Murray Bookchin, pensador y activista estadounidense en el campo de la ecología social. Desde entonces se ha convertido en una de las propuestas anticapitalistas más estructuradas. Basándose en los tres fracasos del siglo pasado (el comunismo de Estado, las revueltas anarquistas y el reformismo parlamentario), el municipalismo libertario pretende, mediante un proceso revolucionario que articule lo local y lo global, "sustituir el Estado, la urbanización, la jerarquía y el capitalismo por instituciones de democracia directa y cooperación". La experiencia en Rojava (Siria) ha popularizado la invitación de Bookchinian, que antes era confidencial. Explicaciones. ☰ Por Elias Boisjean
Murray Bookchin murió cinco años después del derrumbe del World Trade Center y doce meses antes de que estallara la crisis de las hipotecas subprime. Destacado teórico de la ecología social y el municipalismo libertario, quiso, en palabras de su biógrafa Janet Biehl, "resucitar la política en el sentido antiguo de la palabra". En otras palabras: la polis, en griego, la Ciudad, la comunidad de ciudadanos libres y autónomos.
Más allá del marxismo, el anarquismo y el reformismo
Bookchin fue a su vez miembro del Partido Comunista (años 30), activista trotskista (años 40), abanderado del anarquismo (años 50 a 80) y luego voz crítica de este último: esta evolución le permitió comprender, desde dentro, lo que consideraba los puntos fuertes y débiles de cada una de estas tradiciones políticas, filosóficas y económicas. ¿Qué criticó, a grandes rasgos, del marxismo? Su centralismo, su fantasía sobre el proletariado fabril, su vanguardismo, su autoritarismo leninista, su desinterés por la ética, su voluntad eminentemente cartesiana de someter a la naturaleza, su lectura lineal de la historia, su apetito productivista. ¿Qué reprochó, igualmente, a los anarquismos? Su condena por principios del poder, su aventurerismo, su individualismo, su dogmatismo, su rechazo a cualquier sistema electoral, su desprecio por el principio de la mayoría. En cuanto al reformismo -es decir, la vía parlamentaria y el acceso al poder a través de las urnas- lo consideraba fundamentalmente incapaz de poner fin al modo de producción capitalista, a la tiranía del crecimiento, al imperativo competitivo y a la devastación de los ecosistemas.
Ecología social frente a ecología profunda
"La especie humana no es el enemigo: lo es la minoría poseedora dentro de ella.
La lucha ecológica no es, en sí misma, garantía de ningún proyecto colectivo emancipador: desde el GRECE hasta la reciente voluntad, formulada por uno de los jefes de los republicanos, de construir "una ecología de derechas",1 desde el demasiado famoso "capitalismo verde" hasta el localismo identitario preocupado por las "tradiciones ancestrales" y el "rearraigo" contra los nómadas en torno al "amor a la tierra",2 la lista de ecologistas contrarrevolucionarios sigue creciendo. Murray Bookchin se cuidó de poner el calificativo de "social" a la ecología que defendía: de izquierdas, anticapitalista e internacionalista. La llamada "ecología profunda", nacida a principios de los años 70, fue uno de sus blancos favoritos: la acusó, con su habitual vigor, de irracional, mística, maltusiana, misántropa, retrógrada y posiblemente racista y fascista. "Casi todos los problemas ecológicos son problemas sociales", explicó en su ensayo Remaking Society. La especie humana no es el enemigo: lo es la minoría poseedora dentro de ella; las herramientas tecnológicas no son un peligro: lo es no ponerlas al servicio de la autonomía popular.3 El municipalismo libertario -o comunalismo- pretendía, pues, responder a esta doble exigencia social y medioambiental.
Creación de municipios
En 1998, la ensayista Janet Biehl publicó, con el respaldo de Bookchin, el manifiesto Municipalismo libertario: una "alternativa" al sistema capitalista, que oprime a la Tierra y a la gran mayoría de sus habitantes, humanos y no humanos. Permitamos este peligroso salto al futuro: ¿cómo sería la próxima revolución?
Comenzará con la fundación de un pequeño grupo municipalista en el lugar donde vive. Una vez estructurada, políticamente madura y humanamente vinculada, tendrá que expandirse y dirigirse a los habitantes del barrio/ciudad/pueblo/barrio y luego de la ciudad (eventualmente dividida en varios municipios según su tamaño4 ) para convertirse en una fuerza política. Este grupo, respaldado por un conjunto de normas y que gradualmente tomará la forma de un movimiento, optará por un nombre fácil de recordar y mostrará una identidad política accesible para el público en general; el objetivo será convencer a los ciudadanos de su entorno sobre la base de dos o tres puntos esenciales: cuestiones locales (vida cotidiana y trabajo), democracia directa y ecología. La identidad cultural e histórica local puede utilizarse para colorear el movimiento si es necesario. La educación popular estará en el centro de este proceso de ampliación: se creará un periódico y un logotipo, se distribuirán folletos en los espacios de la sociabilidad ordinaria, se colocarán carteles y se impartirán conferencias; los cafés y los bares se convertirán en espacios clave; surgirá una cultura política y un burbujeo. Se organizarán manifestaciones para luchar contra los proyectos locales deletéreos; se creará una red de cooperativas existentes, especialmente de alimentos. El municipalismo libertario se dirigirá al mayor número de personas, no a los activistas ni a los ciudadanos ya concienciados con las cuestiones democráticas y medioambientales.
Con el paso del tiempo y la movilización de los militantes, el movimiento se convertirá en un actor clave en la vida cotidiana del barrio o la ciudad. La base institucional de los futuros municipios democráticos será la asamblea: se invitará a toda la población de una zona definida a reunirse para deliberar y hacerse cargo de las cuestiones de interés común; el ciudadano perderá así su condición de "menor incompetente", sometido a la tutela del Estado, y se convertirá finalmente en "mayor", ya que la política se convierte en "provincia de aficionados, de gente corriente". Estas asambleas serán el espacio para la "recorporación de las masas", la formación del cuerpo político; se reunirán a intervalos regulares en diversos lugares posibles: patio de la escuela, auditorio, teatro, iglesia, salón del pueblo, etc. Su duración se fijará de antemano y se elaborará un calendario para ellas. Su duración se determinará de antemano y se adoptarán normas para regular el proceso de toma de decisiones. El buen funcionamiento de cada asamblea, movilizada en torno a un orden del día, será posible gracias al personal que puede ser despedido en cualquier momento en caso de incumplimiento de dichas normas. La libertad de expresión debe ser "lo más completa posible", independientemente de las diferencias ideológicas, éticas o partidistas. Las decisiones se tomarán, tras el debate, por votación y por mayoría: la minoría tendrá que acatarlas, de lo contrario la vida social "se desintegrará en una cacofonía de individuos enfadados". Ciertamente, puede seguir expresando sus desacuerdos y tratar de convencer a la mayoría de que revise su juicio; los disidentes tendrán que existir: sin desacuerdos, una sociedad no puede ser libre, condenada como está a "hundirse en el estancamiento".
"A medida que pase el tiempo y se produzca la movilización de los militantes, el movimiento se convertirá en un actor clave en la vida cotidiana del barrio o de la ciudad.
A medida que estas asambleas interclasistas5 se fueron creando paso a paso, se abrieron dos caminos. El movimiento, reforzado por el creciente interés de la población local por la democracia directa, solicitará al consejo municipal existente (presidido, en Francia, por el alcalde) y exigirá que reconozca legalmente la legitimidad del municipalismo libertario y su participación efectiva en la vida política. "Es muy improbable", sostiene Biehl, que los representantes del Estado accedan a ello; los militantes municipalistas tendrán por tanto que presentarse a cada elección municipal para poder, un día, tomar el control del consejo municipal y luego, por decisión mayoritaria, conferir plenos poderes a las asambleas municipalistas libertarias. Siguiendo los pasos de Bakunin, Bookchin creía que la elección comunal honra "la voluntad popular" y hace posible el "control" a esa escala, y que era inútil y contraproducente participar en las votaciones más grandes. Las campañas electorales ofrecerán una plataforma adicional: se difundirá un programa conciso que articule en todo momento las demandas locales con el proyecto más abstracto de transformación global de la sociedad y del mundo (demandas mínimas y máximas, indexadas a corto, medio y largo plazo). Entre las primeras medidas mínimas, se leerían, por ejemplo: la prohibición de los centros comerciales (correlativa, como medida máxima, a la abolición de la economía de mercado); la protección de los espacios con grandes apuestas ecológicas; la creación de guarderías y hogares para mujeres maltratadas.
Aunque Bookchin ha reconocido la legitimidad histórica y organizativa de los cuadros y líderes, los candidatos nunca hablarán por sí mismos: representarán al municipalismo libertario y serán responsables de sus acciones ante el movimiento. Habrá que ser cauteloso con los medios de comunicación de masas -que sin duda serán hostiles- y favorecer los dispositivos y espacios "comunitarios" en los que la palabra no se vea sistemáticamente truncada e individualizada. Los primeros fracasos electorales -inevitables- no serán un freno y no tendrán que dar lugar a ninguna amargura; no se tratará tanto de ganar como de "crecer lenta y orgánicamente", de crear una vasta, sólida y profunda red en todo el territorio. Por lo tanto, preocuparse por los resultados en las noches electorales tendrá poco interés en los primeros días: habrá que tener "mucha paciencia". Por tanto, ni asalto al Palacio de Invierno ni sucesión de reformas: el comunismo aspira a construir sobre lo que ya existe (las conquistas emancipadoras) al tiempo que amplía y radicaliza la democracia.
Establecer el confederalismo
Las asambleas acabarán adquiriendo pleno poder en varios municipios del país (o países). Se creará un congreso de delegados, el llamado consejo federal, a través de una asamblea confederal, una "comuna de comunas", en definitiva. Estos delegados no serán representantes, sino ejecutores elegidos que pueden ser destituidos en cualquier momento; no hablarán en nombre del pueblo, sino que aplicarán las decisiones tomadas a nivel municipal. El consejo federal se encargará de coordinar a los municipios, de resolver los asuntos que no puedan tratarse a nivel local (la construcción de una carretera a través del país, por ejemplo) y de examinar los posibles abusos locales (si un municipio, sumido en quién sabe qué parroquialismo, decide discriminar a los homosexuales, todos los delegados del consejo votarán si ese municipio puede seguir por ese camino). Es que el municipalismo libertario, rico en la herencia proudhoniana, no pretende sacralizar lo local; es consciente de los posibles excesos -actualmente regulados, es cierto, por la centralización de los estados capitalistas- y refuta la autarquía tanto como la ilusoria autosuficiencia local. De ahí la segunda etapa del andamiaje: el confederalismo. Los municipios libertarios -que, según Bookchin, deberían estar lo suficientemente cerca unos de otros como para ir a pie de uno a otro- formarían confederaciones regionales y luego, a medida que crecieran, constituirían una vasta red interconectada en todo el país, y luego a nivel internacional: Bookchin pedía la creación de "una Internacional dinámica, firmemente arraigada en una base local". Esta articulación local/nacional/internacional constituirá, sin embargo, la reserva esencial de Olivier Besancenot y Michael Löwy, en Affinités révolutionnaires - Nos étoiles rouges et noires6 : si el tándem de marxistas libertarios saluda, no sin admiración, la clarividencia, la fuerza premonitoria y la coherencia de la obra de Bookchin, se distancian de lo que llaman su "culto al localismo" y recuerdan la imperiosa necesidad de una política de planificación.
Municipalización de la economía
"Las clases acomodadas serán expropiadas; los imperativos de crecimiento y competencia serán sustituidos por las nociones de límite y equilibrio.
El municipalismo libertario traza una tercera vía entre la nacionalización y la propiedad privada: la municipalización. Las cooperativas, por sí solas, no pueden garantizar la salida del modo de producción capitalista; por eso es importante que la propiedad sea pública: se pondrá bajo el control de los ciudadanos a través de las asambleas. Este, según Bookchin, sería el momento de "arrebatar la economía a la burguesía". La tierra, las fábricas y los medios de producción (oficinas, bancos, transportes públicos, etc.) pasarán a ser propiedad de la comunidad y la vida económica será organizada, según las necesidades comunes, por los propios trabajadores y ciudadanos. Las clases acomodadas serán expropiadas; los imperativos de crecimiento y competencia serán sustituidos por las nociones de límites y equilibrio; la homogeneización de las rentas -condición necesaria para cualquier democracia auténtica- se establecerá en proporciones a definir.
"Vaciar" el Estado y armar al pueblo
El municipalismo libertario remite a las dos modalidades históricas de emancipación: constituir islas autogestionadas y tomar el poder (mediante las urnas o las armas). Se trata de construir un contrapoder al Estado-nación, de crecer en las narices del gobierno. Sin embargo, el gobierno no vería con buenos ojos esta expansión, sobre todo porque los municipios liberados asumirían esta conflictividad de forma directa: no se trataría de enfrentarse a las autoridades estatales ni de provocarlas físicamente, sino de avanzar en paralelo. La apuesta de Bookchin -pues es una apuesta- es la siguiente: la difusión libre y voluntaria de los municipios democráticos aportará muchos beneficios tangibles y devolverá el sentido a la vida de millones de ciudadanos anémicos, subyugados, privatizados, embrutecidos por el mercado de trabajo y privados de todo poder, salvo el del consumo; sus partidarios, ahora mayoritarios, abandonarán progresivamente las estructuras estatalistas en favor de la revolución municipalista; el Estado llegará a perder su legitimidad y el aura que le queda.
Sin embargo, no bastará con trabajar para su autodesintegración. Los propietarios y el régimen tratarán de obstaculizar, por la fuerza armada, la extensión del municipalismo libertario; por eso cada municipio deberá constituir una guardia cívica7 , no sin haber disuelto los cuerpos de policía y del ejército presentes en su territorio, para asegurar la defensa de los ciudadanos y de la democracia naciente ("sustituir el ejército y la policía separados del pueblo por el armamento directo e inmediato del propio pueblo8 ", escribió Lenin ya en 1917, antes de tomar el poder). Esta guardia cívica será responsable ante la asamblea y tendrá funcionarios elegidos. No se excluye que, además de los asaltos estatales circunscritos y más o menos esporádicos, se produzca un violento enfrentamiento global: la cuestión del poder encontrará entonces su respuesta. Dado que el poder no puede ser destruido -un error teórico y un callejón sin salida en la práctica, según Bookchin- no hay más alternativa que arrancarlo del Estado y dárselo al pueblo. A condición de que se cumplieran estas tres condiciones (organización de los municipios, amplio apoyo de la población y deslegitimación del Estado capitalista), la revolución municipalista podría "eliminar sin demasiada dificultad" al desprestigiado gobierno y a sus aparatos afines: un coloso con pies de barro que un último golpe derribaría... Desaparecido el Estado, la sociedad sin clases -que Bookchin llamaba también "comunista libertaria"- estaría enteramente en manos de los municipios, coordinados de abajo a arriba por la Comuna. Se reducirán las horas de trabajo; la agricultura se convertirá en totalmente orgánica; se eliminarán los combustibles fósiles y los pesticidas. Pero el desafío prospectivo termina aquí: la sociedad futura no puede "ser decretada por los teóricos del municipalismo", dice Biehl, ya que será obra del pueblo emancipado.
Una inspiración para Rojava
"Bookchin ha dicho una y otra vez que no hay modelos, sólo inspiraciones".
Bookchin dijo repetidamente que no había modelos, sólo inspiraciones: Atenas, las comunas de la Europa medieval, Nueva Inglaterra, el París revolucionario o la España anarquista. Aunque el municipalismo libertario no consiguió arraigar en Europa y Norteamérica en vida de su creador, encontró un eco inesperado en Turquía y Siria. En 2005, el cofundador del PKK, Abdullah Öcalan, dio lo que llamó un "giro ideológico y político" desde las profundidades de su celda: La minoría kurda oprimida ya no aspiraba a la independencia nacional, sino a la autonomía dentro de las fronteras históricas; se abandonó la creación de un Estado en favor de un proyecto confederal que pretendía, a largo plazo, "triunfar" sobre el Estado centralizado; se descartó el marxismo-leninismo para construir un neosocialismo comunal y ecológico. Esta nueva doctrina se llamó -y se llama- "confederalismo democrático". Öcalan había leído a Bookchin, decía ser uno de sus "alumnos" y le escribió para que se pusiera en contacto con él; éste, al acercarse a la muerte, se disculpó por no poder cumplir con tal invitación, pero agradeció la oportunidad de revivir el pensamiento emancipador kurdo. En 2014, en plena guerra civil siria, Rojava -territorio mixto de mayoría kurda en el norte de Siria- publicó su Contrato Social, pieza central de un frágil proceso revolucionario construido sobre cantones: consagraba la "justicia social", la vida democrática, la igualdad de género ante la ley y el "equilibrio ecológico".
"Tampoco excluyo la posibilidad de fracaso. Pero si hay un motivo de esperanza, es el enfoque municipalista libertario el que lo proporciona", dijo Bookchin en una entrevista a finales de 1996: de lo contrario, "[el capitalismo] destruirá sin duda la vida social".
BIBLIOGRAFÍA
BANCE, Pierre, ¿Un futuro diferente para el Kurdistán? Municipalismo libertario y confederalismo democrático, Éditions Noir et Rouge, 2017.
BIEHL, Janet, Ecología o catástrofe - La vida de Murray Bookchin, L'Amourier éditions, 2018.
BIEHL, Janet, Le Municipalisme libertaire, Éditions Écosociété, 2013.
BOOKCHIN, Murray, Una sociedad que rehacer: hacia una ecología de la libertad, Éditions Écosociété, 1992.
BOOKCHIN, Murray, Por un municipalismo libertario, Atelier de création libertaire, 2003-2018.
BOOKCHIN, Murray, Qué es la ecología social, Taller de Creación Libertaria, 2012.
[leer "¿Qué es?" de Ballast]
Laurent Wauquiez, 3 de septiembre de 2017.↑
"Pour une écologie identitaire: en finir avec l'écologie-bisounours", Les identitaires d'Auvergne [blog], 2 de junio de 2009.↑
Bookchin ha promovido constantemente las "tecnologías verdes". En 2014, Olivier Bensancenot y Michael Löwy criticarían el optimismo tecnófilo bookchiniano en Afinidades revolucionarias.↑
Sin embargo, las megaciudades, según reconoció Bookchin a mediados de los años 90, hacen especialmente difícil establecer un municipalismo libertario. "Pero eso no significa que sea imposible"↑.
Bookchin creía que la cuestión ecológica hacía obsoleta la sola división clase obrera/burguesía.↑
Editorial Mil y una noches, 2014.↑
Bookchin se refería a los hoplitas griegos, defensores de la ciudad. "Odio la violencia. Siento un gran respeto por la vida humana, pero también por la vida animal, con la que tengo que convivir: creo que nuestro destino como seres humanos es tomar conciencia de la naturaleza siendo conscientes de nosotros mismos, en equilibrio y armonía, no sólo entre nosotros sino con todo el mundo natural. Siento un gran respeto por [el pacifismo] y, en gran medida, tiendo a seguirlo personalmente: estrategias, enfoques y filosofía pacifistas. Pero no me llamaría pacifista por la sencilla razón de que si algo como un Franco reapareciera en España o, para el caso, en América, para tratar de acabar con las libertades civiles y los derechos humanos, me resistiría a ellos con un mazo si fuera necesario." Entrevista de Murray Bookchin para la revista Reason, octubre de 1979.↑
Las tareas del proletariado en nuestra revolución, (Proyecto de plataforma del Partido del Proletariado), abril-mayo de 1917. "Para evitar el restablecimiento de la policía, sólo hay un camino: crear una milicia popular que sea una con el ejército (armamento general del pueblo sustituido por el ejército permanente). Todos los ciudadanos sin excepción de entre 15 y 65 años formarán parte de esta milicia, estos límites de edad aproximados simplemente indican la participación de adolescentes y ancianos".
Traducido por Jorge Joya
Original: www.revue-ballast.fr/le-municipalisme-libertaire-quest-ce-donc/
En el blog:libertamen.wordpress.com/2022/01/11/que-es-el-municipalismo-libertario