Mikhaïl Bakounine - Le Patriotisme physiologique ou naturel - 1869.
"En mi carta anterior mostré cómo el patriotismo como cualidad o pasión natural procede de una ley fisiológica, precisamente la que determina la separación de los seres vivos en especies, familias y grupos.
La pasión patriótica es obviamente una pasión solidaria. Por lo tanto, para encontrarla de forma más explícita y clara en el mundo animal, hay que buscarla especialmente entre aquellas especies de animales que, como el hombre, están dotadas de una naturaleza eminentemente sociable; Entre las hormigas, por ejemplo, las abejas, los castores y muchos otros que tienen viviendas comunes estables, así como entre las especies que vagan en manadas; los animales con un domicilio colectivo y fijo, que representan, todavía desde el punto de vista natural, el patriotismo de los pueblos agrícolas, y los animales vagabundos en manadas, el de los pueblos nómadas.
Es obvio que la primera es más completa que la segunda, que implica sólo la solidaridad de los individuos en la manada, mientras que la primera le añade la solidaridad de los individuos con el suelo o el hogar que habitan. El hábito que, tanto para los animales como para el hombre, constituye una segunda naturaleza, ciertas formas de vivir, están mucho mejor determinadas, más fijas entre los animales colectivamente sedentarios, que entre los rebaños vagabundos, y los diferentes hábitos, estas formas particulares de existir, constituyen un elemento esencial del patriotismo.
El patriotismo natural puede definirse de la siguiente manera: es un apego instintivo, maquinal y completamente acrítico a los hábitos de existencia adoptados colectivamente y heredados o tradicionales, y una hostilidad igualmente instintiva y maquinal hacia cualquier otra forma de vida. Es el amor a lo propio y a lo ajeno y el odio a todo lo que tenga carácter ajeno. El patriotismo es, por tanto, egoísmo colectivo por un lado y guerra por otro.
No es una solidaridad lo suficientemente fuerte como para que, en caso de necesidad, los individuos miembros de una comunidad animal no se devoren unos a otros; pero es lo suficientemente fuerte, sin embargo, como para que todos estos individuos, olvidando su discordia civil, se unan contra todo intruso que llegue de una comunidad extranjera.
Por ejemplo, los perros de un pueblo. Los perros no forman naturalmente una república colectiva; abandonados a sus propios instintos, viven en manadas errantes, como los lobos, y sólo bajo la influencia del hombre se convierten en animales sedentarios. Pero una vez establecidas, constituyen en cada pueblo una especie de república no comunal, pero basada en la libertad individual, según la fórmula tan querida por los economistas burgueses: sálvese quien pueda y que el diablo pille al último. Es un laissez-faire y un laissez-aller sin límites, una competencia, una guerra civil despiadada y sin tregua, donde el más fuerte siempre muerde al más débil, como en las repúblicas burguesas. Ahora bien, dejad que un perro de un pueblo vecino pase sólo por su calle, y veréis cómo todos estos ciudadanos discordantes se precipitan en masa contra el desafortunado forastero.
Os pregunto, ¿no es ésta la copia fiel, o más bien el original de las copias que se repiten cada día en la sociedad humana? ¿No es una manifestación perfecta de ese patriotismo natural del que he dicho, y aún me atrevo a repetir, que no es más que una pasión bestial? Bestial es sin duda, ya que los perros son indudablemente bestias, y el hombre, animal como el perro y como todos los demás animales de la tierra, pero animal dotado de la facultad fisiológica de pensar y hablar, comienza su historia con la pura bestialidad para llegar, a través de todos los siglos, a la conquista y a la constitución más perfecta de su humanidad.
Una vez conocido este origen del hombre, ya no hay que asombrarse de su bestialidad, que es un hecho natural entre otros hechos naturales, ni siquiera indignarse contra ella, de lo que no se deduce en absoluto que no haya que combatirla con la mayor energía, ya que toda la vida humana del hombre no es sino una lucha incesante contra su bestialidad natural en beneficio de su humanidad.
Sólo he querido observar que el patriotismo, que los poetas, los místicos, los políticos de todas las escuelas, los gobiernos y todas las clases privilegiadas ensalzan como una virtud ideal y sublime, tiene sus raíces no en la humanidad del hombre, [sino] en su bestialidad.
Y, en efecto, es en el origen de la historia, y en la actualidad en las partes menos civilizadas de la sociedad humana, donde vemos que el patriotismo natural reina sin fisuras. - En las comunidades humanas es, sin duda, un sentimiento mucho más complicado que en otras comunidades animales, por la única razón de que la vida del hombre, animal pensante y hablante, abarca incomparablemente más objetos que la de los animales de otras especies: a los hábitos y tradiciones, todos ellos físicos, se añaden tradiciones más o menos abstractas, intelectuales y morales, un cúmulo de ideas y representaciones, falsas o verdaderas, con diversas costumbres religiosas, económicas, políticas y sociales. - Todo esto constituye otros tantos elementos del patriotismo natural del hombre, en la medida en que todas estas cosas, combinadas de una u otra manera, forman, para cualquier comunidad particular, un modo particular de existencia, una forma tradicional de vivir, pensar y actuar diferente de las demás.
Pero cualquiera que sea la diferencia entre el patriotismo natural de las comunidades humanas y el de las comunidades animales, en cuanto a la cantidad e incluso la calidad de los objetos que abarcan, tienen esto en común: son pasiones igualmente instintivas, tradicionales, habituales, colectivas, y la intensidad de ambas no depende en absoluto de la naturaleza de su contenido. Por el contrario, podría decirse que cuanto menos complicado es este contenido, más sencillo es, y más intenso y enérgicamente exclusivo es el sentimiento patriótico que lo manifiesta y expresa.
El animal está evidentemente mucho más apegado a las costumbres tradicionales de la comunidad de la que forma parte que el hombre; en él este apego patriótico es fatal e, incapaz de liberarse de él por sí mismo, a veces sólo se libera por la influencia del hombre. Del mismo modo, en las comunidades humanas, cuanto menos civilización hay, cuanto menos complicada y más simple es la base misma de la vida social, más intenso es el patriotismo natural, es decir, el apego instintivo de los individuos a todos los hábitos materiales, intelectuales y morales que constituyen la vida tradicional y consuetudinaria de una comunidad particular, así como su odio a todo lo que difiere de ella, a todo lo que le es ajeno. - De ahí se deduce que el patriotismo natural es la razón misma de la humanidad en las sociedades humanas.
Nadie discutirá que el patriotismo instintivo o natural de las míseras poblaciones de las zonas heladas, que la civilización humana apenas ha tocado y donde la vida material misma es tan pobre, es infinitamente más fuerte o exclusivo que el patriotismo de un francés, un inglés o un alemán, por ejemplo. El alemán, el inglés y el francés pueden vivir y aclimatarse en cualquier lugar, mientras que el habitante de las regiones polares moriría pronto de nostalgia si se le mantuviera alejado de ellas. Y sin embargo, ¡qué puede ser más miserable y menos humano que su existencia! Esto demuestra una vez más que la intensidad del patriotismo natural no es una prueba de humanidad, sino de bestialidad.
Junto a este elemento positivo del patriotismo, que consiste en la adhesión instintiva de los individuos al modo particular de existencia de la comunidad de la que son miembros, existe todavía el elemento negativo, tan esencial como el primero e inseparable de él: Es el horror igualmente instintivo por todo lo que le es ajeno -instintivo y, por tanto, bastante bestial; sí, realmente bestial, porque este horror es tanto más enérgico e invencible cuanto menos haya pensado y comprendido quien lo experimenta, cuanto menos sea el hombre.
Hoy en día, este horror patriótico por los extranjeros sólo se encuentra entre los pueblos salvajes; se encuentra en Europa entre las poblaciones medio salvajes que la civilización burguesa no se ha dignado a iluminar, -pero que nunca se olvida de explotar. En las mayores capitales de Europa, en el mismo París y en Londres especialmente, hay calles abandonadas a una población miserable que ninguna luz ha iluminado. - Basta con que un extranjero aparezca allí para que una multitud de seres humanos miserables, hombres, mujeres y niños, escasamente vestidos y que llevan en sus rostros y en toda su persona los signos de la más espantosa miseria y de la más profunda abyección, lo rodeen, lo insulten y a veces hasta lo maltraten, sólo por ser extranjero. - ¿No es este patriotismo brutal y salvaje la negación más flagrante de todo lo que se llama humanidad?
Y, sin embargo, hay periódicos burgueses muy ilustrados, como el Journal de Genève, por ejemplo, que no se avergüenzan de explotar este prejuicio tan poco humano y esta pasión tan bestial. Sin embargo, quiero hacerles justicia y admito de buen grado que se aprovechan de ellos sin compartirlos de ninguna manera, y sólo porque les interesa hacerlo, al igual que hacen hoy casi todos los sacerdotes de todas las religiones, que predican tonterías religiosas sin creer en ellas, y sólo porque evidentemente les interesa a las clases privilegiadas que las masas populares sigan creyendo en ellas.
Cuando el Journal de Genève se encuentra al final de sus argumentos y pruebas, dice: se trata de una cosa extranjera, de una idea, de un hombre extranjero, y tiene una idea tan pequeña de sus compatriotas que espera que baste con pronunciar esta terrible palabra "extranjero" para que se olviden de todo, y del sentido común y de la humanidad y de la justicia, y se pongan de su parte.
No soy ginebrino, pero tengo demasiado respeto por los habitantes de Ginebra como para no creer que él [el Journal de Genève] está equivocado. Sin duda, no querrán sacrificar la humanidad a la bestialidad explotada por la astucia.
He dicho que el patriotismo como instintivo o natural, teniendo todas sus raíces en la vida animal, no presenta más que una combinación particular de hábitos colectivos: materiales, intelectuales y morales, económicos, políticos, religiosos y sociales, desarrollados por la tradición o por la historia, en una sociedad humana restringida. Estos hábitos, añadí, pueden ser buenos o malos, sin que el contenido o el objeto de este sentimiento instintivo influya en el grado de su intensidad; e incluso si se admitiera alguna diferencia en este último aspecto, se inclinaría más bien a favor de los malos hábitos que de los buenos. Pues -por el origen animal de toda sociedad humana, y por la fuerza de la inercia, que es tan poderosa en el mundo intelectual y moral como en el material- en toda sociedad que no degenera todavía, sino que progresa y avanza, los malos hábitos, al tener siempre la prioridad del tiempo, están más arraigados que los buenos. Esto explica por qué, de la suma total de los hábitos colectivos actuales, en los países más avanzados del mundo civilizado, al menos las nueve décimas partes carecen de valor.
Que no se imagine que quiero declarar la guerra a la costumbre que la sociedad y los hombres tienen en general de dejarse gobernar por la costumbre. En esto, como en tantas otras cosas, no hacen más que obedecer una ley natural, y sería absurdo rebelarse contra las leyes naturales. La acción del hábito en la vida intelectual y moral de los individuos, así como de las sociedades, es la misma que la acción vegetativa en la vida animal. Ambos son condiciones de existencia y realidad. Tanto el bien como el mal, para convertirse en algo real, deben pasar al hábito, ya sea en el hombre individual o en la sociedad. Todos los ejercicios y estudios a los que se dedican los hombres no tienen otra finalidad, y las mejores cosas sólo arraigan en el hombre, hasta convertirse en su segunda naturaleza, por medio de este poder del hábito. No se trata, pues, de rebelarse tontamente contra él, ya que es un poder fatal, que ninguna inteligencia o voluntad humana puede derribar. Pero si, iluminados por la razón del siglo y por la idea que nos formamos de la verdadera justicia, deseamos seriamente convertirnos en hombres, no tenemos más que una cosa que hacer: es emplear constantemente la fuerza de voluntad, es decir, el hábito de querer, que las circunstancias independientes de nuestra voluntad han desarrollado en nosotros, para extirpar nuestros malos hábitos y sustituirlos por los buenos. Para humanizar toda una sociedad, es necesario destruir sin piedad todas las causas, todas las condiciones económicas, políticas y sociales que producen en los individuos la tradición del mal, y sustituirlas por condiciones que tengan como consecuencia necesaria engendrar en esos mismos individuos la práctica y el hábito del bien.
Desde el punto de vista de la conciencia moderna, de la humanidad y de la justicia, que, gracias a los desarrollos pasados de la historia, hemos llegado por fin a comprender, el patriotismo es un hábito malo, estrecho y fatal, ya que es la negación de la igualdad y la solidaridad humanas. La cuestión social, prácticamente planteada hoy por el mundo obrero de Europa y América, y cuya solución sólo es posible mediante la abolición de las fronteras de los Estados, tiende necesariamente a destruir este hábito tradicional en la conciencia de los trabajadores de todos los países. Más adelante mostraré cómo, desde principios de este siglo, ya ha sido fuertemente sacudida en la conciencia de la alta burguesía financiera, comercial e industrial, por el desarrollo prodigioso y omnicanal de sus riquezas e intereses económicos. Pero debo mostrar primero cómo, mucho antes de esta revolución burguesa, el patriotismo natural e instintivo, que por su propia naturaleza sólo puede ser un sentimiento muy estrecho, muy restringido y un hábito colectivo muy local, fue, desde el principio de la historia, profundamente modificado, distorsionado y disminuido por la formación sucesiva de los Estados políticos.
En efecto, el patriotismo como sentimiento completamente natural, es decir, producido por la vida verdaderamente unida de una comunidad y todavía no debilitado o sólo ligeramente debilitado por la reflexión o por el efecto de los intereses económicos y políticos, así como por el de las abstracciones religiosas; este patriotismo, si no completamente, al menos en gran medida animal, sólo puede abarcar un mundo muy restringido: una tribu, una comuna, una aldea. Al principio de la historia, al igual que ocurre hoy en día entre los pueblos salvajes, no había nación, ni lengua nacional, ni culto nacional, por lo que no había patria en el sentido político de la palabra. Cada pequeña localidad, cada pueblo, tenía su propia lengua, su propio dios, su propio sacerdote o hechicero, y no era más que una familia multiplicada y ampliada, que se afirmaba viviendo, y que, en guerra con todas las demás tribus, negaba con su existencia a todo el resto de la humanidad. Así es el patriotismo natural en su crudeza enérgica e ingenua.
Encontraremos restos de este patriotismo incluso en algunos de los países más civilizados de Europa, en Italia, por ejemplo, especialmente en las provincias del sur de la península italiana, donde la configuración del suelo, las montañas y el mar, creando barreras entre los valles, los municipios y las ciudades, los separa, los aísla y los hace más o menos extraños entre sí. Proudhon, en su folleto sobre la unidad italiana, observaba con razón que esta unidad no era todavía más que una idea, una pasión burguesa, y de ninguna manera popular; que la gente del campo, al menos, ha permanecido hasta ahora en gran medida ajena a ella, y yo añadiría que hostil, porque esta unidad está en contradicción, por una parte, con su patriotismo local, y por otra, no les ha traído más que explotación despiadada, opresión y ruina.
Incluso en Suiza, especialmente en los cantones primitivos, ¿no vemos muy a menudo el patriotismo local luchando contra el patriotismo cantonal, y éste contra el patriotismo político, nacional, de toda la Confederación republicana?
En resumen, concluyo que el patriotismo como sentimiento natural, siendo en su esencia y realidad un sentimiento esencialmente local, es un serio impedimento para la formación de los Estados, y en consecuencia éstos, y con ellos la civilización, sólo podrían establecerse destruyendo, si no totalmente, al menos en un grado considerable, esta pasión animal."
Bakunin
En Le Progrès, 1869.
[Texto disponible bajo licencia Creative Commons Attribution-Share bajo las mismas condiciones] Traducido por Jorge Joya
Original: www.socialisme-libertaire.fr/2018/02/le-patriotisme-physiologique-ou-n