Maria Spiridonova, por Emma Goldman (1922).

"Rusia es única en la historia del mundo por el número de mujeres que contribuyeron a los movimientos revolucionarios. Hace más de un siglo, cuando los decembristas fueron exiliados de Rusia, sus mujeres los siguieron y hasta la última hora del régimen zarista, participaron con la más heroica actividad en el movimiento revolucionario y, en determinadas circunstancias, fueron a la muerte con una sonrisa en los labios. 

Entre las muchas figuras hermosas que encontramos en la historia rusa, una de las más destacadas es Maria Spiridonova.

Durante los años 1905 y 1906, el elemento campesino ruso causó cierta preocupación en los círculos gubernamentales.

Exasperados por los excesivos impuestos y la brutalidad oficial, los campesinos se levantaron contra sus opresores e incendiaron algunas fincas. El gobernador de Tambov, Luzhenovsky, conocido por su salvajismo, inundó su estado de cosacos. Medio desnudos, los campesinos fueron obligados a arrodillarse durante horas en la nieve, mientras que otros, alineados en columnas, fueron masacrados sin piedad.

Maria Spiridonova era entonces una jovencita, y fue encargada de matar a Luzhenovsky, para vengar la barbarie sufrida por los campesinos rusos.

La tarea era difícil. Luzhenovsky estaba bien vigilado y en compañía de sus hombres, a través de los pueblos y comunas, aterrorizó a la población. Dondequiera que fuera, robaba a los campesinos para mantener y continuar la guerra con Japón.

Pero las dificultades no detuvieron a Spiridonova. Disfrazada de campesina, se convirtió en la sombra de Luzhenovsky. Como un fantasma, rondaba las estaciones de tren en busca de su marido, un soldado que hacía tiempo que había desaparecido, según ella. A pesar del peligro eminente, a pesar de las dificultades, esperó hasta que surgió la oportunidad.

Un día, cuando el tren de Luzhenovsky entraba en la estación, ella cruzó el cordón de tropas y oficiales y mató al cínico asesino en el acto.

Los zares no eran susceptibles ni tiernos, y nunca fueron parciales en su trato con las mujeres políticas rusas. Pero en el caso de María Spiridonova, los sirvientes de Nicolás superaron los métodos de Iván el Terrible. La arrastraron a la sala de espera de la estación y la golpearon con la más innoble brutalidad. Despojada de sus ropas, fue entregada a los guardias que se divirtieron quemando su cuerpo desnudo con sus cigarrillos, y cuando estuvo inconsciente, medio muerta e indefensa, la violaron vergonzosamente.

Durante semanas y semanas estuvo entre la vida y la muerte, y un día llegó la sentencia de muerte.

La tortura que sufrió María provocó un clamor mundial que la salvó del patíbulo. Fue enviada a Siberia, donde llegó, según nos dijo Gershunt más tarde, "como un fardo de carne desollada".

En la cárcel, sus compañeros la cuidaron con ternura y se recuperó de sus heridas; y aunque estaba físicamente destrozada, su voluntad era cada día más violenta.

La Revolución de Febrero abrió la tumba viviente de todos los presos políticos rusos. Entre ellos estaba María.

¿Quién puede describir su euforia y alegría cuando se abrieron las puertas de la cárcel? Pero no se iría hasta estar segura de que todos sus amigos políticos serían liberados.

En medio de los vítores del pueblo, regresó a Rusia, pero no para vivir en el Palacio de Invierno, ni para ser agasajada y dormirse en los laureles. Volvió para lanzarse una vez más al inmenso mar de energías, y especialmente a aquellos campesinos que habían depositado toda su confianza en ella.

Fue elegida presidenta del Comité Ejecutivo de los Soviets de Campesinos e inspiró, organizó y dirigió el recién despertado espíritu y la actividad del campesinado.

A diferencia de muchos revolucionarios que habían abonado la tierra con sus lágrimas y su sangre y que ahora no podían entender y comprender el rumbo de estos nuevos tiempos, Maria Spiridonova pronto se dio cuenta de que la Revolución de Febrero era sólo el preludio de un cambio mayor y más profundo.

Cuando la Revolución de Octubre arrasó con la vieja guardia revolucionaria como una avalancha, María se mantuvo firme en sus esperanzas, en medio del pueblo que tanto la necesitaba.

Día y noche trabajaba junto a sus campesinos, a los que apreciaba, y fue ella el alma del departamento agrícola que elaboró un plan de socialización de la tierra, uno de los problemas más vitales de la Rusia de entonces.

Ya en 1918, María se dio cuenta de que la Revolución estaba en peligro más por sus amigos que por sus enemigos.

Los bolcheviques, elevados al poder por su grito de guerra tomado de los anarquistas y los socialistas-revolucionarios, pronto se movieron en otra dirección. El primer paso en esta dirección fue el Tratado de Brest-Litovsk. Lenin insistió en la ratificación de este tratado, para poder respirar y ganar tiempo a favor de la Revolución. María y muchos otros revolucionarios de diferentes escuelas, para quienes la Revolución no era un experimento político, lucharon con todo su poder contra esta ratificación.

Demostraron que tal paz era una traición a Ucrania, que luchaba con entusiasmo y expulsaba al invasor del sur de Rusia; que significaba la dominación exclusiva del pueblo ruso por los bolcheviques, la supresión de cualquier otro movimiento político con, como consecuencia, la más terrible guerra civil.

En aquella época Trotsky y otros comunistas se oponían a la paz de Brest-Litovsk. Ellos también vieron el peligro que se cernía sobre sus cabezas; pero pronto, en nombre de la disciplina del Partido, se pusieron del lado de Lenin y entonces comenzó el calvario de la Revolución Rusa.

En Estados Unidos había oído muchas historias sobre el destino de Maria Spiridonova. En la Rusia soviética, y en cuanto llegué a Rusia, hice las averiguaciones necesarias para saber qué había sido de ella. Me informaron de que la habían llevado a un sanatorio, enferma de una grave crisis mental, y que le estaban dando los mejores cuidados.

No fue hasta julio de 1920 que tuve el placer de conocerla. Fue en Moscú, donde en una pequeña habitación, ilegalmente resguardada, se escondía, disfrazada de campesina, como en los ya lejanos días del régimen zarista.

Se había escapado del sanatorio y no pude encontrar ningún rastro de nerviosismo o enfermedad en ella. Era sencilla, tranquila y decidida.

Durante los dos días que permanecí con ella, comprendí cómo, después de haber sido sublime, después de haber alimentado todas las esperanzas, el pueblo había descendido a las profundidades de la miseria y la desesperación. Con una claridad y una fuerza de convicción que me conmovieron, Spiridonova me contó la historia del movimiento ruso, y fue entonces cuando supe que había sido encarcelada dos veces consecutivas por los bolcheviques. La primera vez fue después del asesinato de Mirbach, cuando, al cierre del V Congreso de los Soviets, arrestaron a todo el elemento de izquierda del Partido Socialista, del que María era la líder. Liberada tras cinco meses de prisión, fue detenida de nuevo a finales de enero del año siguiente y llevada a un sanatorio, no por su debilidad, sino porque no podía ni quería aceptar la llamada dictadura del Proletariado, y porque había advertido mucho al pueblo de sus peligros para la Revolución y el pueblo la había entendido.

Los bolcheviques afirmaron que la persecución del Partido Revolucionario de Izquierda se debía a su intento de tomar el poder. María protestó contra estas afirmaciones y, apoyada por una cantidad de documentos, demostró lo contrario.

Pero la facción de Spiridonova consideraba el Tratado de Brest-Litovsk como una traición y la presencia de Mirbach en los Soviets como un insulto y una amenaza imperialista.

Los revolucionarios de izquierda veían la Revolución en peligro y hacían valer sus opiniones, pero nunca participaron en complots para tomar el poder que no les servía.

Tras la muerte de Mirbach, la propia Spiridonova presentó la declaración oficial de su sección en la 5ª sesión del Congreso de los Soviets, para justificar el asesinato de Mirbach. Pero los bolcheviques impidieron la lectura de este documento encarcelando a todos los delegados campesinos, encabezados por María.

En septiembre de 1920, la Cheka quiso demostrar su poder con una de sus incursiones periódicas y, por desgracia, descubrió la retirada de Spiridonova. Tenía tifus y no podía ser transportada. La casa estaba rodeada por una imponente guardia y no se permitía la entrada a nadie de fuera.

Cuando pasó el peligro, aunque seguía enferma, la policía secreta se la llevó y la encerró en la prisión-hospital. Su estado era tan grave que un compañero fue ingresado para cuidarla, pero ambos estaban sometidos a la más estrecha vigilancia y no podían comunicarse con ninguno de sus amigos.

La reclusión, la privación del alimento moral, triunfó poco a poco donde la coacción zarista había fracasado.

Spiridonova enfermó de escorbuto. Se le hincharon los miembros, se le cayeron el pelo y los dientes y, para colmo, siempre la perseguía la alucinación de ver a los gendarmes del zar y a los chekistas de Lenin por todas partes.

 En un momento dado, intentó hacer una huelga de hambre. Los guardias intentaron alimentarla a la fuerza y finalmente, ante la insistencia de Ozmailovich y Kambow, ellos mismos prisioneros, aceptó volver a comer.

Durante los dos congresos de Moscú celebrados en julio de 1921, los amigos de Spiridonova emitieron un manifiesto en el que llamaban la atención sobre el deplorable estado de su camarada y exigían su liberación inmediata, para que pudiera recibir la atención médica que su estado requería. Una delegación se dirigió a Trotsky, quien respondió que Spiridonova era demasiado peligrosa para ser liberada, y sólo tras las protestas de la prensa europea avanzada fue liberada.

* * *

Sólo una cosa, hoy, puede salvar al gran revolucionario: salir de Rusia. Para ello se han hecho varias peticiones al Gobierno de Moscú, pero sin éxito.

En 1906 la protesta del mundo civilizado salvó la vida de Maria Spiridonova, y es trágico pensar que hoy se necesita una protesta similar.

Lejos, muy lejos de los ojos de la Cheka, de la torturada y desesperada Rusia, lejos, muy lejos, en una alta montaña donde pueda respirar un poco de aire y libertad, aún podríamos salvarla.

Ha muerto cien veces. ¿Volverá finalmente a la vida?

Emma Goldman

[Traducido del inglés por J. Chazoff, La Revue anarchiste, n°6, junio de 1922].

FUENTE: La Presse Anarchiste

Traducida por Jorge Joya

Original: www.socialisme-libertaire.fr/2018/12/maria-spiridonova.html