Malatesta: La revolución en la práctica (Umanità Nova, 1922) - Robert Graham

Un poco más de Malatesta, en la antesala del centenario de la fundación del periódico anarquista (entonces diario) Umanità Nova, en febrero de 1920, una publicación de la Federación Anarquista Italiana (FAI). Hoy y mañana se celebra en Gragnana un festival anarquista para celebrar Umanità Nova.

La revolución en la práctica

Queremos hacer la revolución lo antes posible, aprovechando todas las oportunidades que puedan surgir.

Con la excepción de un pequeño número de "educadores", que creen en la posibilidad de elevar a las masas a los ideales anarquistas antes de que las condiciones materiales y morales en las que viven hayan cambiado, aplazando así la revolución hasta el momento en que todos puedan vivir anárquicamente, todos los anarquistas están de acuerdo en este deseo de derrocar los regímenes actuales lo antes posible: de hecho, a menudo son los únicos que muestran un deseo real de hacerlo.

Sin embargo, las revoluciones ocurrieron, ocurren y ocurrirán independientemente del deseo y la acción de los anarquistas; y como los anarquistas son sólo una pequeña minoría de la población y la anarquía no puede hacerse por la fuerza y la imposición violenta de unos pocos, está claro que las revoluciones pasadas y futuras no fueron ni serán posiblemente revoluciones anarquistas.

En Italia, hace dos años, la revolución estuvo a punto de estallar e hicimos todo lo posible para que así fuera. Tratamos como traidores a los socialistas y a los sindicalistas, que frenaron el ímpetu de las masas y salvaron el tambaleante régimen monárquico con ocasión de los disturbios contra la carestía de la vida, las huelgas en el Piamonte, el levantamiento de Ancona, las ocupaciones de fábricas.

¿Qué habríamos hecho si la revolución hubiera estallado definitivamente?

¿Qué haremos en la revolución que estallará mañana?

¿Qué hicieron nuestros camaradas, qué podrían y deberían haber hecho en las recientes revoluciones ocurridas en Rusia, Baviera, Hungría y otros lugares?

No podemos hacer la anarquía, al menos no una anarquía extendida a toda la población y a todas las relaciones sociales, porque ninguna población es anarquista todavía, y tampoco podemos aceptar otro régimen sin renunciar a nuestras aspiraciones y perder toda razón de ser, como anarquistas. Entonces, ¿qué podemos y debemos hacer?

Este era el problema que se discutía en Bienne, y este es el problema de mayor interés en la época actual, tan llena de oportunidades, en la que podríamos enfrentarnos repentinamente a situaciones que requieren que actuemos inmediatamente y sin vacilar, o que desaparezcamos del campo de batalla después de facilitar la victoria de otros.

No se trataba de representar una revolución como nos gustaría, una revolución verdaderamente anarquista como sería posible si todos, o al menos la gran mayoría de los habitantes de un determinado territorio fueran anarquistas. Se trata de buscar lo mejor que se puede hacer a favor de la causa anarquista en una convulsión social como la que puede darse en la situación actual.

Los partidos autoritarios tienen un programa concreto y quieren imponerlo por la fuerza, por lo que aspiran a hacerse con el poder, independientemente de que sea legal o ilegal, y transformar la sociedad a su manera, mediante una nueva legislación. Esto explica que sean revolucionarios de palabra y a menudo también de intenciones, pero dudan en hacer una revolución cuando se presentan las oportunidades; no están seguros de la aquiescencia, incluso pasiva, de la mayoría, no tienen suficiente fuerza militar para que sus órdenes se lleven a cabo en todo el territorio, carecen de personas dedicadas y con habilidades en todas las innumerables ramas de la actividad social... por lo que siempre se ven obligados a posponer la acción, hasta que son empujados casi a regañadientes al gobierno por el levantamiento popular. Sin embargo, una vez en el poder, les gustaría permanecer allí indefinidamente, por lo que intentan frenar, desviar, detener la revolución que los levantó.

Por el contrario, nosotros sí tenemos un ideal por el que luchamos y que nos gustaría ver realizado, pero no creemos que un ideal de libertad, de justicia, de amor pueda realizarse a través de la violencia gubernamental.

No queremos llegar al poder ni queremos que nadie lo haga. Si no podemos impedir que existan y se establezcan gobiernos, debido a nuestra falta de fuerza, nos esforzamos, y siempre lo haremos, por mantener o hacer que esos gobiernos sean lo más débiles posible. Por lo tanto, siempre estamos dispuestos a actuar cuando se trata de derrocar o debilitar a un gobierno, sin preocuparnos demasiado (digo "demasiado", no "en absoluto") por lo que pueda ocurrir después.

Para nosotros la violencia sólo sirve y puede servir para hacer retroceder la violencia. De lo contrario, cuando se utiliza para lograr objetivos positivos, o bien fracasa por completo, o bien consigue establecer la opresión y la explotación de los unos sobre los otros.

El establecimiento y la mejora progresiva de una sociedad de hombres libres sólo puede ser el resultado de una evolución libre; nuestra tarea como anarquistas es precisamente defender y asegurar la libertad de la evolución.

He aquí nuestra misión: demoler, o contribuir a demoler cualquier poder político, con toda la serie de fuerzas represivas que lo sustentan; impedir, o tratar de impedir que surjan nuevos gobiernos y nuevas fuerzas represivas; en todo caso, abstenerse de reconocer jamás a ningún gobierno, manteniéndose siempre en lucha contra él, reivindicando y exigiendo, incluso por la fuerza si es posible, el derecho a organizarnos y vivir como queramos, y experimentar las formas de sociedad que nos parezcan mejores, siempre que no perjudiquen la igual libertad de los demás, por supuesto.

Más allá de esta lucha contra la imposición gubernamental que soporta la explotación capitalista y la hace posible; una vez que hayamos animado y ayudado a las masas a apoderarse de las riquezas existentes y, en particular, de los medios de producción; una vez alcanzada la situación en la que nadie pueda imponer sus deseos a los demás por la fuerza, ni arrebatar a ningún hombre el producto de su trabajo, sólo podremos entonces actuar mediante la propaganda y el ejemplo.

¿Destruir la institución y la maquinaria de las organizaciones sociales existentes? Sí, ciertamente, si se trata de instituciones represivas; pero éstas son, después de todo, sólo una pequeña parte del complejo de la vida social. La policía, el ejército, las prisiones y el poder judicial son potentes instituciones para el mal, que ejercen una función parasitaria. Otras instituciones y organizaciones consiguen, para bien o para mal, garantizar la vida a la humanidad; y estas instituciones no pueden ser destruidas útilmente sin sustituirlas por algo mejor.

El intercambio de materias primas y mercancías, la distribución de alimentos, los ferrocarriles, los servicios postales y todos los servicios públicos administrados por el Estado o por empresas privadas, se han organizado para servir a los intereses monopolistas y capitalistas, pero también sirven a las necesidades reales de la población. No podemos desbaratarlos (y en todo caso el pueblo no nos lo permitiría en su propio interés) sin reorganizarlos de una manera mejor. Y esto no puede lograrse en un día; ni, tal como están las cosas, tenemos las capacidades necesarias para hacerlo. Por eso nos alegramos si mientras tanto, otros actúan, aunque sea con criterios diferentes a los nuestros.

La vida social no admite interrupciones, y el pueblo quiere vivir el día de la revolución, al día siguiente y siempre.

¡Ay de nosotros y del futuro de nuestras ideas si cargáramos con la responsabilidad de una destrucción insensata que comprometiera la continuidad de la vida!

Errico Malatesta, Umanità Nova, nº 191, 7 de octubre de 1922

 Traducido por Jorge Joya

Original: robertgraham.wordpress.com/2019/08/24/malatesta-revolution-in-practice