Libertad de Albert Libertad - 1908

"Mucha gente piensa que es una simple disputa de palabras, una preferencia de términos que hace que unos se declaren libertarios y otros anarquistas. Yo tengo una opinión muy diferente. Soy anarquista y me aferro a la etiqueta no por un vano adorno de palabras, sino porque significa una filosofía, un método diferente al del libertario. El libertario, como indica la palabra, es un adorador de la libertad. Para él, es el principio y el fin de todas las cosas. Rendir culto a la libertad, inscribir su nombre en todos los muros, erigir estatuas que iluminen el mundo, hablar de ella en todo momento y a destiempo, declararse libre para moverse cuando el determinismo hereditario, atávico y ambiental te convierte en esclavo, este es el hecho del libertario. El anarquista, simplemente por la etimología, está en contra de la autoridad. Esto es cierto. No hace de la libertad la causalidad sino la finalidad de su evolución individual. No dice, ni siquiera cuando se trata de la más pequeña de sus acciones: "Soy libre", sino: "Quiero ser libre". Para él, la libertad no es una entidad, una cualidad, un bloque que tiene o no tiene, sino un resultado que adquiere a medida que gana poder. No hace de la libertad un derecho anterior a él, anterior a los hombres, sino una ciencia que adquiere, que los hombres adquieren, día a día, liberándose de la ignorancia, apoderándose de las fuerzas de la naturaleza, quitando los grilletes de la tiranía y de la propiedad.

El hombre no es libre de hacer o no hacer por su propia voluntad. Aprende a hacer o no hacer cuando ha ejercido su juicio, ha iluminado su ignorancia o ha destruido los obstáculos que le impedían. Así, si colocamos a un libertario, sin conocimientos musicales, frente a un piano, ¿es libre de tocarlo? No! Sólo tendrá esta libertad cuando haya aprendido la música y la digitación del instrumento. Esto es lo que dice el anarquista.

Así que lucha contra la autoridad que le impide desarrollar sus habilidades musicales -cuando las tiene- o que es dueña de los pianos. Para tener la libertad de tocar, debe tener el poder del conocimiento y el poder de tener un piano a su disposición. La libertad es una fuerza que debe desarrollarse en el individuo; nadie puede concederla.

Cuando la República toma el famoso lema: "Libertad, igualdad, fraternidad", ¿nos hace libres, iguales, hermanos? Nos dice: "Eres libre". Son palabras vacías porque no tenemos el poder de ser libres. ¿Y por qué no tenemos este poder? Sobre todo porque no sabemos cómo adquirir un conocimiento exacto del mismo. Tomamos el espejismo por la realidad. Siempre esperamos la libertad de un Estado, de un Redentor, de una Revolución, nunca trabajamos para desarrollarla en cada individuo. ¿Cuál es la varita mágica que transformará a la actual generación nacida de siglos de servidumbre y resignación en una generación de hombres que merecen la libertad, porque son lo suficientemente fuertes para conquistarla?

Esta transformación vendrá de la conciencia de que los hombres no tendrán la libertad de conciencia, que la libertad no está en ellos, que no tienen derecho a ser libres, que no todos nacen libres e iguales... y sin embargo es imposible tener felicidad sin libertad. El día que tengan esta conciencia estarán dispuestos a hacer cualquier cosa para adquirir la libertad. Por eso los anarquistas luchan tanto contra la tendencia libertaria que hace que la sombra se convierta en la presa.

Para adquirir este poder, debemos luchar contra dos corrientes que amenazan la conquista de nuestra libertad: debemos defenderla contra otros y contra nosotros mismos, contra fuerzas externas y contra fuerzas internas. Para avanzar hacia la libertad, debemos desarrollar nuestra individualidad. - Cuando digo: ir hacia la libertad, me refiero a ir hacia el desarrollo más pleno de nuestra individualidad: - Por lo tanto, no somos libres de tomar cualquier camino, debemos esforzarnos por tomar el "camino correcto". No somos libres de ceder a las pasiones desenfrenadas, estamos obligados a satisfacerlas. No somos libres de ponernos en un estado de embriaguez que haga que nuestra personalidad pierda el uso de su voluntad y la ponga bajo todas las dependencias; digamos más bien que nos sometemos a la tiranía de una pasión que la miseria o el lujo nos han dado. La verdadera libertad consistiría en tomar autoridad sobre este hábito, para liberarnos de su tiranía y sus corolarios.

He dicho: acto de autoridad, porque no me apasiona la libertad considerada a priori. No soy un liberador. Si quiero adquirir libertad, no la adoro. No me entretengo rechazando el acto de autoridad que me hará vencer al adversario que me ataca, ni rechazo el acto de autoridad que me hará atacar al adversario Sé que todo acto de fuerza es un acto de autoridad. Me gustaría no tener que usar nunca la fuerza, la autoridad contra otros hombres, pero vivo en el siglo XX y no soy libre en la dirección de mis movimientos para adquirir la libertad.

Así que veo la Revolución como un acto de autoridad de unos pocos sobre otros, la revuelta individual como un acto de autoridad de uno sobre otros. Y, sin embargo, estos medios me parecen lógicos, pero quiero determinar exactamente cuál es su intención. Los encuentro lógicos y estoy dispuesto a cooperar con ellos, si estos actos de autoridad temporal tienen el objetivo de destruir una autoridad estable, de dar más libertad; los encuentro ilógicos y los obstaculizo, si su objetivo es sólo desplazar una autoridad. Mediante estos actos, la autoridad aumenta su poder: tiene lo que sólo ha cambiado de nombre, más lo que se ha desplegado con motivo de este cambio. Los libertarios hacen de la libertad un dogma, los anarquistas hacen de ella un término. Los libertarios creen que el hombre nace libre y que la sociedad lo convierte en esclavo. Los anarquistas se dan cuenta de que el hombre nace en la más completa dependencia, en la mayor servidumbre, y que la civilización lo lleva por el camino de la libertad. Lo que los anarquistas reprochan a la asociación de hombres -la sociedad- es que obstruye el camino después de haber guiado nuestros primeros pasos en él. La sociedad lo libra del hambre, de las fiebres malignas, de las fieras -obviamente no en todos los casos, sino en general- pero lo hace presa de la miseria, del exceso de trabajo y de los gobernantes. Le lleva de Caribdis a Escila. Hace que el niño escape de la autoridad de la naturaleza y lo ponga bajo la autoridad de los hombres.

El anarquista interviene. No pide la libertad como un bien que se le ha quitado, sino como un bien que se le impide adquirir. Observa la sociedad actual y ve que es un mal instrumento, un mal medio para llamar a los individuos a su pleno desarrollo. El anarquista ve que la sociedad rodea a los hombres con un entramado de leyes, una red de reglamentos, una atmósfera de moral y prejuicios, sin hacer nada para sacarlos de la noche de la ignorancia. No tiene una religión libertaria, liberal se podría decir, pero quiere más y más libertad para su individuo, como quiere un aire más limpio para sus pulmones. Entonces decide trabajar por todos los medios para romper los hilos del entramado, las mallas de la red, y se esfuerza por abrir de par en par las bahías del libre examen. El deseo del anarquista es poder ejercer sus facultades con la mayor intensidad posible. Cuanto más aprende, cuanto más experiencia adquiere, cuanto más obstáculos derriba, intelectuales, morales y materiales, cuanto más amplio es el campo que toma, cuanto más extensión permite a su individualidad, más libre se vuelve para evolucionar y más avanza hacia la realización de su deseo. Pero permítanme no dejarme llevar y volver más exactamente al tema. El libertario que no tiene el poder de hacer una observación, una crítica que reconoce como fundada, o que ni siquiera quiere discutirla, responde: "Soy muy libre de hacerlo. El anarquista dice: "Creo que tengo razón, pero vamos a ver". Y si la crítica realizada se dirige a una pasión de la que no se siente con fuerzas para liberarse, añadirá: "Estoy bajo la esclavitud del atavismo y la costumbre". Esta simple observación no será voluntaria. Llevará una fuerza en sí misma, quizás para el individuo atacado, pero seguramente para el individuo que la hace, y para los presentes que serán menos atacados por la pasión en cuestión.

El anarquista no se equivoca en cuanto al dominio adquirido. No dice: "Soy libre de casarme con mi hija si quiero...". - Tengo derecho a llevar un sombrero de copa, si quiero" porque sabe que esta libertad, este derecho, es un tributo pagado a la moral del Medio, a las convenciones del Mundo; es impuesto por el Exterior contra toda voluntad, contra todo determinismo interior del individuo en cuestión. El anarquista actúa así no por modestia, por espíritu de contradicción, sino porque parte de una concepción muy diferente a la del libertario. No cree en la libertad innata, sino en la libertad que hay que adquirir. Y como sabe que no tiene todas las libertades, tiene mucha más voluntad de adquirir el poder de la libertad. Las palabras no tienen valor en sí mismas. Tienen un significado que debe ser bien conocido, bien definido para no dejarse atrapar por su magia. La gran Revolución nos engañó con su lema: "Libertad, igualdad, fraternidad"; los liberalistas, los liberales, han cantado su "laissez faire" con el estribillo de la libertad de trabajo; los libertarios se engañan a sí mismos con la creencia en una libertad preestablecida y hacen críticas en su honor... Los anarquistas no deben querer la palabra sino la cosa. Están en contra del mando, del gobierno, del poder económico, religioso y moral, sabiendo que cuanto más disminuya la autoridad más aumentará la libertad.

Existe una relación entre el poder del entorno y el poder del individuo. Cuanto más disminuye el primer término de esta relación, más disminuye la autoridad, más aumenta la libertad.

¿Qué quiere el anarquista? Lograr un equilibrio entre los dos poderes, para que el individuo tenga una verdadera libertad de movimiento sin impedir nunca la libertad de movimiento de los demás. El anarquista no quiere invertir la relación para que su libertad se componga de la esclavitud de los demás, porque sabe que la autoridad es mala en sí misma, tanto para el que la sufre como para el que la da.

Para conocer verdaderamente la libertad, el hombre debe desarrollarse hasta el punto de que ninguna autoridad tenga la posibilidad de serlo. "

Albert Libertad

Traducido por Jorge Joya

Original: www.socialisme-libertaire.fr/2019/04/l-anarchie-de-a-a-z-l-comme-liber