★ De Reflexiones sobre el anarquismo (1965) de Maurice Fayolle.
"Hace más de un siglo que Proudhon, al lanzar a la cara de una burguesía indignada su famosa acusación: "La propiedad es un robo", firmó el acta de nacimiento del anarquismo social.
Debo ser preciso: anarquismo social, y aquí es necesario establecer una distinción que defina claramente los datos del problema.
El anarquismo, en tanto que es la negación de la autoridad impuesta por otros y la rebelión del ser humano esclavizado, es una reacción natural casi tan antigua como la propia humanidad. Desde tiempos inmemoriales, ha enfrentado al ser humano, individual o colectivamente, a todas las opresiones, ya sean familiares, sociales, políticas o religiosas. Este anarquismo siempre se ha expresado en el gesto de la revuelta, una revuelta en estado puro y salvaje, cuyas raíces estaban mucho más en el instinto que en la razón. Pero el anarquismo, en la medida en que es una afirmación de un nuevo orden, un deseo expreso y definido de una transformación de las estructuras de la sociedad, un cambio en las relaciones entre los miembros de la comunidad humana, este anarquismo data del siglo pasado. [1]
Fue así como el anarquismo, tras un largo periodo de incubación de varios siglos, sufrió una repentina mutación. Bajo la pluma de una serie de prestigiosos pensadores y sin negar los orígenes que le habían dado origen, se completó convirtiéndose en una ideología social que, más allá de la pura crítica, daba respuesta a las cuestiones planteadas. Al añadir una afirmación indispensable a lo que hasta entonces había sido una simple negación, dejó de ser la única expresión de una revuelta pura e instintiva para convertirse en un espíritu revolucionario consciente y razonado.
Hoy, tras más de un siglo de existencia [2], el anarquismo tiene un pasado. Un pasado que es a la vez glorioso y decepcionante.
Glorioso, porque, con la prodigalidad que atestigua su gran riqueza ideológica, el anarquismo ha lanzado al circuito del pensamiento un cúmulo de ideas, un cierto número de las cuales se han convertido en realidades, y otras pocas están en proceso de realización. Glorioso, también, porque un puñado de seres humanos con convicciones ardientes se abalanzó, con la pluma, la palabra o los hechos, contra bastiones sociales que parecían tener que desafiar todos los asaltos y, pagando a menudo con sus vidas, consiguieron sacudirlos. De Tokio a Barcelona, de Chicago a Moscú, de Londres a Roma, los anarquistas han pagado el precio más alto en la lucha por la emancipación humana.
Pero también es decepcionante porque, a pesar de una ideología sencilla, clara, lógica y racional; a pesar de una fe casi religiosa [3], que llevó a sus héroes a todos los cadalsos del mundo donde mostraron el valor de los que saben morir por una causa noble y están convencidos de que la sirven con su sacrificio; a pesar de una contribución constante y, por desgracia, demasiado a menudo efímera de jóvenes discípulos entusiastas, el anarquismo nunca ha conseguido, en ningún país del mundo, convertirse en una fuerza decisiva. Aunque en la segunda mitad del siglo pasado sus posibilidades parecían seguras, y aunque una parte importante de los intelectuales se había unido a su causa o estaba bajo su influencia, el anarquismo nunca logró constituirse como un movimiento a gran escala y adquirir así el peso político que su influencia espiritual debería haberle dado normalmente. Los grupos se multiplicaron, pero su duración fue a menudo efímera y su esqueleto permaneció esquelético.
¿Por qué este estancamiento cuando las circunstancias parecían favorables, un estancamiento seguido, hay que decirlo, de una regresión tras el triunfo de los marxistas en Rusia?
Hay muchas explicaciones... y no las suficientes. Una de las principales causas es, sin duda, la excesiva riqueza de una ideología que, desde su nacimiento, se fragmentó en un número improbable de ramas, dividiendo así a sus seguidores en una multitud de escuelas, que pronto se convirtieron en otras tantas capillas rivales. Había anarquistas comunistas y colectivistas, socialistas e individualistas, sindicalistas y antisindicalistas, ateos y cristianos, violentos y no violentos, pacifistas y revolucionarios, etc. Una dispersión que tuvo el doble resultado de quitar toda seriedad al anarquismo y de diluir las posibilidades financieras y la energía de los militantes sin resultados apreciables. Y el único vínculo que unía a estas diversas fracciones se redujo a una serie de negaciones: el Estado, el Ejército, la Policía, la Iglesia, etc.
Pero nada se construye sobre las negaciones. Una negación sólo se justifica en la medida en que es el preludio de una afirmación. El mérito de los pensadores y propagandistas que, en el siglo pasado, forjaron el anarquismo social fue precisamente liberarlo del único aspecto negativo de la revuelta y dotarlo de la cara constructiva de la revolución. Por desgracia, la gran masa de militantes no supo o no quiso escuchar esta lección. Valientes hasta el punto de sacrificar sus vidas en la lucha contra la sociedad, no hicieron el esfuerzo intelectual que les hubiera permitido superar esa especie de enfermedad infantil que desmoronó el anarquismo y cerró las puertas de una Historia que, sin embargo, estaba dispuesta a acoger a este recién llegado.
Y aquí está la gran debilidad del anarquismo: su incapacidad para organizarse. Una incapacidad que, para algunos, llega hasta la repulsión y el rechazo. Habiendo emprendido este camino, era inevitable que el anarquismo quedara confinado a la práctica más o menos esotérica de una filosofía sin ningún vínculo con el mundo vivo y sin ninguna influencia en el curso de los acontecimientos.
Como anarquista social -y por tanto revolucionario- deploro y protesto contra este estado de ánimo, que paraliza cualquier desarrollo de nuestro ideal. Y sigo convencido de que sólo cuando los anarquistas se organicen de manera consecuente, coherente y seria, entrarán por fin en la escena mundial y, dejando de contentarse con el papel de testigos, se convertirán en los trabajadores de un destino humano que se construye cada día.
Anteriormente escribí: "El anarquismo nunca ha logrado convertirse en una fuerza decisiva en ningún país del mundo...". Hay una excepción: España, donde los anarquistas fueron capaces de organizarse y definirse [4]. España sigue siendo el gran ejemplo histórico al que debemos recurrir y meditar constantemente.
...Y hoy pienso melancólicamente en lo que podría haber sucedido si, en 1936, en el momento en que nuestros compañeros de la C.N.T.-F.A.I. [5] transformaban la insurrección fascista en revolución social, hubiera existido en Francia un movimiento anarquista serio, sólido e influyente...
Sin duda, es absurdo soñar... Pero, ¿es tan descabellado pensar que ese movimiento francés hubiera permitido el triunfo de la revolución española? Esto habría infligido la primera gran derrota al fascismo internacional -con consecuencias incalculables-, habría provocado grietas en Italia, habría despojado al comunismo ruso de su aureola y, quizás, la propia guerra de 1939...
Sí: estoy convencido de que un gran movimiento anarquista en Francia en aquella época habría cambiado la historia del mundo.
¿Cómo no lamentarlo?
¿Y no trabajar obstinadamente para crear este movimiento?
Maurice Fayolle
Notas :
[1] El siglo XIX, por supuesto... (ndé)
[2] Así que 150 años... (ndé)
[3] ¿Cómo no relacionar sin profunda emoción las conmovedoras declaraciones de los mártires de Chicago y las cartas de Sacco y Vanzetti?
[4] Estas dos afirmaciones, la de que el anarquismo nunca ha conseguido convertirse en una fuerza decisiva y la de que sólo hay UNA excepción, son lugares comunes que conviene matizar. De hecho, a menudo tendemos a olvidar países como Argentina y Japón, por nombrar sólo dos, donde los anarquistas fundaron literalmente el movimiento obrero moderno y donde fueron la principal fuerza obrera/revolucionaria durante mucho tiempo, y por otro lado experiencias revolucionarias como México y Ucrania, donde los anarquistas jugaron un papel decisivo y nada menor. Por otra parte, el movimiento español está ampliamente sobrevalorado, ya que no siempre estuvo tan organizado, especialmente en su parte política, como parece a primera vista. (nd)
[5] CNT = Confederación Nacional del Trabajo (anarcosindicalista), primera central sindical de España en 1936 con más de un millón quinientos mil afiliados, y FAI = Federación Anarquista Ibérica, organización política libertaria, basada en el grupo de afinidad (de 5 a 15 miembros), y que organizaba a más de 40.000 militantes de la época (ndé)
FUENTE: Biblioteca Anarquista
Traducido por Joya
Original: www.socialisme-libertaire.fr/2021/06/grandeur-et-faiblesse-de-l-anarch