"La dominación moderna ha alcanzado su límite objetivo, generando un gran escepticismo hacia el sistema y sus instituciones. Esta evidencia ha provocado una metamorfosis que da paso al nuevo sistema de dominación. La nueva dominación establece una administración política aún más autoritaria y un capitalismo mucho más centralizado y regulado con un "impacto social", imbuido en los preceptos de la cuarta revolución industrial, es decir, en la reconfiguración de la gestión capitalista en el siglo XXI a través de la implementación de nuevas tecnologías, consolidando su infraestructura en el Internet de las Cosas.
Con la convergencia e interacción de la Internet del Conocimiento, la Internet de la Movilidad y la Internet de la Energía, el capitalismo consolida no sólo la extensión del trabajo (intelectual masivo, inmaterial y comunicativo) sino también la acumulación ilimitada de capital asegurando el reparto de migajas; mientras que el Estado nacional -reciclado, recargado y celebrado desde los balcones de las metrópolis- se encarga de la gestión del riesgo, del análisis eficiente del Big data (con algoritmos de inteligencia artificial) y del control progresivo de la vigilancia digital a través de tecnologías informáticas móviles apoyadas en la red de (50.000) satélites 5G que pueblan el espacio.
Sin duda, la pandemia de Covid-19 dramatiza la refundación del capitalismo y su consiguiente transferencia de poder, como bien dice Byung-Chul Han. Esta transferencia no será inmediata. En realidad, este cambio de paradigma -no la "crisis final" como se proclama en los círculos del bolchevismo posmoderno y sus ideologías satélites- se producirá gradualmente, hasta consolidarse como un modelo hegemónico, casi imperceptible para la mayoría de la gente de a pie que seguirá en la precariedad a pesar del aumento gradual de sus dádivas que asegura la continuidad abrumadora del consumo, lo que sin duda motivará un consecuente aumento de la percepción del bienestar, en contraste con el desplazamiento provocado por los procesos de histéresis -en el sentido de Bourdieu- que se acaba de inaugurar con la intrusión de la Cuarta Revolución Industrial y la expansión del capitalismo cognitivo. Esta discrepancia entre el ejercicio de una fuerza social y el despliegue de sus efectos a través de la mediación retardada de su incorporación, se hará cada día más evidente con el aumento del paro en los sectores manufactureros y la segregación de la población de edad avanzada, que sólo será socialmente inútil en este nuevo paradigma ("nueva normalidad") pero se convertirá en un obstáculo para el capital -por su improductividad numérica- y en un freno para el Estado-nación remasterizado.
La realización del cambio implicará la culminación de guerras comerciales (¿hay alguna otra clase?) y, tal vez, incluso enfrentamientos militares por el control del espacio exterior y el dominio y/o la influencia geopolítica; además de la erradicación sistemática de los conflictos internos ("terrorismo interno") provocados por una minoría muy pequeña y refractaria que continuará en el camino de la guerra contra toda autoridad a pesar del rechazo unánime de la mayoría de los ciudadanos. Lejos de la tesis conspirativa sobre la instauración del gobierno mundial, el sobrecargado Estado nacional reafirma su legitimidad y autoridad en el actual proceso de desglobalización acelerada. Por lo tanto, es la única fuerza capaz de proteger a sus ciudadanos y librar una guerra a gran escala contra el "enemigo invisible" con la ayuda incondicional de las nuevas tecnologías. El nuevo Estado nacional aprovecha la emergencia y se vuelve omnipresente y omnipotente: se levantan fronteras rígidas (muros y vallas); se preparan ejércitos para "servir" y se reafirma peligrosamente la identidad nacional ampliando el rechazo a todo lo "extranjero". Se prevé una vuelta a la "producción nacional" en la perspectiva del "declive" (argumentando descaradamente que "el crecimiento cero no es sostenible"). Los líderes estatales nacionales asumen poderes plenipotenciarios con el apoyo de las mayorías de cierre al aceptar los esfuerzos del gobierno durante la pandemia. La Hidra de Lerna emerge de nuevo con sus múltiples cabezas: el estado, el capital, la religión y la ciencia consolidan su autoridad. El fascismo, en sus acepciones rojas o marrones, gana aceptación y popularidad entre la multitud como "solución" contra la "amenaza" que ofrece protección a sus compatriotas.
El Nuevo Mundo parece un déjà vu de los años 20. Es una restauración profunda. Una especie de cambio radical en la apariencia del poder capitalista que va mucho más allá del clásico revisitado en hojalata y pintura al que siempre ha sido sometido de forma cíclica. Esta vez, ha decidido someterse a una cirugía de reconstrucción total a través de las nuevas tecnologías y la instrumentalización de formas de explotación inéditas que articulan y/o superponen la explotación clásica del trabajo asalariado con la autoexplotación del sujeto performativo y la hiperexplotación del ciberconsumidor: la nueva fuerza de (co)producción libre. Esta vez no habrá una nueva vuelta de tuerca o incluso una tuerca que apretar. Esta vez los "ajustes" serán constantes y se harán desde la nube.
Para reforzar este intercambio, ya se ha anunciado la confluencia de los pares opuestos (izquierda/derecha), poniendo de manifiesto, una vez más, la falsedad de sus antagonismos "irreconciliables": marxistas y capitalistas liberales están sellando la imposición global de la Cuarta Revolución Industrial, reforzando la agenda, es decir, más capitalismo in saecula saeculorum. Por eso los intelectuales orgánicos al servicio de otro mundo posible se alistan en nombre del "capitalismo social" y en defensa de las nuevas tecnologías "emancipadoras". En este sentido, llama la atención la fusión de dos posiciones político-económicas opuestas, que suelen presentarse como contradictorias: el paternalismo y el libertarismo.
Desde 2008, Richard Thaler, profesor de Economía y Ciencias del Comportamiento de la Universidad de Chicago y ganador del Premio Nobel de Economía 2017 -por "sus contribuciones a la economía del comportamiento"- desarrolla el concepto de "paternalismo blando" o "paternalismo libertario". Esto le llevó a escribir Nudget, en coautoría con Cass Sunstein, profesor de jurisprudencia en la Harvard Law School. La "teoría del nudging" de Thaler se basa en la viabilidad de diferentes procedimientos que ayudan a "dar un codazo", es decir, a fomentar ciertas decisiones que influyen en el "sistema automático" de las personas para provocar cambios en el comportamiento de los ciudadanos, con el fin de promover las decisiones más racionales que les hagan felices a largo plazo. Este proceso inductivo, que vincula los análisis de la economía del comportamiento y la psicología social, lo denominan "arquitectura de la decisión" y lo promueven en la búsqueda de "mejores resultados individuales y sociales". Thaler y Sunstein ven legítimo que los arquitectos de la decisión influyan en el comportamiento de las personas haciendo que sus vidas sean más largas, más sanas y mejores"; diseñando la arquitectura del contexto de la decisión para inducir "una toma de decisiones más consciente basada en el bienestar social y el beneficio personal", lo que corresponde al cambio hacia ese "capitalismo consciente" que he comentado antes y que ahora se presenta -en palabras de Rajendra Sisodia y John Mackey- como "la curación del mundo".
Tampoco hace falta rascar mucho para encontrar en el lado "opuesto", es decir, en Marxistland, una veintena de defensores de este "capitalismo social". En estas mismas latitudes (de arena movediza) encontraremos desde filósofos, sociólogos, economistas y profesores, hasta los cibermarxistas optimistas de la tecnología que afirman que su emblemática "lucha de clases" se ha trasladado al ámbito del conocimiento y que la batalla final se librará en el ciberespacio; apostando por la toma del Palacio de Invierno por parte de las comunidades de Internet, germen de la nueva organización socio-política basada en la cooperación mutua a través del trabajo en red. Uno de estos especímenes que destaca en los círculos cibermarxistas es Richard Stallman. Adorado incluso en nuestros círculos, Stallman es el fundador del movimiento del software libre, del sistema operativo GNU/Linux y de la Free Software Foundation.
Otro cibermarxista notorio es Eben Moglen, profesor de derecho e historia en la Universidad de Columbia y fundador/director del Software Freedom Law Center; autor de un texto sui generis que imita el espíritu del Manifiesto Comunista titulado "The Communist Dot.Manifesto". Por supuesto, no todos los cibermarxistas se sentían cómodos con el olor de semejante manifiesto -más asociado hoy a la exégesis marxista-leninista que a las especulaciones del propio Carlos Enrique de Trier- y recurrían a una sana distinción entre "comunistas" y "comun", haciendo hincapié en la palabra "comun". Y señalando la sutil diferencia que supone un acento o una letra de más, como es el caso de la doble "n" en inglés. Es el caso de Lawrence Lessig, el famoso creador de la "sana distinción" entre el comunismo sin acento y la acentuación políticamente correcta. Fundador de la noble Creative Commons, profesor de jurisprudencia en la Facultad de Derecho de Harvard, especializado en derecho informático y precandidato en las primarias del Partido Demócrata para la nominación presidencial de Estados Unidos. Desde los años 90, detectó que los oligopolios informáticos y los estados nacionales empezaban a controlar el ciberespacio y a adaptarlo en su beneficio mediante la imposición del Protocolo de Internet (IP) y la acumulación de datos de los internautas, en detrimento de la idea original que promovía una Internet creativa basada en la descentralización, la información libre y la socialización del conocimiento mediante el acceso abierto y la propiedad común. Sin embargo, cabe destacar -aunque debería resultarnos obvio- la concordancia intrínseca entre las teorías promovidas del cibermarxismo y el "anarcocomunismo informacional" y los promotores del capitalismo cognitivo o cibercapitalismo en torno a las ilusiones tecnológicas y la producción de lo "común". Una lectura rápida del discurso de la nueva sociedad en línea confirma en gran medida la instrumentalización comercial del uso común y permanente de la "inteligencia colectiva" y la "cooperación mutua" como recursos fundamentales para el rendimiento empresarial.
Curiosamente, las tesis en torno a la categoría de lo común tejen el metarrelato de la neoizquierda actual. El culto a lo común -y por tanto a lo singular- no es nuevo, desde hace un siglo que se cocina en los círculos marxistas antibolcheviques. Lo paradójico es que desde el comienzo del milenio, el concepto de dos egregios del leninismo posmoderno comenzó a aplastarnos: Antonio Negri y Michael Hardt. En los primeros años de la década de 2000, ambos autores pusieron este "producto" sobre la mesa, definiéndolo en Imperio como "la encarnación, la producción y la liberación de la multitud". Retomarían su desarrollo conceptual en las páginas de Multitud y, Commonwealth, utilizando una retórica de gato y ratón que a veces trata de confundirse con las viejas tesis anarco-mutualistas en busca de incautos, señalando que "el capitalismo y el socialismo, aunque a veces se mezclen, dados los feroces conflictos, son ambos regímenes de propiedad que excluyen lo común. El proyecto político de la institución de lo común que desarrollamos en este libro traza una diagonal que escapa a estas falsas alternativas -ni privada ni pública, ni capitalista ni socialista- y abre un nuevo espacio para la política.
Sin embargo, Hardt y Negri no fueron los únicos en promover este guión. Una gran legión de marxistas posmodernos -a menudo antagónicos, por supuesto- siguieron su ejemplo, desarrollando alianzas con una fauna variopinta que, como es lógico, incluye el neoblanquismo invisible; el situacionismo tardío; el "comunismo internacionalista"; el anarcopopulismo específico (neoplatformismo); sectores del anarcosindicalismo desfasado; el anarcofederalismo sintético; y la ecología municipal; por no hablar de algún que otro liberal con esteroides de los que gozan de gran reputación en nuestros círculos, aunque sean autoproclamados propagandistas de Sankingand, ahora, promotores sin escrúpulos de la candidatura presidencial de Joe Biden en nombre del "voto responsable" - léase Michael Albert, Noam Chomsky, o los despreciables piquetes de antiguos "izquierdistas radicales" que fundaron Estudiantes por una Sociedad Democrática en los años 60 y que firmaron una carta de apoyo a Biden (Todd Gitlin, Carl Davidson, Robb Burlage , Casey Hayden, Bill Zimmerman, entre otras figuras "famosas").
Entre los marxistas posmodernos encargados de seguir sentando las bases estructurales de lo común, destaca la barra de Pierre Dardot-Christian Laval. Los fundadores del grupo Question Marx y, especializados en la obra de San Carlos Enrique de Tréveris, han sido coautores de varios ensayos sobre los hallazgos del antiguo gurú, así como de sus propias reflexiones sobre la revolución en el siglo XXI. Con una prosa mucho menos densa que la metatrancia discursiva de Negri y Hardt y, distanciándose de su enfoque leninista, abordaron la cuestión de los bienes comunes como una alternativa socioeconómica alejada de las apretadas duraciones de las diferentes variedades de comunismo de Estado realmente existentes.
En este escenario, destacaron "Común. Un ensayo sobre la revolución en el siglo XXI", un texto que parece una clara restitución en el escenario marxiano-libertario con cierta reminiscencia del Guernica que vuelve a poner el tema de la Revolución en la agenda, a partir de la cuidadosa disección de la trilogía intelectual de Hardt y Negri, pero no sin acusar a un cierto "neoprudismo incapaz de concebir la explotación como otra cosa que una 'captura ilegítima de los productos del trabajo a posteriori' [lo que demuestra] una ceguera cargada de consecuencias para las formas contemporáneas de explotación de los asalariados y las transformaciones inducidas por el neoliberalismo en las relaciones sociales y las subjetividades".
En este espíritu de refundación, no escatiman a la hora de inspirarse ampliamente (a veces de forma crítica) en Proudhon y, reiterando el distanciamiento de la alienación comunista que mencionábamos antes, ratificarlo: "Lo que ellos [comunistas y socialistas] llaman 'emancipación' es en realidad una opresión política absoluta y una nueva forma de explotación [...] porque creen que el poder y la fuerza vienen del centro y de arriba, no de la actividad de los individuos. En el fondo, no hay más que un ideal de Estado organizador que generaliza la policía y toma del Estado sólo su lado reaccionario, el de la pura coerción.
Desatando sus asépticas interpretaciones teóricas sobre la evolución de los "movimientos sociales" que se manifestaron a principios de la pasada década (2010-2012) y que llamaron la atención de los medios de desinformación de masas -léase las peregrinaciones de los Indignados con la acampada en la Puerta del Sol ; la movilización del 15 de octubre con su espectacular Occupy Wall Street; la ocupación de la plaza Syntagma en el centro de Atenas y; la ocupación de la plaza Taksim en Estambul-, Dardot y Laval "descubren" en estos ejercicios "una invención democrática" que pone en práctica el "principio de lo común". Como una crítica a la democracia representativa, presentándose como el principio de la democracia política en su forma más radical y estableciéndose como el "término central de la alternativa política para el siglo XXI", ignorando la inmediata toma de posesión sistémica de estos movimientos y su compulsiva degeneración en partidos políticos (Partido X, Podemos, La Cabalgata a Biden, Syriza, etc.).
Evidentemente, la falta de experiencia empírica de los autores del Común, debilita toda la argumentación del ensayo y explica la falta de propuestas fácticas y epocales coherentes a lo largo de 669 páginas. Como ya es habitual entre los teóricos marxistas -incluidos los libertarios marxistas- la repetición de la extrapolación de sus puntos de vista académicos a la construcción de paradigmas es una constante. Por supuesto, esta afirmación no corresponde en absoluto a una posición antiintelectual -más cercana a la vulgata fascista que a nuestra práctica-, sino que corrobora la necesidad de tamizar toda la producción académica, manteniendo una cuidadosa distancia con la fabricación institucionalizada y sus vacas sagradas, siempre disociadas de la práctica y generalmente al servicio del "establishment". Pero también, pretende ratificar la urgencia de una reelaboración teórica a partir de la práctica anárquica más notoria, para facilitar los contextos intelectuales que la alimentan y ensanchar las arterias de la praxis. Sólo así podremos enfrentarnos globalmente a la inmensidad de nuestros proyectos destructivos y a nuestros objetivos de emancipación total, rompiendo definitivamente con toda alienación izquierdista, abandonando las conceptualizaciones y prácticas ajenas, incluida la remasterización de lo común."
Según Gustavo Rodríguez
FUENTE: Groupe Libertaire Jules-Durand
Traducido pot Jorge Joya
Original: www.socialisme-libertaire.fr/2020/07/la-gestion-capitaliste-au-xxie-si