Desde hace algún tiempo, para justificar el camino de la rendición en el que se han embarcado, los socialistas reformistas han empezado a retocar, no sólo la táctica del socialismo, sino también sus teorías. Y así, poco a poco, una serie de ideas esencialmente burguesas e incluso prejuicios morales, políticos y económicos se han ido filtrando en la doctrina socialista.
La gravedad de esta situación se puede comprender fácilmente si pensamos que esto es evidente hoy en día, no sólo entre las facciones más moderadas del partido socialista democrático, sino que otras facciones, que se jactan de ser más revolucionarias e intransigentes, también se están viendo afectadas.
Por ejemplo, incluso Arturo Labriola, el célebre socialista intransigente italiano, hace un tiempo -así lo informaron los periódicos- argumentó en una charla que dio que "la cuestión que requiere una resolución urgente no es la de la distribución de la riqueza, sino la de la organización racional de la producción."
Esto es tan erróneo, que haríamos bien en insistir en ello, porque compromete los fundamentos mismos de la doctrina socialista, y las conclusiones que lógicamente pueden deducirse de ella son todo menos socialistas.
Desde Malthus, los conservadores de todos los colores han sostenido que la pobreza se deriva, no de la injusta distribución de la riqueza, sino de la limitada productividad o de la inadecuada industria humana.
Desde el punto de vista de sus orígenes históricos y de su propia esencia, el socialismo es una refutación de este argumento; equivale a una afirmación enfática de que la cuestión social es principalmente una cuestión de justicia social, una cuestión de distribución. Pero desde que los socialistas empezaron a negociar con el poder y con las clases propietarias -es decir, desde que dejaron de ser socialistas- han empezado a abrazar, aunque de forma algo más moderna, el argumento conservador.
Si la tesis sostenida por Labriola fuera cierta, entonces sería falso que el antagonismo entre patronos y obreros sea irreconciliable, ya que la solución al mismo sería el interés compartido que tienen patronos y asalariados en aumentar el quantum de bienes; es decir, el socialismo sería erróneo, al menos como medio para resolver la cuestión social. Y de hecho, ya hemos oído a Turati argumentar que durante las huelgas los trabajadores deben tener cuidado de no arruinar al patrón y su industria; y, antes de Turati, Ferri sostenía que los socialistas debían ayudar a los burgueses a enriquecerse; y todo el espectro de los representantes más distinguidos del socialismo democrático italiano truena en nuestros oídos sobre el supuesto interés de los proletarios italianos en ser gobernados por una burguesía rica, civilizada y "moderna".
Este nuevo mensaje de los socialistas, que tiende a inducir al proletariado consciente a apartarse del camino recto de la lucha de clases y a conducirlo a los callejones sin salida del reformismo burgués, es especialmente peligroso porque toma como premisa un hecho genuino, el de que la producción actual no es capaz de satisfacer las necesidades de todos, ni siquiera en una medida limitada, y, después de haber aturdido a la opinión pública con una demostración de este hecho, basta una ligera estratagema sofista para convertir el efecto en causa y, sin parecerlo, sacar las conclusiones erróneas que sirvieron a sus propósitos.
Hay que levantar el velo del sistema.
Es un hecho que la producción en su conjunto, especialmente la de productos de primera necesidad, es exigua e inadecuada y casi irrisoriamente pequeña en comparación con lo que debería y podría ser.
Los hambrientos que pasan por las tiendas abarrotadas de víveres, los indigentes que observan hasta dónde llegan los tenderos para vender los bienes que sobran a la demanda pública, pueden creer que hay una abundancia universal de suministros y que lo único que falta son los medios para comprarlos. Algunos anarquistas, deslumbrados por las estadísticas más o menos desconcertantes y quizás también por tener un argumento impresionante en su arsenal propagandístico -uno fácilmente comprensible para las masas ignorantes- han podido sostener que la producción real es muy superior a todas las necesidades razonables y que el pueblo sólo tiene que asumir la posesión de todo, y todos podemos vivir en la tierra de la abundancia. Y las crisis recurrentes de la llamada sobreproducción (que significa que el trabajo escasea porque los empresarios no pueden encontrar un mercado para los bienes que han almacenado) contribuyen a grabar esas impresiones superficiales en la mente del público.
Pero un análisis un poco más frío deja claro que cualquier supuesto mar de riqueza tiene que ser simplemente un engaño.
Los bienes que consume la mayor parte de la población no son suficientes para satisfacer sus necesidades básicas; la inmensa mayoría de la gente está poco y mal alimentada, mal vestida, mal alojada, mal en todo; de hecho, muchos perecen de hambre y frío. Si realmente se produce lo suficiente para satisfacer las necesidades de todo el mundo, y puesto que la mayoría no consume lo suficiente, ¿dónde se acumularía el excedente de producción anual? ¿Y por qué aberración inimaginable los capitalistas que producen para el mercado y para el beneficio persisten en
Por otra parte, en lo que respecta a los productos alimenticios, que son las necesidades más vitales, basta con ver las terribles consecuencias que tiene para una región agrícola el fracaso de las cosechas, para ver que, incluso comiendo tan mal como es habitual, apenas se produce lo suficiente para sobrevivir de un año a otro.
Si la suma de la riqueza producida anualmente, más de la mitad de la cual va a parar a un número ínfimo de capitalistas, se repartiera por igual entre todos, mejoraría poco las condiciones del trabajador; es más, su parte se incrementaría, no en términos de necesidades, sino de miles de artilugios prácticamente inútiles, cuando no positivamente perjudiciales. En cuanto al pan, la carne, la vivienda, el vestido y otros artículos de primera necesidad, la fracción que los ricos consumen en exceso o despilfarran no supondría, si se repartiera entre las innumerables masas, ninguna diferencia perceptible.
Por lo tanto, la producción se está quedando corta y necesita ser impulsada: en eso estamos de acuerdo.
Pero, ¿cómo es que no se produce más en este momento? ¿Por qué hay tanta tierra sin cultivar o mal trabajada? ¿Por qué hay tantas máquinas que no funcionan? ¿Por qué hay tantos trabajadores sin empleo? ¿Cómo es que no se construyen casas para todo el mundo, no se hace ropa para todo el mundo, etc. cuando hay muchos materiales para hacerlo, además de hombres capaces y deseosos de poner esos materiales en uso?
La razón es obvia y no debería sorprender a ningún autodenominado socialista. Es porque los medios de producción -la tierra, las materias primas, los instrumentos de trabajo- no están en manos de quienes necesitan lo que pueden producir, sino que son propiedad privada de un pequeño número de personas que los utilizan para poner a otros a trabajar para ellos, y sólo en la medida y de la manera que les conviene.
Hoy en día, el hombre no tiene derecho a ninguna participación en la producción sobre la base de su sola condición de hombre; come y vive sólo porque el capitalista, el propietario de los medios de producción, tiene interés en ponerlo a trabajar para explotarlo.
Ahora bien, el capitalista no tiene ningún interés en que la producción aumente más allá de un determinado punto; de hecho, su interés radica en preservar una escasez relativa. Por decirlo de otra manera, está a favor de la producción mientras el producto pueda venderse por más de su coste para él y aumenta la producción mientras el aumento de sus beneficios pueda seguir el ritmo. Pero una vez que ve que para vender sus productos podría tener que recortar demasiado sus precios, y que un exceso de producción llevaría a una disminución general de los beneficios, detiene la producción y a menudo -y hay miles de ejemplos de ello- destruye parte de las existencias de productos disponibles para forzar el valor del resto.
Así pues, si queremos que la producción crezca hasta el punto de que pueda satisfacer plenamente las necesidades de todos, es necesario que se adapte a las necesidades que requieren ser satisfechas, y no a los beneficios privados de unos pocos. Todo el mundo debe tener derecho a disfrutar de los productos; todo el mundo debe tener derecho a utilizar los medios de producción.
Si alguien que padece hambre tuviera derecho al pan, habría que procurar que hubiera pan suficiente para saciar a todos; y la tierra se pondría a trabajar, y los métodos anticuados se sustituirían por métodos agrícolas más productivos. Por otro lado, si, como ocurre en la actualidad, los bienes existentes en forma de medios de producción y bienes almacenados pertenecen a una clase especial de personas, y esa clase, al ser bendecida con todo, puede hacer que los hambrientos, que son demasiado ruidosos, sean arrestados a punta de pistola, la producción seguirá deteniéndose en la línea establecida por los intereses capitalistas.
En conclusión, la razón de la escasa producción actual es la distribución limitada; y si queremos destruir el efecto, tenemos que eliminar la causa.
Para producir lo suficiente para todos, es necesario que todos tengan derecho a consumir lo suficiente.
Así se demuestra la tesis socialista de que la cuestión de la pobreza es ante todo un problema de distribución.
Traducida por Jorge Joya
Original: theanarchistlibrary.org/library/errico-malatesta-bourgeois-seepage-int