Fascismos y religiones, algunos recordatorios necesarios (1977) - Claude Cantini

Fascismes et religions, Quelques rappels nécessaires. par Claude Cantini  L'Affranchi no 14 (printemps-été 1997). 

Las iglesias oficiales europeas, y especialmente la Iglesia Católica, estaban todas más o menos comprometidas con los regímenes autoritarios del periodo de entreguerras. Esta presentación reúne lo que debe considerarse como sondeos de la historia contemporánea, sin otra pretensión que la de arrojar algo de luz sobre hechos cuidadosamente mantenidos en la oscuridad.

En lo que respecta a la Iglesia católica (y ya bajo Pío XI), parece haber una explicación: <<la condena del comunismo había sido mucho más radical que la del nazismo [porque] se percibía como un mal menor>> escribe Georges Bensoussan (1). Pero procedamos en orden.

Los compromisos comenzaron, geográficamente, con el Portugal de Salazar, cuyo régimen glorificó el fascista francés Robert Brasillach en 1939, hablando de <<corporativismo inteligente, mesurado y cristiano>> (2). Gonzague de Reynold <<el más tradicionalista de los católicos suizos>> (3) juzgaba así la situación política portuguesa de 1937: <<El régimen de Salazar es por el que siento más simpatía: es el régimen que pretende liberar la personalidad humana. Es lo contrario del régimen totalitario. Es un régimen de autoridad, es el tipo de Estado cristiano>> (4). Continuemos porque la lista es larga.

La España de Franco, nació de la <<violencia santa>> de la que habla Brasillach en relación a la Falange. En 1938, declaró: <<Las llamas de la guerra española han terminado de dar a estas imágenes su colorido religioso>> (5). Y su cuñado, Maurice Bardèche, habla sin tapujos de un <<Cristianismo fascista>> como tituló uno de sus artículos, publicado en julio de 1938, en el semanario parisino <<Estoy en todas partes>>. Recordemos también, entre otros muchos ejemplos, la carta colectiva del alto clero español de julio de 1937 escrita por el cardenal Goma, arzobispo de Toledo, probablemente a instancias de Franco enviada a los obispos de todo el mundo, en la que los eminentes prelados no dudaron en declarar teológicamente justa la sublevación militar contra la República. Aparte del clero vasco, al que la jerarquía reprochaba desde hacía tiempo que <<no escuchara la voz de la Iglesia>>, sólo dos dignidades eclesiásticas no firmaron esta carta: el obispo de Victoria (ya exiliado) y el arzobispo de Tarragona, que se exilió en 1939 (6).

En la Francia de Pétain, decisiones como la creación del Service d'ordre de la légion des combattants (el brazo armado de la represión política a partir de 1940), la promulgación del Estatuto de los Judíos (en octubre de 1940) o la creación de la Milicia (en diciembre de 1942) no fueron criticadas públicamente por la jerarquía católica en Francia o en Roma, Las únicas excepciones fueron las declaraciones explícitas del obispo de Montauban (Théas) y del arzobispo de Toulouse (Salièges) y la declaración mucho más prudente del cardenal Gelier, arzobispo de Lyon. El silencio de la Iglesia fue ampliamente recompensado por el régimen de Vichy. Se trata de un compromiso que se mantuvo en cierto modo hasta el reciente asunto Touvier en 1988, asunto que permitió a Claude Moniquet titular su libro Un milicien à l'ombre de l'Église, París 1989.

En la Alemania de Hitler, gracias a la política de von Papen, el Zentrum (Centro Católico) votó a favor de la ley de plenos poderes en marzo de 1933, sus votos fueron decisivos. Esta actitud oportunista está en consonancia con la carta pastoral de los obispos del 10 de junio de 1933, en la que se afirma: "Precisamente porque la autoridad ocupa un lugar especialmente importante en la Iglesia católica, los católicos no tienen ninguna dificultad en aceptar y someterse al nuevo movimiento de la autoridad en el nuevo Estado alemán" (7). Esto no impidió que Hitler disolviera el Centro Católico a finales de junio de 1933. Pío XI no se preocupó por ello, ya que un mes después se firmó el concordato entre la Alemania nazi y el Vaticano. Este concordato preveía, entre otras cosas, la prestación de un juramento de fidelidad al régimen por parte de los obispos. Por eso no es de extrañar que, a lo largo de la guerra, los silencios de Pío XII fueran siempre objetivamente beneficiosos para el régimen nazi. Después de 1945, el Vaticano intervino con éxito para evitar que von Papen fuera condenado en Nuremberg y organizó varias vías de escape para los criminales nazis.

Según un estudio reciente (8), el 76% de los miembros de las SS alemanas eran, al menos inicialmente, católicos practicantes.

En cuanto a los protestantes, por un lado estaba la minoritaria Iglesia Confesante, opuesta a Hitler, y por otro, también minoritarios, los cristianos alemanes pro-nazis, apoyados objetivamente por la actitud de los líderes eclesiásticos. En enero de 1934, los pastores reiteraron <<su lealtad incondicional al Tercer Reich y a su Fürer>>. Los líderes de la Iglesia condenan en los términos más enérgicos todas las maquinaciones de los críticos que trabajan contra el Estado>> (9). De hecho, la mayoría silenciosa y supuestamente neutral de los protestantes alemanes no evitó hacer grandes concesiones a su conciencia en nombre de una supuesta deferencia luterana tradicional hacia la autoridad civil.

En lo que respecta a la Austria de Dollfuss, el camino hacia el dominio autoritario (austrofascismo) del <<pequeño canciller>> lo abrió monseñor Ignaz Seipel, presidente del partido socialcristiano (en realidad católico-conservador) y jefe de gobierno en dos ocasiones, entre 1922 y 1929. El régimen clerical se manifestó en la actividad antiobrera de la Heimwehr, una milicia financiada por Mussolini.

Precisamente en la Italia de Mussolini se firmó en febrero de 1929 un concordato entre el régimen fascista y el Vaticano, tras el cual Pío XI pudo definir con razón al Duce como <<el hombre enviado por la Providencia>>.

La Croacia de Pavelic tenía veintiséis campos de concentración. El número exacto de víctimas será desconocido para siempre; las fuentes más fiables hablan de 820.000 muertos: serbios ortodoxos, croatas antifascistas, 40.000 de los 41.500 judíos del país, 28.000 de los 28.500 gitanos... Ahora bien, este régimen sanguinario, que Xavier de Montclos llama <<totalitarismo católico>>, encontró un importante apoyo en el clero de obediencia romana, hasta el punto de que el mismo autor habla también de <<clericaloustachismo>> en relación con el clero regular en particular (10). El hecho de que el convento de los novicios franciscanos croatas formados en Italia estuviera situado en Siena, en las inmediaciones del cuartel general de los Ustasha (fascistas croatas), sin duda favoreció su contaminación ideológica. Pero el ejemplo también vino de arriba, ya que Monseñor Alois Stepinac (arzobispo de Zagreb que fue nombrado cardenal en 1953) fue perfectamente leal y acrítico con este régimen hasta su final. En marzo de 1945, invitó siempre a su clero a apoyarle y promovió una carta pastoral de los obispos de la Gran Croacia (Bosnia-Herzegovina había sido anexionada) que tomó la defensa de Ante Pavelic. El obispo de Sarajevo, monseñor Ivan Saritch, consideró oportuno componer una oda a la gloria del dictador croata. En cuanto al Papa Pío XII, recibió a Pavelic en audiencia privada en mayo de 1941.

En el lado musulmán, la población de Bosnia-Herzegovina proporcionó a los nazis dos divisiones de las Waffen-SS, un total de 40.000 voluntarios. Fueron bendecidos paternalmente en abril de 1943 por Hadj Amin el Husseini, Gran Mufti de Jerusalén, que había huido a Berlín.

La Eslovaquia de Tiso era también la del <<fascismo de un dios>> (Goebbels dixit). Por una ley del 22 de octubre de 1942, Monseñor Josef Tiso, presidente de la república eslovaca y líder del (único) partido de la unidad nacional fue elevado por el parlamento al rango de <<guía>> de la nación. Nadie puede discutir el nefasto papel desempeñado por Tiso como líder de una parte de la Nueva Europa. Creó la Guardia Hlinka (las SA eslovacas), proclamó el Codex judaicus, que condujo a la deportación de 57.000 judíos entre marzo y junio de 1942, hizo crear campos de trabajo para los opositores políticos, reprimió la resistencia... Tanto es así que provocó la reacción del discreto Vaticano. En una nota (evidentemente interna) de marzo de 1942, monseñor Domenico Tardini escribió: <<Los locos son dos: Tuka (11) que actúa y Tiso cura que lo deja pasar. Henri Fabre formula la pregunta esencial sobre este punto: <<¿Y los que dejan hacer a Tiso?>> (12).

La Polonia de Pilsudski y sus coroneles (1926-1939) puede considerarse, sin exagerar, como una dictadura con fuertes tintes clericales. La Constitución de 1921 otorgaba a la Iglesia Católica derechos exorbitantes, que se reforzaron aún más tras la firma del Concordato con el Vaticano en 1925 (los Codes Juris Canonici tenían el estatus de ley estatal en Polonia).

Con sus frenéticos llamamientos a luchar contra el comunismo procedentes de una iglesia que era el mayor terrateniente y poder financiero del país, la jerarquía católica polaca se convirtió en cómplice activa de la represión nacionalista de todo lo que fuera remotamente de izquierdas: comunistas, por supuesto, pero también anarquistas, socialistas, incluso miembros del Partido Campesino y socialcristianos.

En 1935, incluso antes de que los coroneles llegaran al poder, unos 7.000 opositores fueron encarcelados y otros miles internados, como simple medida administrativa, en el campo de concentración de Bereza Kartuszka. Posteriormente, la violencia antisemita se intensificó, y también en este caso la Iglesia católica estuvo a la vanguardia, por ejemplo haciendo traducir y publicar Los Protocolos de los Sabios de Sión para los miembros del Campo Radical Nacional (NARA), de extrema derecha. Estos miembros, es cierto, juraron ante la Virgen Negra de Czestochowa. El boicot y el numerus clausus contra los judíos y los aproximadamente 3.000 pogromos que siguieron sólo pudieron satisfacer el antisemitismo medieval del clero católico polaco (13) y de los fieles, estimulados por cartas pastorales como la del primado polaco, el cardenal August Hlond, en febrero de 1936. Estos sentimientos degradantes quizás expliquen la facilidad con la que se pudo alcanzar la <<solución final>> en Polonia.

En Lituania, la dictadura militar se apoyó políticamente en la Unión Nacionalista, que le proporcionó dos presidentes, entre ellos Antanas Smetona, que se inspiró en el modelo mussoliniano. Un delegado de la Unión Nacionalista Lituana participó en diciembre de 1934 en Montreux en el llamado Congreso Fascista de los <<Comités de Acción para la Universalidad de Roma>>.

Esta unión nacionalista permitía al clero (que no se amilanaba) expresar sus posiciones políticas en su seno; más aún cuando un sacerdote, el padre Vladas Miromas, iba a convertirse en jefe de gobierno en 1938-1939. En este país, la comunión entre el nacionalismo y la religión era, pues, perfecta. Esto explica también que, en 1941, durante las masacres de judíos en las que participaron activamente las unidades fascistas lituanas, Vincent Brizgys, obispo auxiliar de Kaunas, prohibiera a su clero prestar cualquier tipo de ayuda a los perseguidos.

Casi tanto como en Polonia, la Hungría de Horthy encontró en la poderosa Iglesia católica un fiel aliado. Las primeras medidas oficiales de 1938 contra los judíos fueron seguidas en 1943 por las deportaciones. Para felicitarse, algunos altos dignatarios de la iglesia (a menudo relacionados con la aristocracia) celebraron, en esta ocasión, una misa solemne <<para dar gracias a Dios>>. Cuando la escalada antisemita alcanzó su punto álgido en 1944 (550.000 víctimas de un total de 750.000 personas pertenecientes a esta comunidad) fueron los miembros del Partido de Voluntad Nacional, más conocidos como los <<Cruzados de la Flecha>>, todos ellos buenos católicos, los que desplegaron un celo macabro.

Con la Rumanía de Hohenzollern-Sigmaringen y Antonescu tenemos un ejemplo de compromiso, esta vez con la Iglesia Ortodoxa. Las leyes antisemitas rumanas han provocado frecuentes protestas internacionales desde principios de siglo, lo que significa que el terreno era favorable. En la década de 1920 nacieron varios movimientos políticos de extrema derecha violentamente antisemitas que tenían la peculiaridad de presumir también de ser cristianos. Este fue el caso del Partido Demócrata Nacional Cristiano, la Liga Nacional de Defensa Cristiana y la Legión del Arcángel Miguel. Esta última, fundada en 1927 por Corneliu Codreanu (14), tenía su propio brazo armado: la Guardia de Hierro, cuyas simpatías por Mussolini y Hitler no eran un secreto. Pero, a pesar de ello, conservó a San Miguel como patrón, sin que la jerarquía ortodoxa rumana se indignara por ello (la Guardia tenía bastantes papas en sus filas). En 1939, los tres partidos cristiano-fascistas se unieron para formar el Partido Nacional Cristiano.

Un año antes, en el nacimiento del monarco-fascismo, el rey Carol II había iniciado su dictadura formando un gobierno de unidad nacional cuyo primer ministro era nada menos que el patriarca ortodoxo Miron Cristea. También hay que recordar que las masacres de judíos en Bucarest en el otoño de 1940 fueron llevadas a cabo por la Guardia de Hierro (15), aliada momentánea del Conductor Ion Antonescu, también buen cristiano. Posteriormente, el régimen de Antonescu fue directamente responsable de la muerte de unos 250.000 judíos más de un total de 400.000 desaparecidos (en 1940, la población judía rumana era de 760.000 personas).

En la Unión Soviética ocupada, y más concretamente en Ucrania, encontramos ejemplos de compromisos entre el extremismo nacionalista y la religión; afectaron especialmente a los uniatas (católicos de rito oriental) de Ucrania occidental (la antigua Galitzia oriental austriaca y luego polaca). También aquí la actitud de la jerarquía eclesiástica (Monseñor Clement Szepticky, Metropolitano de Lvov) fue equívoca, por no decir otra cosa, frente a los nacionalistas (incluidos los sacerdotes) que llegaron de su exilio europeo a raíz de la Wehrmacht. Su extremismo les llevó a colaborar activamente con los nazis, a los que suministraron, entre otros, una división de las Waffen-SS. También hay que señalar que los capellanes del cuerpo expedicionario italiano en Rusia se formaron en el colegio ucraniano de Roma, ciudad donde el representante de la Organización Nacionalista Ucraniana (OUN) estaba prácticamente acreditado ante el gobierno fascista.

Para ser justos, hay que recordar que la abyección en esta región no sólo afectó a los católicos. Durante la masacre de 35.000 judíos en las fosas de Babi-Yar, en Kiev, en junio de 1942, los habitantes (ortodoxos) de la ciudad aplaudieron con entusiasmo las hazañas criminales de las SS del coronel Paul Blobel (16).

Una vez descritas las principales complicidades entre las iglesias y el fascismo en la mayoría de los países europeos hasta 1945, queda por ver, cincuenta años después, si hubo o no arrepentimiento, una noción muy religiosa... Pihler, en diciembre de 1963; el de la Conferencia Episcopal Alemana en noviembre de 1988 y el de la Conferencia Episcopal Húngara en abril de 1995. La redacción de esta última es una auténtica obra maestra: <<[Pedimos perdón] por las debilidades de nuestros fieles que, por miedo o cobardía, permitieron la deportación y el asesinato en masa de sus compatriotas judíos>> (17).

¿Y en Suiza?

Un cierto número de pastores participaron activamente, sobre todo en Zúrich, Schaffhausen y San Gall, en movimientos germanófilos, por no decir nacionalsocialistas. Sus colegas de los cantones de Neuchâtel y Vaud militaban, en gran número, entre los maurrasianos <<Ordre national>> y <<Ligue vaudoise>>, abanderados de <<un pensamiento político antidemocrático (...) hostil a los derechos humanos, xenófobo y antisemita>> (18).

El cantón de Vaud llegó a tener dos juicios políticos en los que estaban implicados pastores. El primero fue el de Charles Clot, párroco de Morrens, miembro de la Ligue vaudoise y simpatizante nazi, acusado de influir en sus catecúmenos para que se alistaran en las filas del ejército alemán; con el pleno apoyo de la iglesia nacional, fue absuelto en noviembre de 1943. Sin embargo, tuvo que dejar su cargo, desautorizado por una petición firmada por gran parte de sus feligreses que decía: <<La justicia ha favorecido a un ministro>>. El segundo juicio tuvo lugar en junio de 1947, ya que los acusados se habían refugiado en Alemania en el momento de los hechos. Se trata del pastor Philippe Lugrin, miembro de la Ligue vaudoise, luego del Front national y de la Union nationale. La Iglesia Nacional le había excluido de sus filas por... su divorcio. Lugrin estuvo muy implicado en el crimen de Payerne de abril de 1942, perpetrado contra el comerciante de ganado bernés Arthur Bloch por cinco miembros de una célula clandestina del Movimiento Nacional Suizo. Fue condenado a veinte años de prisión por instigar el asesinato.

En el lado católico, tampoco faltaron signos: como las misas solemnes celebradas en el Valais (en Uvrier y Saint-Léonard) durante las reuniones de la <<Federación Fascista Suiza>> en junio de 1935 y mayo de 1936. Por no hablar de las conexiones de los socialcristianos (partidarios virulentos en un momento dado del corporativismo) con los miembros de las formaciones frentistas, especialmente en Ginebra y Zúrich.

Entre la veintena de asociaciones y movimientos de carácter religioso extremista que surgieron en Suiza entre 1945 y 1995, cabe destacar por su perniciosa influencia sobre los jóvenes, por un lado, la Fraternidad de Pío X fundada por Monseñor Lefebvre, rama ahora cismática de la Iglesia católica, que cuenta con unos 5.000 fieles, 39 <<iglesias>>, un seminario y tres colegios en Martigny, Salvan y Onex; Por otro lado, el Opus Dei, que tanto apoyó el régimen de Franco en España y que tiene en Suiza unos 300 miembros, <<institutos culturales>> en Zürich, Ginebra, Friburgo y Lausana, así como dos residencias universitarias en Carouge y Ginebra. ... ¿se les dice a los estudiantes que algunos autores llaman al Opus Dei una <<mafia sagrada>>?

 

1. Histoire de la Shoah, París, 1996, p. 91.

2. Anne Brassié, Robert Brasillach, París, 1987, p. 158.

3. Pierre-Marie Dioudonnat, Je suis partout 1930-1944. Les maurrassiens devant la tentation fasciste, París, 1973, p. 150.

4. Ibid.

5. Anne Brassié, op. cit. p. 158 y p. 162.

6. Hugh Thomas, La guerra de España, París, 1961, p. 455

7. Pierre Gaxotte, Histoire de l'Allemagne, tomo II, París 1963, p. 490.

8. Edouard Chambost, L'or du Reich, Pully, 1995, p. 316.

9. Pierre Gaxotte, op. cit, pp. 491-492.

10. Montclos, Xavier de, Les chrétiens face au nazisme et au stalinisme, Bruselas, 1991, p. 151 y p. 168.

11. El primer ministro eslovaco, Vojetch Tuka, era católico practicante.

12. Fabre, Henri, L'Église catholique face au fascisme et au nazisme. Les outrages à la vérité, Bruselas, 1994, p. 332.

13. 46 sacerdotes eran miembros de la Dieta polaca.

14. La mano derecha de Codreanu, Ion Motza, traductor de los Protocolos, era hijo de un sacerdote.

15. Sobre estos sangrientos días, he aquí lo que escribió el incauto Virgilio Gheorghiu (él mismo un papa): <<Los camiones con los muertos partieron hacia el matadero comunal... Desde la ciudad... otros camiones cargados de hombres vivos se cruzaron con los de los muertos. Esto duró toda la noche. Camiones llenos de hombres vivos llegaron al bosque. Y los camiones llenos de muertos volvían al matadero. Los descargaron en el patio de cemento, uno encima del otro... Los cadáveres fueron levantados y colgados en ganchos. Pero había más cadáveres que colmillos. Sólo se mataron unos cientos de animales y ahora había unos miles de judíos>> La seconde chance, París, 1952, pp. 94-95.

16. En Ucrania <<los nativos recibieron a sus conquistadores con hospitalidad...>>. Los sacerdotes ortodoxos se declararon súbditos del invasor>> William Manchester, Les armes des Krupp 1587-1968, París, 1970, p. 371.

17. Le Droit de vivre, París, enero-marzo de 1996, p. 32.

18. Alain Clavien, Messieurs de la Ligue vaudoise si nous évoquions votre histoire... en Le Nouveau Quotidien, 7 de noviembre de 1996, p. 16.

 ¡FUENTE: DiRECT! AIT

 Traducido por Jorge Joya

Original: www.socialisme-libertaire.fr/2017/09/fascismes-et-religions.html